Un país normal

Con los resultados del último domingo, el kirchnerismo se instala en el selecto grupo de los ciclos políticos que se suceden a sí mismos, dejando de esta manera una marca indeleble en la historia de las configuraciones populares argentinas. No es una lista larga, por cierto. Hasta ahora la integraba el ciclo radical encabezado por Hipólito Yrigoyen, el peronismo fundacional de las primeras presidencias de Juan Perón y el período menemista que convirtió al partido justicialista durante los 90 en instrumento de la transformación neoliberal. Más allá de los contenidos ideológicos, estamos en todos los casos frente a gobiernos que lograron mantenerse en el poder y ser reelectos al sintonizar con demandas sociales (materiales y simbólicas) que otros no habían podido o querido representar. Ciclos políticos muy diferentes unos de otros, que tuvieron perdedores y ganadores en diferentes sectores sociales pero que rediseñaron el país -lo marcaron- de manera innegable. Y no se trata de revivir artificalmente la siempre tentadora idea de un Tercer o Cuarto “Movimiento Histórico” -aunque escribimos, al principio, “kirchnerismo” y no “peronismo” y somos conscientes de eso- sino de constatar la simple evidencia de que con esta nueva reelección el kirchnerismo se instala ya dentro de los períodos más extensos de gobierno de la historia de la democracia argentina. Y que lo logra con cifras de apoyo similares o superiores a las de los gobiernos mencionados más arriba. Algo exótico, en el panorama convulso, recortado por crisis, auges, tragedias y euforias que caracteriza a la historia argentina.

Este año también se cumplen diez años de las jornadas de diciembre de 2001. Los ocho (para doce) años del kirchnerismo tienen en la crisis de 2001 su punto cero. El de un país que había dejado, literalmente, de funcionar. Donde la centralidad del poder presidencial se había evaporado hasta desaparecer, hasta convertirse en un cargo del que era mejor huir y pasárselo al de al lado. El rush de renuncias presidenciales de esa semana de verano ejemplificó, en tono de tragicomedia, hasta que punto el poder político en medio del incendio estaba ausente. O vacante, mejor dicho. El kirchnerismo fue eso, esencialmente, desde el principio. Una voluntad para reconstruir el poder político devaluado por años de políticas económicas neoliberales y por el hundimiento social post colapso de la convertibilidad. Reconstruir poder político en defensa propia y, después -cuándo se pueda, cómo se pueda- usarlo para transformar el estado de las cosas.

La vuelta de la política sí, pero también la vuelta del Estado y la reconstrucción, al calor del crecimiento económico, de su capacidad de volver a ocupar el centro de las mediaciones por donde pasa el poder, los poderes. Reconstrucción del Estado y reconstrucción del mercado, en el sentido de ampliarlo con la inclusión de muchos de los que habían quedado afuera y de otros que nunca habían, directamente, ingresado a él. Contándolo así no parece tanto. Pero en la perspectiva de los últimos 30 años argentinos, del tamaño de los daños que el Estado se ocupó de infringerle a la sociedad, este período se revela como una excepción. Si eso sólo pudiera decirse sobre los ocho años kirchneristas, sería casi suficiente: que no ha continuado la larga guerra abierta o larvada entre la conducción del Estado y la población. Una larga guerra que las capas dirigentes de este país mantuvieron con entusiasmo durante la mayor parte de los últimos 200 años.

Tal vez de una manera extraña la elección del domingo marque la entrada del país a una nueva era de normalidad. Una normalidad poco parecida a la que sueñan algunos o piden otros. La normalidad de un ciclo político que se ha sucedido a sí mismo ya dos veces, que remontó una derrota electoral y una crisis económica internacional (y que ahora deberá, seguramente, enfrentar otra). Un ciclo político que nació en la crisis pero logró extender uno de los períodos de crecimiento económico más largos que se recuerden. No es poco en la larga serie de ascensos y caídas de la economía argentina. En esas líneas serrucho que en cualquier gráfico de la evolución del PBI dominan el siglo XX, estos últimos años tienen la apariencia de una línea ascendente, discontínua, solamente, por el impacto de la crisis de 2008, aunque sin amenazar con destruir lo conseguido desde 2003.

