La primera disputa hegemónica del siglo XXI ha comenzado.
El conflicto comercial entre los EE.UU y China en los últimos meses avanzó a través de una escalada continua. La decisión de Estados Unidos de imponer aranceles del 25% sobre importaciones chinas por valor de US$ 50 mil millones se complementó con la respuesta China de imponer aranceles del 25% sobre importaciones estadounidenses por el mismo valor. El presidente Donald Trump luego pidió a sus funcionarios del área de comercio que encontraran otros US$ 200 mil millones en importaciones chinas para colocar aranceles del 10% como retaliación por la decisión de China, y amenazó por twitter con otros US$ 200 mil millones en caso de que China continúe tomando represalias.
El anuncio de la semana pasada de que el vice-ministro chino de comercio Wang Shouwen pasará dos días en Washington este mes tratando de reiniciar las negociaciones comerciales con el subsecretario del Tesoro David Malpas, parece indicar que hay posibilidades de cierta distensión. Sin embargo, aún es demasiado temprano para descorchar el champán.
Esto se debe a que la rivalidad entre EE.UU. y China en definitiva no se trata principalmente del comercio, y solo se trata marginalmente de Donald Trump. De lo que realmente se trata es del surgimiento de China en los últimos cinco años como un formidable competidor en términos de influencia económica y política, un aspirante al liderazgo tecnológico y un importante inversor mundial.
Estos desarrollos han llevado al establishment estadounidense en las áreas de seguridad y política exterior a concluir que Estados Unidos se encuentra ahora en una competencia estratégica a largo plazo con China por la superioridad tecnológica y militar y por el dominio del sistema económico global. Esto indica que incluso si se llega a un acuerdo a corto plazo para retrasar o mitigar los aranceles, es casi seguro que los EE.UU. seguirán aplicando políticas destinadas a contrarrestar o contener la expansión China.
La reacción estratégica de Washington es en gran medida una respuesta al éxito alcanzado por China en las últimas décadas y al liderazgo de Xi Jinping, quien en su primer mandato fue sorprendentemente eficaz tanto para poner a la fragmentada élite política del país bajo su control como para estabilizar la economía.
La estrategia China
Como resultado del éxito alcanzado en su primer mandato, la atención de la dirigencia China se ha desplazado hacia tres prioridades estratégicas de largo plazo en las que Xi ha estado trabajando desde 2013. Estas son las políticas industriales Made in China 2025; un programa de «fusión civil-militar» que apunta a mejorar el complejo industrial de defensa; y la Iniciativa Belt and Road, que es una gran estrategia para aumentar la influencia global de China a través de una mejor conectividad económica. Estas tres iniciativas son en gran medida las que han despertado el sentimiento de amenaza en Washington.
Made in China 2025, que se anunció inicialmente en 2015, tiene como objetivo garantizar que China no solo sea el mayor fabricante del mundo, sino también el más competitivo. La política apunta a aumentar la capacidad de las empresas chinas en alrededor de 20 industrias intensivas en tecnología agrupadas en diez «sectores estratégicos». Estos incluyen semiconductores, robótica, aeronaves, sistemas de control aeroespaciales y marítimos, trenes de alta velocidad, vehículos de nueva energía, productos farmacéuticos y materiales de alta tecnología. Una política separada publicada en 2017 fue diseñada para el área de inteligencia artificial, la cual proclama el objetivo de convertir a China en el líder mundial para 2030.
El programa de fusión civil-militar lanzado como estrategia nacional por el gobierno de China también en 2015 consiste en un decidido esfuerzo para cooptar a empresas de tecnología del sector privado para ayudar en la modernización militar del país. Esto requiere la apertura de instalaciones de investigación militar para uso civil, así como flujos bidireccionales de talento, conocimiento y capital. Nuevamente, una de las principales prioridades del programa es el área de inteligencia artificial, que potencialmente tiene múltiples aplicaciones militares. Institutos de investigación con afiliaciones militares están desarrollando algoritmos para drones y aviones no tripulados, reconocimiento facial y sistemas autónomos.
Finalmente, la Iniciativa Belt and Road es la nave insignia de la política exterior de Xi Jinping. Tomando su inspiración de las antiguas rutas comerciales que una vez funcionaron entre China y Europa, prevé la construcción de carreteras, ferrocarriles y corredores industriales en Eurasia, y vincular estos con puertos mejorados en el Mar del Sur de China, el Océano Índico y el Mar Mediterráneo. El eje del plan es la construcción de infraestructura, en gran parte financiada por bancos chinos y construida por compañías chinas.
En opinión de muchos planificadores estratégicos estadounidenses, Xi está emprendiendo una política industrial masiva, financiada por cientos de miles de millones de dólares en subsidios y dirigida por gigantescas empresas estatales, para expulsar a las empresas estadounidenses del mercado chino, sustituir las producidas en China para las importaciones estadounidenses, y para tomar el liderazgo global en los sectores de alta tecnología que forman la columna vertebral de la economía de los EE.UU. De acuerdo con esta visión, el ascenso de China y los nuevos esquemas globales centrados en Asia, como la Iniciativa Belt and Road, desafían la posición dominante de Estados Unidos en los asuntos mundiales.
¿Un nuevo orden mundial?
En las postrimerías del colapso de la Unión Soviética, el politólogo Francis Fukuyama aclamó de forma célebre que había llegado el fin de la historia. De acuerdo con su visión no serían necesarios nuevos desarrollos ya que el mundo había alcanzado “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano».
En aquel momento histórico estas afirmaciones influenciaron profundamente a los intelectuales occidentales, quienes intentaron predecir el futuro de otros países y especialmente de los regímenes comunistas. Se asumió que habían únicamente dos caminos posibles para estas formas alternativas de organización social: el colapso o la democracia liberal de mercado.
En el clima intelectual de comienzos de los noventa, China parecía unir todas las características que supuestamente la tornarían un caso ejemplar de esta cosmovisión. Los especialistas por aquel entonces no discutían si el sistema chino iba a perecer, sino apenas sobre los detalles de cómo y cuándo esto sucedería. La creencia subyacente se basaba en la idea de que desarrollo económico, mercado y democracia son procesos que necesariamente van de la mano.
En el caso de China, sin embargo, ninguna de estas predicciones ha demostrado ser correcta. Desde el inicio de la década de 1980 el país ha atravesado un rápido proceso de desarrollo económico sin dar indicios de que podría gravitar hacia la democratización. Al mismo tiempo, durante este periodo, la Republica Popular de China sacó a 400 millones de personas de la pobreza extrema y se convirtió en la segunda economía mundial, sobrepasando a Japón en 2010.
No solo eso, sino que el reciente Congreso del PCC realizado a fines de 2017 proporcionó evidencia suficiente como para concluir que Xi Jinping y el núcleo político del partido consideran que el modelo de China se basa decididamente en la intervención estatal en la mayor parte de los sectores del a economía bajo el liderazgo político indiscutido del Partido Comunista (ver La nueva era del socialismo chino).
Diversos teóricos y estrategas han advertido durante mucho tiempo que una China en ascenso frente a una potencia hegemónica establecida como Estados Unidos es una combinación arriesgada. La idea de la «trampa de Tucídides» profetiza una batalla hegemónica por el dominio difícil de evitar. En cualquier caso, si China lleva adelante con éxito sus planes estratégicos, en las próximas décadas probablemente viviremos en un mundo muy diferente del actual. Por ahora, la situación parece indicar que China deberá doblegarse a la hegemonía estadounidense o luchar en una dolorosa guerra comercial.
Santiago Bustelo es candidato a doctor en Política Internacional por la Universidad de Fudan (Shanghai/China). Master en Políticas Públicas, Estrategias y Desarrollo por el Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Ha trabajado como investigador en el Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología (Brasil) y como Coordinador de Análisis del Consejo Empresarial China-Brasil.
Santiago, muy bueno el artículo, coincido, en Argentina miramos el tema Macri y olvidamos lo que hay detrás de una simple marioneta sin cabeza, hay algunos matices que me gustaría charlar. Cordial saludo, Carlos Cleri