Es la realidad efectiva

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Leí tardíamente el libro “Intelectuales y peronismo, 1945-1955”, de Flavia Fiorucci. Me impactaron una serie de elementos que voy a tratar de comentar acá.

 

Primer tema:

En el libro se describen una serie de rasgos, “liberales” del enfoque cultural del peronismo, que lo alejan de la idea de puro “populismo”, del “revisionismo”, del puro “autoritarismo” y “opresión” que la propia élite intelectual de la época, refractaria a todo tipo de intervención estatal, promoción, regulación del campo intelectual y cultural tenía del gobierno de Juan Perón. Cuenta Fiorucci:

El gobierno quedó demasiado acotado en 1948 cuando los intelectuales más reconocidos del país se retiraron del Teatro Cervantes, dejando claro que cualquier iniciativa que el Estado llevara adelante en el ámbito de la cultura estaba condenada a ser leída como una injerencia interesada y política.

La autora tiene una opinión muy marcada en cuanto a que el gobierno de Perón actuaba con “una combinación de torpeza, desconocimiento y ánimos autoritarios” y no duda en amonestar al peronismo por optar por “una estrategia unilateral, la de la confrontación, alimentando aún más el desentendimiento con los intelectuales”. Sin embargo, no deja de marcar que el sentimiento de amenaza que la élite intelectual siente frente a la intervención del peronismo no captaba una serie de rasgos liberales, si se quiere, del statu quo, con los que también intervenía el peronismo.

Escuchemos qué interesante cómo lo expresa la autora, con un punto de vista con el que se puede polemizar pero que no deja de ser revelador:

Los logros del peronismo en el área cultural se vincularon, por lo tanto, a la integración simbólica de la población. El resultado sin embargo fue privilegiar el espectáculo y la fiesta -que insumieron una gran cantidad de recursos- sobre el desarrollo, la modernización y la edificación de nuevos museos, bibliotecas y centros culturales. Esta situación alimentó aún más el conflicto entre las clases cultas y el Estado, y sirvió de justificación a las lecturas más apocalípticas sobre el impacto del peronismo en la cultura. El énfasis sobre el espectáculo y sobre las prácticas vocacionales explica que el peronismo haya quedado asociado a un proyecto cultural de orientación popular, cuando en verdad sus políticas reforzaban las jerarquías propias del campo y abrevaban en el más liberal de los proyectos: educar y reformar al ciudadano.

Fiorucci admite que la mirada de los intelectuales sobre el peronismo “incluso si justificadas en el clima de época, resultan algo desmesuradas, como aquellas que equiparaban el peronismo al nazismo y también algunas de sus lecturas sobre temas más concretos”.

El énfasis de los intelectuales antiperonistas en enfrentarse al “revisionismo histórico” -como si el peronismo fuera desde el Estado el gran propulsor de esta visión de la historia- tampoco condice con un gobierno que rescataba la tradición liberal a la hora de construir la memoria histórica”. Resulta que el peronismo, nos cuenta la autora, “no innovó en materia de memoria histórica”.

Segundo elemento:

Fiorucci destaca que la llegada del peronismo al poder, por un lado, cristalizó en la élite intelectual la idea previa que tenía acerca de “qué es esto”: fascismo, nazismo, sin más. Estas ideas unificaron al campo de la élite intelectual. Por decirlo de algún modo, comunistas y liberales permanecieron unidos en el rechazo al régimen. Paralelamente, “y en un sentido inverso, la política se convirtió en un tema marginal en el discurso público de los intelectuales. Desde 1946 los intelectuales dejaron de interpelar a la sociedad y al gobierno por cuestiones referentes a la política”. Esto les permitía, por un lado, permanecer unidos, aunque también preservar sus instituciones (principalmente la Sociedad Argentina de Escritores – SADE) de la injerencia del peronismo. Se trata de una especie de “autocensura” para “sobrevivir” en un contexto de verdadero “terror” que la élite intelectual siente por el peronismo y sus brazos “represivos”. “En este sentido, la estrategia funcionó. La institución (la SADE) no fue clausurada”, señala Fiorucci. ¿Tanta era la amenaza? ¿Era de la magnitud que sentían estos intelectuales?

 

Tercer elemento

Es muy interesante el recorrido que Fiorucci hace de la revista peronista “Hechos e ideas”, que había comenzado con la UCR entre 1935 y 1941 y que luego reaparece en 1947.  Distingue allí dos períodos, el primero, desde 1945 hasta 1951, fue “el tiempo de los ideólogos, de los nacionalistas populares”. “Estos utilizaron la publicación como un espacio donde definir ideológicamente el proyecto del peronismo, lo que implicaba un proceso no exento de contradicciones porque, al mismo tiempo que se intentaba dotar de una serie de contenidos programáticos al nuevo régimen político, se procuraba leer la misma experiencia -tal como se estaba dando- bajo el marco de esos contenidos”. La segunda etapa, a partir de 1951, “se caracterizó por la proliferación de artículos de carácter más técnico, por los comentarios de la coyuntura política y por el tono propagandístico”. Puea veamos: “En ese entonces, los intelectuales perdieron visibilidad dentro de la publicación. Las notas firmadas por Raúl Scalabrini Ortiz, Ernesto Palacio o Atilio García Mellid desaparecieron de sus páginas y fueron reemplazadas por artículos elaborados por ministros, diputados, técnicos estatales y burócratas…