Hace diez años, en los alrededores de la Plaza de Mayo eran asesinados ciudadanos que se manifestaban contra un gobierno que había renunciado a representar a la sociedad. También se pedía por el descabezamiento de -esa expresión horrible- la “clase política”. Ayer se celebraba la reelección de un proyecto político que ya lleva ocho años en el poder. Está, ahí, el resultado de la sutura que este tiempo operó entre la política y la sociedad. En 2003, en sus recorridas de campaña, Néstor Kirchner solía decir algo como “queremos ser un país racional, normal”. Fue una consigna a la que se le prestó bastante poca atención, que resultaba difícil de creer en el contexto de las batallas que el kirchnerismo con su propia lógica fue planteando suscesivamente, en medio de la música fuerte de la “épica”. Pero tal vez hoy estemos más cerca de alcanzar algo parecido a eso. Una “normalidad” que no excluya las tensiones y las confrontaciones, pero que nos ponga a salvo de la sombra de esa historia argentina hecha de euforia y frustración, de sonido y furia.

15 comentarios en «Un país normal»

  1. Creo que para poder decir que vivimos en un pais normal, falta superar un «stress test» de la economia, el pasaje de condiciones externas excepcionalmente favorables a condiciones no tan favorables u hostiles o un deterioro pronunciado de los términos del intercambio.

    Poder superar este cambio de escenario sin una debacle económica y/o política seria un excelente indicador de que estamos en un pais normal.

    1. No entiendo. ¿Cuántos casos conocés que si se dan condiciones hostiles o un deterioro de términos de intercambio no haya una mala situación económica?
      Lo normal debería ser que las crisis se resuelvan dentro del sistema democrático y que su peso no recaiga en los más débiles, algún criterio no tan maximalista me parece.

      1. Una cosa es una mala situaciòn econòmica,es decir,una recesiòn,aumento del desempleo,etc y otra muy distinta es una debacle: hiperinflaciòn, destrucciòn del sistema financiero con confiscaciòn de depòsitos, cambio de regimen de moneda,etc que inexorablemente terminan en un estallido social y caida del gobierno.

      1. Cuales paises Europeos? algunos superaran la crisis con «normalidad» y otros estàn en una debacle como Grecia, algunos estàn màs endeudados, otros menos,algunos dependen de los fondos europeos màs otros menos ,algunos tienen economias màs diversificadas otros menos, algunos son màs fuertes otros son màs dèbiles .
        No es lo mismo pasar una recesiòn de 2 años con 1% de caida del pbi que tener caidas de 10% o 15% como tiene Grecia ( o como tuvimos nosotros), no es lo mismo pasar de 7 al 10% de desocupaciòn que pasar del 10 al 20%.

  2. Es muy bueno el analisis, deja muy en claro la existencia de un antes y un después del 2001, es el punto de inflexión, rescatar al Estado como elemento mediador de la tensiones que en toda sociedad se producen a raiz de la toma de los excedentes, la subordinación de los mercados a la política ya que es ésta la única que garantiza la posibilidad de modificar las relaciones de fuerza.

  3. Es muy bueno el analisis, deja muy en claro la existencia de un antes y un después del 2001, es el punto de inflexión, rescatar al Estado como elemento mediador de la tensiones que en toda sociedad se producen a raiz de la toma de los excedentes, la subordinación de los mercados a la política ya que es ésta la única que garantiza la posibilidad de modificar las relaciones de fuerza.

  4. Me gustó el análisis. Muy bueno.
    Con respecto a lo de la normalidad me quedo con lo de María : «Lo normal debería ser que las crisis se resuelvan dentro del sistema democrático y que su peso no recaiga en los más débiles». Fundamental. Al menos esa es la normalidad con la que pretendo crezca el país.

  5. Un pais normal nunca vamos a ser, no somos Suiza, pero tampoco Uruguay o Brasil, no lo digo como critica pero si este es un pais MAS dificil para gobernar, la gente es menos sumisa.

    pero pdoria ser mas normal dentro de la media argentina si se baja la inflacion por ejemplo y paulatinamente se abandona en engaño del indec.

  6. Será por cuestión de edad, pero creo que la frase de NK ‘un país normal’ fue el lema político que más me gustó en la vida.
    Y lo de ‘país normal’ se conecta con una percepción mía muy subjetiva, que tal vez no muchos compartan: en el fondo el kirchnerismo, tanto el de NK como el de CFK, si bien es muy definido y cabeza dura, es MODERADO.
    Lo que es salvaje, violento y extremista es el antikirchnerismo.

  7. Normalidad es seguir una cierta norma, o plantar instancias de «lo que es normal», lo que sucede cotidianamente y resulta esperable. Si consideramos a nuestro país como un territorio enclavado en un continente de profundas diferencias sociales, que ha sufrido varios genocidios, que no puede disfrutar su independencia de España porque aún tiene que pelear una nueva independencia, entonces la «normalidad» esta amasada por un pasado del que cualquiera querría escapar.

    La virtud de estos años de kirchnerismo ha sido – y lo es – construir paradigmas fuera de esa «normalidad». Aplicando herramientas políticas, este nuevo Modelo ha quebrado la discusión por la alternancia de administradores sentados en el sillón de Rivadavia, y la ha reemplazado por una discusión frontal, centrada en la herencia más pesada de nuestra historia y promete asomarnos a un futuro tan soñado como postergado.
    Esta y no otra es la causa de tanta crispasión y tan revulsiva discriminaciòn en boca de los grandes grupos de poder, los sectores de nuestra sociedad que siempre han marcado el perfil de aquella «normalidad», donde lo único que podía esperarse era, siempre, más de lo mismo.

  8. Es un buen post, Mariano. Sólo un comentario cabe hacer, desde mi punto de vista. La normalidad es una ilusión, es la vieja ilusión de nuestro peronismo de la conciliación de clases como una suerte de ideal, u objetivo final, cuando es (en mi opinión) una fase, un momento de la lucha de clases. Puede argumentarse que es una ilusión de muchos, muchísimos, y que esos muchísimos, bajo ciertas condiciones, pueden hacerla realidad durante cierto tiempo; creo que podría decirse que ahora está funcionando la cosa. Y es bueno para todos, sobre todo para la clase trabajadora, tan duramente castigada en otros momentos por la represión, la híper, la desocupación. El asunto es que no hay un Fin de la Historia. Los enfrentamientos de clase pueden enfriarse y alcanzarse zonas grandes de paz social cuando la torta a repartir es tan grande que la forma tremendamente injusta del reparto no implica dejar a muchos sin tajada suficiente para ir tirando. La cuestión interesante va a ser cuando, o bien la torta se degrade, y los dueños del reparto la escatimen, o cuando los que nos conformamos con las migajas de siempre, dado que vienen engordando un poquito, nos agrandemos y vayamos por más. Como debe ser, por otro lado. Ahí es donde la política de la «normalidad» llegará a sus límites, y habrá que tomar decisiones. Tengo la expectativa muy razonable, dados los antecedentes brillantes disponibles, de que este gobierno (el de Cristina) no va a decidir contra los trabajadores, pero tampoco va a expropiar el capital, ni siquiera parcialmente: no vino para eso. Entonces, la dorada medianía no va a conformar a las mayorías, y tendremos que ver qué pasa con eso, que más tarde o más temprano se va a presentar como problema. Yo soy muy optimista, pero ya hemos visto que el PJ puede transformarse en verdugo del pueblo, de modo que no caben aquí respuestas fáciles y dogmáticas a este tipo de cuestiones.

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