«El poder desgasta a quien no lo tiene»

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Lo dijo Andreotti. Que siempre lo tuvo.
Y que con su poder desgastó a muchos.

Si hubiera una FIFA de la política Andreotti sería su Havelange.
El tipo que, mientras todos nos embriagamos con un mes de noches mágicas, se pasa tres años y once meses vendiendo derechos y comprando voluntades.

Durante los últimos años la estética mafiosa abrazó también a la figura ya hogareña y anciana de Andreotti.
Existió Il Divo. Hacer un documental hubiera sido mucho más difícil.
La estética mafiosa, que inauguró Puzo y consagró Ford Coppola, refleja muchos de los pliegues de la economía volátil del poder.
Pero no responde qué hubiera pasado si Bonasera hubiera ido a la comisaría a denunciar el abuso que había sufrido su hija.
Si en vez de pedir un favor hubiera presentado-una-denuncia.*

Con Andreotti pasa lo mismo.
Su capacidad de encontrar obediencia en los demás nos provoca fascinación.
Una fascinación que no resiste la más mínima consideración respecto de sus fines pero que siempre está ahí.
Las miles y miles de personas que escribían su apellido en las boletas electorales. Las «preferencias» que hicieron de Andreotti un político tan imbatible en las mesas electorales como en las mesas chicas.

A los que nos gusta la política suele fascinarnos cuando unos hombres obedecen a otros sin que haya violencia. E incluso cuando la hay.
Los que nos apasionamos por la política no creemos en las falsas conciencias. Nadie obedece por engaño. Todos, siempre, en algún punto, pueden decidir. (Incluso el amo más salvaje debe recogerse en el sueño).
Miles de personas, llegado el momento, escribían su nombre. Lo consagraban. Alguna vez fueron más de 350 mil. 350 mil personas que decidieron ir a votar en un país donde el voto no es obligatorio y escribieron una por una las letras de su nombre al lado del logo de la Democracia Cristiana.

A los que nos gusta la política nos pacifica saber que de entre todos los hijos de puta puede haber algunos que sean nuestros hijos de puta.
Pero entonces, ante cada hijo de puta. Ante los más fascinantes hijos de puta, no hay que dejar de preguntarse: quién está, ahora mismo, usando el posesivo para referirse a ellos.
¿De quién era hijo de puta Andreotti?
¿De sus votantes?
¿De ese Sur que todavía hoy se arrastra entre las ruinas que produjo un poder mafioso que no puede ser decorado por ningún honor ni por ningún cine?
¿De quién era hijo de puta Andreotti?

Lo imagino, en alguna de sus confesiones al alba, pidiendo perdón.
Pidiendo perdón por todo el sufrimiento, por todo el desgaste, que su poder había producido.
Lo imagino la primera vez que fue a la casa del diablo, tratando de aprender el camino del infierno para evitarlo.
Tratando de aprender el camino del infierno para acortar la escalera al cielo.
Y lo imagino perdido, sin encontrar el camino de vuelta a la tierra.
Donde no todos somos ángeles, es cierto.
Pero donde para ser felices no basta (y en general no hace falta) ser hijos de puta.

* errata corrige: me informan por la cucaracha de facebook que Bonasera hizo la denuncia. De todos modos el argumento permanece: el poder de las caras conocidas vs. el poder de la comunidad imaginada. El slogan de Patria/Familia/Propiedad no tiene en cuenta los abismos que hay entre cada uno de los componentes del terceto.

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