Buscando el mensaje de las urnas

Es una tarea compleja escribir algo que aporte a todo lo interesante que ya se ha escrito, así que buscamos juntar aquí los debates que nos parecen centrales luego de las últimas elecciones del 23 de octubre. 

Alejandro Grimson, en Página/12, sostiene que: “a mi juicio, no ganó porque pudo resolver los problemas sociales y económicos que se agudizaron en los últimos años. Ganó porque pudo resolver la interpretación de la causa de esos problemas y, para sus electores, consiguió quedar fuera de la responsabilidad. Una gran parte de los votantes de Cambiemos no considera que está mejor que antes. Pero piensa que los problemas actuales no son culpa de Cambiemos. Y sigue teniendo una expectativa alta de que las cosas mejoren en el futuro”.

Esta interpretación va a contrario de lo que el macrismo piensa de sí mismo. Antes de las elecciones, Marcos Peña dijo en el Coloquio de Idea: “había muchas personas que pensaban hasta la PASO y ahora también que esta experiencia política era una casualidad, un mandato negativo: no había otro y ganaron estos. Sin embargo en el mundo se lo mira, creo que más acertadamente, como un proceso de profunda innovación en materia de representación política, particularmente a partir del liderazgo de Mauricio Macri”.

 

 

Entre todas las interesantes charlas que se realizaron en UDESA sobre el nuevo escenario político, Natalia Del Cogliano se refiere a un dato poco advertido: la disposición del “voto agropecuario” no como la explicación única del resultado, pero sí como un sujeto disponible desde el conflicto de 2008 que el macrismo supo interpelar: «lo novedoso sí es que Cambiemos vino, entre otras cosas a representar y a politizar finalmente, un clivaje que estaba presente en esta zona, un clivaje de vieja data que no teníamos mucha idea de qué se trataba (…). Lo que vemos en 2015 y vamos a ver nuevamente en 2017, o por lo menos vimos con las PASO, veremos qué pasa aunque seguramente se agudizará en las generales, es que esta zona núcleo agroproductiva, agroganadera del país, donde se implanta fundamentalmente el voto macrista estaba disponible desde hace tiempo. Era una zona que estaba disponible y que solo necesitaba ser dotada de sentido, interpretada, y Macri pudo hacer esto. Cambiemos pudo, efectivamente, interpretar y expresarla”.

Otra hipótesis sostiene a la división del peronismo como la variable que explica la victoria de Cambiemos. Dice Ariel Basile, en Ámbito: “la victoria nacional de Cambiemos en las legislativas dejó al peronismo con un sinfín de dudas de cara al futuro, pero también con algunas certezas: los mandatarios que buscaron en este tiempo una estrategia dialoguista con la Casa Rosada sufrieron derrotas que los debilitaron para los próximos dos años de gestión. El PJ, además, no logró superar sus propias cuitas y en algunos casos el factor Cristina de Kirchner restó votos a las listas impulsadas por los gobernadores. En contrapartida, los frentes peronistas que partieron con el kirchnerismo del lado de adentro salieron victoriosos, por buen margen en distritos puntuales”.

La idea es compartida por Martín Soria, intendente de General Roca, una provincia que mantuvo la unidad del peronismo dentro del Frente Para la Victoria: “seríamos necios si pensáramos que este tipo de gobierno y su ‘revolución de la alegría’ ganan las elecciones por el cariño y acompañamiento del pueblo argentino. No confundamos, ganan por la capacidad de dividir y fragmentar a la oposición”.  

Sobre la unidad o división del peronismo, resurge un debate que viene a partir de la revisión del trabajo de Juan Carlos Torre, “Los huérfanos de la política de partidos”, cuya tesis central podemos resumir en este párrafo (aunque por supuesto vale la pena leerlo completo): “en la puja de candidaturas creo ver la expresión de un efecto social retardado de la crisis del 2001. Dicha crisis no fue sólo política con un efecto inmediato en la desafección partidaria que pulverizó al polo no peronista. Ella también exhibió en la ola de saqueos en el Gran Buenos Aires la magnitud de la fisura abierta en el cuerpo social del país. Y como tal, puso de manifiesto también la magnitud del quiebre de la columna vertebral del peronismo: el mundo del trabajo. Para resumir el argumento que quiero explorar anticipo una conjetura: la candidatura de Cristina y la candidatura de Massa son la expresión bastante representativa de dos fragmentos en los que están divididas las bases populares del peronismo”.

La tesis supone que lo que está roto no son los puentes entre las élites del peronismo sino la base social de representación, un argumento seguido luego por Rodrigo Zarazaga en este artículo. Así, la división del peronismo no es fruto de una disputa dirigencial sino un reflejo de la ruptura en el mundo del trabajo: son bases sociales diferentes que derivan en representaciones distintas.

A esa idea respondió Marcos Novaro con el articulo “El peronismo está herido pero no de muerte”. Sostiene Novaro: “es cierto que, como dice Torre, la sociedad salarial abarcaba a muchos más que ahora entre los años 40 y los 70. Pero también entonces había marcadas diferencias entre los viejos y nuevos asalariados, entre los de distintas regiones del país, entre empleados de cuello blanco y trabajadores de overol, y el peronismo siempre se las ingenió para ser el puente entre todos ellos”. Y, se pregunta: “¿hay alguna evidencia de que, por ejemplo, los sindicalizados votan más a Massa y los informales y desocupados a Cristina? No”.

Esa respuesta negativa se puede observar en los datos electorales. El trabajo de Juan Pablo Pilorget, (“La estructura sociodemográfica del voto metropolitano. Una aproximación a partir de las PASO a Senador Nacional 2017”, presentado en UMET) permite observar una asociación entre voto y variables sociodemográficas en la provincia de Buenos Aires para Cambiemos y Unidad Ciudadana, mientras no se ve una asociación fuerte para el massismo, que adquiere un voto más transversal.  

En el análisis de los datos electorales nos encontramos también (porque existe cada vez más o porque empezamos a mirarlo ahora, aún no lo sabemos) con la grieta generacional, un fenómeno que se vio también en el Brexit y en la elección de Trump.

Martín Schuster y Agustín Cesio hacen una observación relevante al respecto: “el PRO se mueve en el mundo millennial como pez en el agua, mientras el peronismo es un gigante avejentado y anacrónico, que entre el vértigo de los algoritmos sigue cantando la nostalgia de la vieja sociedad salarial. Cuando miramos votos, sin embargo, vemos otra cosa: el PRO crece en apoyos entre las viejas generaciones y el peronismo es más fuerte entre los jóvenes. Un partido para millennials con electorado senior y un partido tradicional que gana entre los millennials”.

En un texto publicado en El Estadista, Victoria Murillo sostiene que “el único liderazgo peronista que emergió a nivel nacional este domingo es el de Cristina Kirchner ya que pudo congregar casi tres millones y medio de votos, pese a su derrota en la provincia de Buenos Aires por 4 puntos.  Y ella ya ha anunciado que Unidad Ciudadana, y no el peronismo, será la base de la coalición opositora al gobierno de Cambiemos que pretende liderar”.

Lo que podría decirse una especie de crisis orgánica sólo al interior de la oposición: ninguno terminó de nacer, ninguno terminó de morir. Agrega Murillo que “la derrota (de CFK) erosionó su capacidad de imponerse al interior del peronismo (como lo hacen patente la búsqueda de alternativas por parte de los gobernadores y los anuncios de Pichetto respecto a que ella no formaría parte del bloque peronista en el Senado). Pero al mismo tiempo, el apoyo electoral que obtuvo hace más ardua la renovación del Peronismo y el fin de su fragmentación, debilitando a este movimiento de cara a las elecciones presidenciales de 2019”.

A esto yo le agregaría una pregunta: ¿fue la derrota frente a Bullrich lo que erosionó la capacidad de imponerse al interior del peronismo o hay, también, motivos de otra especie (personales, ideológicos, sistémicos)? Parece un buen punto a explorar por textos y análisis subsiguientes. Como punto de partida puede pensarse en contrafáctico: ¿hubiera garantizado una victoria de CFK sobre Bullrich su propia imposición al interior del peronismo?

Por otra parte, la estrategia de jugar afuera para disciplinar hacia adentro del peronismo no es novedosa: es la descripta por Matilde Ollier para los casos de Cafiero en 1985 y de Kirchner en 2005. La situación pareciera a priori más parecida a 1985: el peronismo en la oposición, dividido y sin capacidad de organizarse en torno a un liderazgo. Los resultados de 1985, además, son llamativamente «similares». 

 

Por supuesto que ningún resultado está puesto de antemano, al menos no en política, pero una última hipótesis que podríamos explorar es la idea de que ganó “porque tenía que ganar”. Sin volvernos teleológicos, sí podemos pensar la victoria del macrismo no como una anomalía sino como el resultado más posible entre una serie de posibilidades. Que el macrismo ganó el 2017 porque ganó el 2015. 

Es parte del análisis que propone Julio Burdman, quien le otorga valor explicativo al sistema político: democracia, presidencialismo, un tipo particular de federalismo y elecciones concurrentes dan un combo de recursos que, sin determinar, favorecen las oportunidades del oficialismo. Algún análisis similar realizamos hace unos meses en este post de Artepolítica: los recursos de poder de un presidente, mucho más frente a su primera elección legislativa, cuentan. Facundo Cruz le agrega datos y un elemento más a esta hipótesis: las PASO como factor ordenador que favorece a los oficialismos.

Que el primer desafío electoral de un oficialismo resulte un condicionante favorable a los oficialismos es una variable difícil de operacionalizar en datos. Más allá de la experiencia histórica (Alfonsín, Menem y Kirchner ganaron sus primeras legislativas) traemos aquí un elemento cualitativo y para nada ortodoxo de análisis.

Si fuera este un trabajo de investigación cualitativa que intentara descifrar el “mensaje promedio de las urnas”, apostaríamos como herramienta por la conversación que se mantuvo en un programa de televisión de la tarde los pasados días y que transcribimos con cierta edición:

– ¿Qué hubiera votado Lucía?

– A Cambiemos, claro. (…) Lo queremos a Macri.

– ¿Y a Cristina?

– Y… estábamos mejor con Cristina. (…) Pero bueno le vamos a dar un tiempo a Macri.

– Hay cosas que van a aumentar.

– ¿Y cómo hago? A mi se me fueron muchas cosas para abajo…

– Pero a vos te gusta el Gobierno, dijiste que…

– No. No es que me gusta. Le vamos a dar un poco de tiempo más.

 

Lejos de subestimar, el diálogo revela un discurso que, como tal, existe y es performativo de cosas que suceden en la realidad objetiva. Y que, por lo tanto, necesita ser aprehendido por los actores en disputa.

Presidencialismo, primera legislativa, oposición dividida y PASO: pareciera que, dada esa combinación, la anomalía para un oficialismo es perder.

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