Los pañuelos son sagrados

El miércoles cuando estaba volviendo de la marcha me di cuenta de que nunca se me había ocurrido llevar el pañuelo blanco y pensé «¡guau! quizás esta es la única vez que voy a usar el pañuelo en toda mi vida». Ese día de hecho lo había usado todo el tiempo: lo llevé atado al cuello a la Facultad a la mañana para la clase de dudas antes del parcial y hablé con los alumnos sobre por qué lo tenía puesto.

Antes de que la clase empezara (todos llegamos temprano) les dije que el pañuelo blanco no era por un resfrío ni porque me quedara bonito sino porque era un día importante: muchos íbamos a ir a la Plaza de Mayo a rechazar la decisión política de la Corte de habilitar que los perpetradores del terrorismo de Estado de la última dictadura (genocidas, para mí) salieran de la cárcel. Les recordé que cuando estudiamos un texto de Berger y Luckmann dos semanas antes sobre la construcción social de la realidad y hablamos de la legitimación, que es necesaria (dicen Berger y Luckmann) cuando las instituciones pasan de una generación a otra, habíamos trabajado sobre el ejemplo de las leyes de obediencia debida y punto final y los indultos: habíamos llegado juntos a la conclusión de que esos pactos, esas instituciones producto de relaciones sociales específicas, no se habían podido legitimar como para pasar a otra generación a la cual le resultaban intolerables. Por eso ese día era importante usar ese pañuelo y mostrar que para nosotros esos pactos de impunidad son intolerables.

Después me lo dejé puesto, incluso en mi casa. Fui a la casa de un amigo a llevarle un libro, también con el pañuelo y lo llevé puesto en el subte hasta Plaza de Mayo. En la marcha me encontré y abracé con gente de todas las etapas de mi vida, gente que no veía hacía muchísimo, todos con el pañuelo. En el momento en el que nos autorizaron a sacárnoslo del cuello y agitarlo, vi a todos muy conmovidos cantando «como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar», una canción que en general se sigue cantando los 24 de marzo aunque muchos militares que cometieron crímenes de lesa humanidad estén presos y afortunadamente no haya que ir a buscarlos a ninguna parte más que a Ezeiza. Algunos filmaban para compartirlo o para que les quedara para la posteridad, otros lloraban, otros saltaban, otros se abrazaban, y muchos mirábamos los pañuelos que se agitaban en el aire con cierta fascinación.

Al final de la marcha, cuando estábamos desconcentrando, me encontré con un compañero de división de la secundaria a quien no veía hacía mucho tiempo. Me pidió un pañuelo y yo tenía muchos en la mochila así que le di uno y, como íbamos para la línea E los dos, aprovechamos para volver juntos y ponernos al día. Como él es antropólogo y yo el lunes había dado una clase sobre Las formas elementales de la vida religiosa y estaba medio manija le dije: ¿Viste que nunca usamos los pañuelos nosotros? Es re tabú, de hecho viste que no nos los podemos poner en la cabeza. Me dijo: Es cierto, no lo había pensado, no sé si es tabú la palabra igual. La Mula tenía razón: no era esa la palabra.

En la semana había hablado del tema con otra gente. Decíamos que nadie tiene pañuelos de tela en su casa, y le conté a un amigo que al principio de todo, cuando las Madres eran madres sin mayúscula y recién empezaban a manifestarse dando vueltas alrededor de la Pirámide de Mayo para así cumplir con el mandato policial de circular, los pañuelos eran pañales. Le conté que como antes se usaban pañales de tela, las Madres de Plaza de Mayo empezaron poniéndose los pañales de sus hijos (o cuadrados de tela que representaban a los pañales de sus hijos), quienes ya no usaban pañales, pero en ese símbolo estaba toda la fuerza de decir que para una madre un hijo siempre sigue siendo un poco un bebé, no porque se nieguen todas las demás etapas, no porque se lo infantilice, sino porque las personas, como podemos simbolizar y podemos recordar, somos todo en presente, pasado y futuro: todo lo que fuimos y todo lo creemos y deseamos que vamos a ser. Con mi amigo nos quedamos pensando que quizás el símbolo había ido cambiando de pañal a pañuelo porque los pañales son «feos», tienen caca de bebé, y es difícil imaginarse a alguien con un pañal en la cabeza. Además, los pañales cambiaron, nadie usa pañales de tela, entonces ya para entender la idea «pañal de tela» hay que hacer un esfuerzo, no surge inmediatamente. Entonces fue cambiando de pañal a pañuelo, y de pañuelo al pañuelo de Las Madres.

Volví a mi casa muy cansada de la marcha. Me abrí una latita de cerveza y até mi pañuelo blanco a la lámpara del escritorio donde trabajo. Lo miré unos segundos: ese pañuelo que me había generado tanta emoción en el día y tantas preguntas durante la semana era (es) un pedazo de tafeta blanca de un paño grande que compré en Once el día anterior. Con mi mamá a la noche nos habíamos quedado cortando ese paño para tener pañuelos para todos los amigos. Pero durante el día ese pedazo de tafeta blanca había sido otra cosa.

¿Qué cosa? Volví a pensar en Las formas elementales de la vida religiosa. En ese libro tan lindo Durkheim dice que todo el conocimiento humano nació de las creencias religiosas, y esas creencias se estructuraron en función de dos categorías: lo sagrado y lo profano. Lo sagrado se distingue de lo profano sobre todo porque está protegido por prohibiciones que ante todo determinan quiénes pueden manipular objetos sagrados, ingresar a lugares sagrados, hacer movimientos sagrados, ingerir alimentos sagrados etc., y quiénes no. Y sobre esas normas se montan otras normas que tienen que ver con cómo se manipulan estos objetos, cómo se relacionan entre sí y con quienes los pueden manipular, y cómo se relacionan con los objetos profanos y con las personas que no están autorizadas a manipularlos.

En general, los que no somos madres de desaparecidos organizadas en alguna de las agrupaciones que aglutinan a madres de desaparecidos no podemos usar un pañuelo blanco en la cabeza y rara vez lo podemos manipular: está prohibido, es de ellas, ellas son las que están autorizadas. Esto no es así para otras organizaciones de familiares de desaparecidos: una remera de HIJOS, por ejemplo, la puede usar cualquier persona. ¿Está prohibido legalmente, está prohibido para todos? No, solo está prohibido para los que creemos que en la lucha de las Madres hay algo precioso, algo que queremos ensalzar y preservar de todo lo malo del mundo, de todo lo feo, de la muerte. Ayer todos pudimos llevar el pañuelo al cuello y agitarlo y gritar. Pero fue solo por un día. El comunicado de Madres Línea Fundadora lo aclaraba en negrita, decía *por esta vez* todos pueden llevar el pañuelo, pero no lo pueden usar en la cabeza sino atado al cuello y recién cuando demos la orden, todos lo van a levantar al mismo tiempo. Es decir, el pañuelo por ese día lo pudimos usar todos, pero siguiendo una serie de normas: no podíamos usarlo de cualquier manera, ciertamente no en la cabeza, y su uso quedaba restringido a esas 24 horas del 10 de mayo.

 

En Las formas elementales de la vida religiosa, otra cosa que dice Durkheim es que el origen de la sacralidad de los objetos y, por ende, de las creencias, viene de que nuestras vidas tienen dos momentos o dos tiempos. Durkheim llega a esta conclusión a partir del estudio de las comunidades totémicas australianas. Esas comunidades se organizaban en clanes. Estos clanes tenían un momento en los que las distintas ramas estaban dispersas y se dedicaban a cazar, pescar y recolectar para vivir. Ese tiempo, en general el más prolongado, es un tiempo «mediocre» (esto lo dice Durkheim, no lo digo yo) y repetitivo donde la vida no tiene intensidad y por lo tanto, a veces, pareciera que tampoco tiene demasiado sentido.

La vida de los humanos adquiere sentido en otro momento, que es cuando el clan se junta. Cuando el clan se junta es una fiesta en la que casi todas las reglas se pueden romper porque están todos sometidos a una fuerza extraordinaria que los arrastra hacia el grupo con una intensidad casi imposible de resistir. Cada clan tiene un tótem que lo identifica y a la vez es una entidad superior («un dios») que los cuida. En ese momento, los individuos casi dejan de ser individuos y pasan a ser una manifestación física del clan: por eso se pintan la cara con los colores y las figuras de su tótem. Como esa fuerza es tan arrolladora y los estados por los que pasan los integrantes del clan son tan intensos, esos estados son atribuidos al tótem al que representan con una figura, en general hecha de piedra o madera. La fuerza viene del tótem, pero el tótem no puede existir por fuera de la comunidad: nace de quienes se reconocen como parte del mismo clan, y en ese reconocerse y sentirse parte aparece un poder que no es la suma de las individualidades, es otra cosa, es algo nuevo. Algo que los llena y le da sentido a sus vidas. Por eso el tótem es sagrado: es algo que hay que cuidar, proteger, separar de todo lo malo. El tótem ordena el mundo también: de la separación entre lo sagrado y lo profano nacen las categorías de tiempo y espacio. Las figuras que representan al tótem pueden ser cualquier cosa, dice Durkheim: una tortuga, una planta, un pajarito. Un pedazo de tela blanca.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *