Dominación

Stade_Français_history_-_Restoration

Este breve texto parte de una hipótesis. Once meses de gobierno de Mauricio Macri permiten aventurar que la coalición política que encabeza el Presidente no tiene en mente ser “un gobierno más”, en el marco del juego político conocido, sino forjar un nuevo tipo de dinámica que excluya del régimen político a ciertos programas y posiciones encarnados en ciertos hombres y mujeres.

Se trata de fundar una nueva (¿o es vieja?) “normalidad” donde exista una re-jerarquización en la que algunos sectores (o dirigentes) quedan habilitados para plantear determinadas cuestiones y otros dirigentes, que tienen otras agendas, quedan afuera. Se redefine a través de qué trayectorias político-sociales puede accederse a ciertas posiciones en el aparato del Estado y qué menú de opciones de política pública es posible aplicar. Idealmente, queda “habilitado” un “equipo corto” como el del primer Gabinete de Mauricio Macri, donde priman los varones de cierto rango de edad (más o menos entre 40 y 50) que viven en un puñado de barrios (todos del norte, todos de alto valor del metro cuadrado en dólares) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que, preferiblemente, fueron al mismo colegio que el del Presidente. No al posgrado. No a la universidad. Al mismo colegio secundario. Por ahora, hay un sector de la oposición, de sindicatos y de organizaciones sociales que pueden participar de esta dinámica. Quizás más adelante ciertas políticas públicas ya implementadas funcionen como un corset, un cinturón de castidad, en el que una vez puesta la llave sea muy difícil plantear jugar a otra cosa. El acelerado endeudamiento y la política de “metas de inflación” son sólo dos ejemplos de ellas.

Siempre conviene volver a Weber. La dominación implica la probabilidad de encontrar obediencia a un conjunto de mandatos dentro de un orden, en este caso político. La dominación puede implicar, es deseable, disciplina: obediencia “pronta, simple y automática”. Pero lo que a Weber pareció preocuparle más es señalar que se trata de una construcción que requiere de legitimidad para sostenerse. Legitimidad que puede incluir, o no, consenso. El truco aquí es ver cómo hará Cambiemos para dotar de legitimidad su nueva idea de juego político.

En este esquema que se plantea, las nuevas  jerarquías y trayectorias sociales en política y nuevos (¿o son viejos?) temas implicarían, de ser efectivamente rutinizados, algo así como empezar a jugar al rugby en un lugar en el que -a no confundirse- no ya por doce, sino por cien años se jugó al fútbol. Por ejemplo: pasar de un sistema electoral donde los partidos políticos tienen mucho peso el día de las elecciones a uno donde “se baja el precio para que un partido chico pueda competir” (como lo dijo Mauricio Macri el otro día) es refundacional. Pasar de un sistema donde los jueces de la Corte Suprema se nombran en el Senado a otro donde se nombran por decreto es (hubiera sido) refundacional. Pasar a un sistema donde los sindicatos pasen a ser de representantes de los trabajadores contra los patrones a ser sus socios y cogarantes sería refundacional. Pasar de un país en el que todo el mundo protesta libremente, toma escuelas, hace huelgas y corta calles a un país en el que las personas que protestan mucho van presas, es refundacional. Pasar de un país en el que los trabajadores no permiten que nadie les diga que no pueden tener consumos de lujo a un país en el que los políticos les dicen a los trabajadores permanentemente que tienen demasiado y que no lo merecen, es refundacional. Pasar de un país en el que la educación superior es un derecho a un país en el que la mera existencia de universidades en funcionamiento debe ser justificada y explicada como si se tratara de un gasto de lujo, es refundacional. Pasar de un país en el que las políticas de memoria ubican a la última dictadura cívico-militar como un genocidio a un país en el que un funcionario por día debate el número de desaparecidos, es refundacional. Lograr un país en donde la identidad kirchnerista, que obtuvo el 30% del voto como piso desde 2005 hasta 2015, desaparezca por completo, sería también refundacional. Este es el espíritu refundacional de Cambiemos. Las refundaciones (o los intentos de ella) son, como el gobierno de Cambiemos, intentos de reescribir un país que se apoyan sobre el borramiento de otro país. Como las de la Generación del 80, la Revolución Argentina o la última dictadura militar. El actual gobierno aspira a ser un gobierno refundacional de derecha. Y como tal pretende, volviendo a Weber, modificar la dinámica de la dominación.

Cambiemos se acerca a su primer año en el gobierno. En esta etapa, se registran señales transparentes sobre su visión de la política y la dirección estratégica a la que apuntan, pero emergen también incógnitas respecto de su aplicación. Paradójicamente, una administración que alimenta la idea de ser portador de la eficiencia y la modernización estatal, ha tropezado en estos casi doce meses con diversos problemas de gestión. Está claro cuál es el rumbo general deseado, pero no siempre los medios elegidos han resultado efectivos. Ha atravesado “pequeñas” crisis: la fuga de los hermanos Lanatta, el retroceso en el nombramiento de los jueces de la Corte Suprema por decreto, las idas y vueltas con el tarifazo a los servicios públicos, la aplicación de políticas negadas durante la campaña electoral, el apoyo explícito  a Hillary Clinton en la elección de Estados Unidos. Pero de todas ha salido adelante sin mayores daños. Es cierto, la paciencia social suele ser amplia en el primer año de mandato de todo gobierno.

En ese contexto, el macrismo avanza en base a prueba y error, avanza buscando límites, pero avanza con mucha claridad, sobre todo a partir de las definiciones del Presidente, que es quien enuncia (con más claridad ideológica que sus propios ministros) un programa de derecha neta que hace reaccionar a los opositores de manera extrañada.

Por ejemplo, pese a todas todas las apuestas que circularon sobre inminentes renuncias o cambios en el gabinete luego de aquellas “crisis”, nada de ello ocurrió: no desplazaron a Patricia Bullrich, no se fue Juan José Aranguren a su casa, no cambiaron a Susana Malcorra. Pareciera ser que hay algo en el modo de construcción política (de la dominación), que no está respondiendo a los cánones que estamos acostumbrados. Ministros desprestigiados y habiendo cometidos gruesos errores, pueden seguir al frente de sus carteras. Hasta ahora, una Canciller que cometiera no uno, no dos, sino tres desaguisados seguidos debía dejar su puesto. ¿Por qué no lo hace? Puede ser que en este gobierno pese más la pertenencia a un pequeño círculo de confianza no sólo política sino también social que cualquier idea tecnocrática. Pareciera ser, insistimos, que algo cambió en el código.

Otro cambio de regla del fútbol al rugby. “Juntos todo es posible”. La aplicación de las generalidades al lenguaje político parece llenar la comunicación oficial. Mientras Cristina Kirchner dedicaba horas a las cadenas nacionales, para enviar mensajes políticos, pero también para explicar los motivos y los objetivos de una política pública determinada -todos ellos debatibles, opinables en democracia-, ese esfuerzo y producción están ausentes en el mensaje de Cambiemos. Ellos saben por qué lo hacen ¿La sociedad? Que acompañe. “Este es mejor sistema” dijo Mauricio Macri sobre el voto electrónico. Punto. Cambiemos tiene varios expertos en ciencia política que bien podrían aportar a la discusión desde el punto de vista de su partido. No lo hacen. ¿Porque no quieren o porque las leyes tienen que salir así, “porque lo pidió el presidente”?

Esta ausencia o debilidad argumentativa en el debate sobre el voto electrónico no constituye una excepción sino más bien un patrón de comportamiento que se dio en otras medidas, como en los tarifazos, los despidos en el sector público, o el veto presidencial a la ley anti-despidos. El gobierno promueve la idea de que reconoce los errores propios y que está dispuesto a corregir cuando se equivoca. Pero la lógica más bien parece la de avanzar lo máximo posible, y en todo caso, retroceder cuando la relación de fuerzas le resulta adversa.

Varios jugadores de la política de fútbol se han preguntado por qué avanza el oficialismo con el proyecto de voto electrónico justo en este momento, o por qué se decidió hacerlo sin buscar aliados claros, sin tener respuestas técnicas. Así como se han preguntado de manera extrañada cómo el presidente no reemplaza a la deslegitimada Susana Malcorra o a Juan José Aranguren. Bajo las reglas del fútbol un ministro deslegitimado es un ministro que representa un peso muerto en el gabinete. Sin embargo, bajo las otras reglas puede valorarse más la decisión de mantener un ministro aún en momento de crisis para “comunicar” decisión o para dejar más aún en claro que “lo pide el presidente”.

Inclusive hay desconcierto entre otros actores, por así decirlo extra políticos. Diarios y medios de comunicación se sorprenden de que el nuevo gobierno antes de inaugurar una nueva era de abundancia recortó la pauta publicitaria y condenó a la industria a nadar (los dos grandes) o hundirse. Pero, ¿no será tal vez que este gobierno prefiere activamente un campo mediático con menos jugadores? ¿Que la intención no es comunicar más sino, justamente, comunicar menos?

A veces da la sensación de que los demás jugadores del campo político, tanto peronistas como los mismos radicales aliados de Cambiemos, siguen jugando al fútbol.  Los aliados del radicalismo, ¿se dan cuenta de que la ley del voto electrónico va a volver mucho más prescindibles y por lo mismo “baratos” sus fiscales? ¿Se dan cuenta los sindicatos que no funciona el plan económico de Cambiemos sin -como lo han dicho los empresarios en todos los foros empresarios “reducir el costo laboral”-? ¿Se dan cuenta los movimientos sociales que no entran en el esquema de Cambiemos como “movimientos” sino apenas como gestores “clase B” no ya de “lo social” sino de “los pobres”?

Decíamos al principio que Cambiemos no quiere ser un gobierno más, sino que su intención es reinscribir la historia del país en clave refundacional. Se abre el interrogante de las posibilidades de éxito de este ambicioso proyecto. ¿Cuál es la base social con la que cuenta para su concreción? El estrecho margen electoral con el cual triunfó en las elecciones 2015, ¿constituyen una apoyatura sólida? ¿Macri fue elegido para llevar adelante, como él dice, un cambio no solo económico y político sino también cultural? Y por último, ¿en qué medida podrá asentarse un nuevo tipo de legitimidad si las transformaciones propuestas no son acompañadas por mejoras en el plano económico y social para las mayorías?

Imagen.

Acerca de Artepolítica

El usuario Artepolítica es la firma común de los que hacemos este blog colectivo.

Ver todas las entradas de Artepolítica →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *