Un modelo que nació fallido

 

El mercado cambiario parece haber encontrado cierta calma, tras casi un mes de fuertes tensiones. La corrida, sin embargo, expresó desequilibrios estructurales de la economía argentina, ninguno de los cuales han sido aún superados, y fuertes divisiones dentro del mismo gobierno sobre la estrategia a seguir.

Básicamente, hay dos grandes posiciones y ambas tienen como punto de partida el gradualismo. El eje identificado como problemático es la discordancia en las velocidades del ajuste: la política monetaria y cambiaria ha ido más rápido (o fue más agresiva) que lo ocurrido en el frente fiscal (aunque no lo admitan, el déficit no bajó lo esperado debido a que los recortes nada gradualistas que se hicieron en contra de los sectores más vulnerables, quedaron más que neutralizados por la rebaja de impuestos a los más ricos). En la búsqueda del reequilibrio, tras las elecciones de octubre de 2017 el gobierno ensayó sin éxito dos recetas contrapuestas.

1) Acelerar el ajuste fiscal. Es el camino que intentó poner en práctica Macri desde que ganó las elecciones de 2017, encarando una serie de reformas estructurales que dieran como resultado una poda más ambiciosa en el gasto público. Pero rápidamente se encontró con un límite social: la movilización ciudadana, en ocasión de la reforma previsional, archivó la anunciada senda del reformismo permanente.

2) Flexibilizar la política monetaria. Fue la receta que se promovió en los últimos días de diciembre, con el anuncio de la modificación de las metas de inflación y la consiguiente reducción de la tasa de interés. El objetivo fue promover un mayor crecimiento de la economía, relegando el objetivo de reducir la inflación. El “mercado” reaccionó mal: lo vio como una intervención indebida al Banco Central, y en forma progresiva, junto con un cambio en el contexto internacional, buscó refugio en el dólar. Acá se encuentra parte de la explicación de la reciente corrida cambiaria.

Un problema que viene de arrastre

Ahora bien, esta divergencia de velocidades entre el frente fiscal y el monetario-cambiario y las disputas que ella ocasionó dentro de Cambiemos, estuvieron desde el origen mismo del gobierno. Veamos algunos hechos salientes del pasado reciente.

La génesis del gradualismo. El macrismo accedió a la presidencia por un estrecho margen, en buena medida por una estrategia de “caprilización”: solo prometiendo que iba a mantener parte de la herencia social y económica del kirchnerismo logró imponerse en las urnas.

En paralelo, y como parte de la misma estrategia de alejar el fantasma del ajuste, Cambiemos promocionó la figura de Prat Gay, representante de una línea económica más “blanda”, en contraste con el ala dura conformada por los hasta entonces economistas de cabecera del macrismo (Melconian, Espert, Broda). Si Prat Gay, uno de los artífices del gradualismo, logró convertirse en Ministro de Hacienda, fue producto de que el macrismo supo leer correctamente la relación de fuerzas imperante. Sin crisis previa, no había posibilidad de hacer cirugía mayor, tal como era el deseo de gran parte del establishment, e incluso, inicialmente, del propio Macri.

La estrategia gradualista, para Prat Gay, era tanto en lo fiscal como en lo monetario-cambiario. Su viabilidad se apoyaba en un supuesto fundamental, que se demostró tempranamente errado: la abundancia de dólares que se iba a producir con un gobierno pro-mercado.

Con esa ingenua confianza, Macri le cumplió al mercado las ambiciosas promesas de campaña. En los primeros días de gobierno, y a todo ritmo, redujo y/o eliminó fuertemente las retenciones al agro y a otros sectores industriales, suprimió diversos controles que pesaban sobre el comercio exterior, salió del cepo cambiario en un solo día, y desreguló casi completamente el movimiento de entrada y salida de capitales.

A pesar de esa batería de medidas, los dólares no llegaron en la magnitud que se esperaba. Ello quedó en evidencia en el primer verano que le tocó a Macri disfrutar en la presidencia (diciembre de 2015- marzo de 2016).

1) Préstamo de bancos. Prat Gay, aún antes de asumir, decía que tenía asegurado un préstamo de una serie de bancos a tasa barata por un total de 15 mil millones de dólares. Sin embargo, esa entrada de divisas llegó recién a fines de enero, mucho más tarde de lo previsto, por un monto mucho menor (5.000 millones), a tasas más altas (tasa Libor + 6,5%, plazo de 11 meses) y en la que participaron menos bancos de los originalmente anunciados (se bajaron Goldman Sachs, Bank of America y Credit Suisse).

2) El campo no puso el hombro. Otro signo inquietante fue que el agro, muy beneficiado con el combo de medidas adoptadas, no liquidó los dólares de la cosecha en la cuantía y a la velocidad que estaba previsto. Durante enero y febrero, fueron palpables las tensiones en el mercado cambiario por la escasez en la oferta de dólares.

3) Davos. Una tercera demostración, contemporánea a las dos anteriores, fue el viaje de Macri a Davos, en enero de 2016. Allí, el Presidente argentino fue tratado como la gran novedad, pero escasearon los anuncios concretos de nuevas inversiones.

En síntesis, los dólares no vinieron. El “mercado” desde el principio manifestó su disconformidad con lo que consideraban excesivo gradualismo. A la espera de un ajuste mayor, retacearon los dólares y sólo estuvieron dispuestos a traerlos cuando el Banco Central les garantizó una altísima tasa de interés. Cabe recordar que tras la salida del cepo (en diciembre de 2015), Sturzenegger subió inmediatamente la tasa al 38% anual. Fue una estrategia preventiva. Confiado en que iban a llegar los dólares, la redujo progresivamente (en febrero llegó a estar a 30%). Pero ante la escalada del dólar, que alcanzó un pico de 16 pesos, el BCRA debió en marzo restituir la tasa al 38%.

El plan falló y la economía se encarriló ya desde el inicio por un sendero no previsto: “Si hacemos las cosas bien, va a estar más cerca de 9,50 y más cerca de 16 pesos si hacemos las cosas mal”, había dicho Prat Gay. Las cosas habían salido mal, evidentemente.

Con un tipo de cambio más alto de lo imaginado, se acentuaron los efectos inflacionarios. La suba pronunciada de la tasa de interés, a su vez, le imprimió a la economía un fuerte efecto regresivo para todo 2016. Por otro lado, la falta de dólares llevó a apurar las negociaciones con los fondos buitre. El acuerdo era una promesa de campaña, pero las condiciones firmadas terminaron siendo mucho más gravosas para nuestro país, porque se hizo de urgencia. Ya quedó en el olvido, pero Macri, para presionar al Congreso, dijo en aquel momento: “es este acuerdo o la hiperinflación”. Blanqueaba así que los dólares no habían llegado por vía de la inversión. Había que conseguirlos, a cualquier costo, por vía de la deuda.

En esta secuencia, lo que se observa es que la idea original, el gradualismo tanto en el frente fiscal como en lo monetario-cambiario, quedó en la nada casi desde el principio. El plan consistía en ajustar sin prisa pero sin pausa, con la esperanza de establecer un círculo virtuoso: a cada ajuste, sobrevendría la confianza del mercado en forma de inversiones, lo cual daría lugar a un nuevo ajuste, y así sucesivamente. Pero los dólares no llegaron y el tipo de cambio se debió fijar a un nivel mucho más alto del previsto. Fue el principio de una divergencia que perduraría: el gradualismo fiscal en combinación con una agresiva política monetaria y cambiaria.

Esta dinámica divergente multiplicó las inconsistencias inherentes al modelo. Los dólares conseguidos fueron producto de una tasa de interés tan alta como incompatible con cualquier reactivación productiva. El masivo ingreso de dólares especulativos, asimismo, generó un atraso cambiario que estuvo en la base del agravamiento del saldo comercial. El gobierno, por otro lado, nunca pudo salir de su propia trampa: cada que vez que se tentó en reducir la tasa para dinamizar la economía, el mercado cambiario atravesó importantes tensiones.

Este diferencial en las velocidades del ajuste quiso ser superado recientemente. Como se dijo al principio, con el triunfo legislativo 2017, Macri creyó tener respaldo político suficiente para acelerar los recortes fiscales. No pudo completar esta agenda de reformas por la resistencia social. A fines de diciembre, entonces, acometió con la otra alternativa: fue por la vía de relajar la política monetaria y cambiaria. La actual corrida contra el peso es la respuesta contundente de los mercados.

Como puede observarse, el modelo económico de Cambiemos puede ser criticado no solo por sus fundamentos, sino también por la manera en que fue ejecutado: a destiempo, fruto de un equivocado e ingenuo diagnóstico. Así, el reciente cambio en las condiciones internacionales de financiamiento es tan solo un revés más (por otra parte, que se veía venir hace tiempo), de los tantos que sufrió este gobierno desde su asunción. En ese listado de antecedentes negativos se debe sumar, entre otros, la apuesta fallida por una victoria de Hillary y el mundo más proteccionista que se impuso con Trump.

El gobierno se encuentra en una disyuntiva crítica muy similar a la que le tocó enfrentar a principios de 2016. Es cierto que, en 2017, gracias al motor de la obra pública y la postergación de algunas medidas de ajuste (como los tarifazos), logró surfear las olas y ganar las elecciones de medio término. La esperanza de repetir el esquema de ese bienio para 2018 (recesivo y de ajuste) y 2019 (de recuperación y crecimiento) no habría que descartarla, sabiendo de todas formas que los márgenes políticos, sociales y económicos se estrecharon significativamente.

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