¿Y qué pasó con los intelectuales peronistas? “Scalabrini Ortiz afirmó que a partir de 1951 fue silenciado porque varias de las publicaciones en las que trabajaba se cerraron. El ensayista se refirió a este tema afirmando que había sido ‘excomulgado del gobierno’ y que no sabía si esto se debía a ‘chismes’ o a ‘su particular modo de enfocar los asuntos sin cortapisas’”. Jauretche apeló a “la poca disponibilidad de Perón a aceptar liderazgos alternativos a la hora de explicar su marginación”. Según él “Perón no quería que hubiera capitanes ni tenientes, ni sargentos, ni nada.Me lo dijo a mí enel 45. Yo le dije a Perón lo que nadie le decía y el hombre se había desacostumbrado a mi franqueza”. Jauretche, señala la autora, “describió al grupo que rodeaba a Perón como ‘un sistema de alcahuetes’”.

A Fiorucci, en una nota al pie le parece “llamativo que el carácter cada vez más represivo del gobierno no resultara en cismas. Estos intelectuales continuaron siendo peronistas aunque su peronismo se convirtió en algo privado y todos ellos se retiraron de la escena pública. De acuerdo con varios testimonios, seguían pensando que el peronismo era la mejor opción para llevar adelante sus ideas y agendas y, por lo tanto aunque no estuvieran de acuerdo con alguna de las acciones del gobierno, no se convirtieron en opositores. Ponían claramente sus ideales en un lugar subordinado a sus intereses o aspiraciones personales. Scalabrini Ortiz mencionó que decidió no criticar públicamente a Perón porque sabía que ‘todo desacuerdo que (manifestara iba a ser) aprovechado por los enemigos de esa misma Revolución Nacional”.

“La historia aquí relatada -señala la autora- indica que estos intelectuales fracasaron en convertirse en los ideólogos oficiales o en los intelectuales orgánicos del peronismo. Empero, es preciso matizar la contundencia de esta aseveración indicando ciertas victorias en el plano simbólico. A pesar de haber sido marginados, los nacionalistas -especialmente los populares- tuvieron una influencia importante en el discurso peronista. (…) Esto nos lleva a concluir que, si bien estos intelectuales no lograron relevancia a largo plazo, ganaron varias batallas en el terreno de la lucha ideológica, aunque a contrapelo de su suerte personal”.

 

Ultimo punto

El último capítulo del libro, que describe los primeros tiempos de Revolución Libertadora y la ruptura del consenso de los intelectuales sobre el peronismo es riquísimo. Algunos de los que tanto temor habían tenido de alzar su voz contra el nazi-peronismo ahora veían (y denunciaban) que el gobierno de facto torturaba, censuraba y fusilaba. Ernesto Sábato fue expulsado de la revista Mundo Argentino tras publicar un artículo titulado “Para que termine la interminable historia de las torturas”. Borges, Victoria Ocampo y Manuel Mujica Láinez, mientras tanto, firmaron tras los fusilamientos una solicitada en la que se ven “obligados a condenar a quienes perturban el afianzamiento de la Revolución”.”Juzgar y censurar la cosa pública es un derecho inalienable al que no renunciamos, pero no podemos olvidar que el país sale de una zona de infamia y que nuestra discordia favorecería fatalmente a los opresores de ayer”. Las críticas de Ezequiel Martínez Estrada, ese autor que tanto fascina a Horacio González, (“¡El pueblo es una fiera terrible, no lo hostiguéis!”) también encuentran la amonestación pública de Borges:

“El actual gobierno argentino no es perfecto. Ningún gobierno lo es. Pero, sin dudas, es el mejor gobierno posible en estos momentos. Y, sobre todo, es un gobierno mejor que el que nos merecemos. Todos los argentinos tenemos el deber de apoyarlo. Aramburu y Rojas podrán estar a veces equivocados pero nunca serán culpables. Por eso considero mala la actitud de Martínez Estrada”.

Fiorucci aclara: “Las diferencias se referían a los métodos utilizados pero no a la pertinencia o la necesidad de ‘desperonizar’. Las batallas retóricas entre los intelectuales adquirieron un decir que fueron las políticas del propio gobierno previsional las que terminaron por dividir al efecto disruptivo porque se conjugaron con la brutalidad de la Revolución Libertadora. Es campo intelectual. Sin lugar a dudas, estas se superpusieron a inquinas y rivalidades personales como el mencionado tema de las diferencias literarias entre Borges y Sábato. A esto se sumaba que el antiperonismo era una posición vaga, definida no por consensos programáticos sino po rel rechazo y donde la solidaridad grupal aconsejaba eludir debates que pudieran comprometer la lealtad a la causa”.
Son muy ricas las cuestiones que podemos pensar a partir del libro de Fiorucci. Tanto sobre el campo “no peronista” de intelectuales (que suele ser el más numeroso), como del otro. A mí se me ocurren algunas, pero seguramente el lector que haya llegado hasta aquí podrá pensar en mejores.

Foto.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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