(Por Manuel Barrientos)
Director del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-UNSAM) e investigador del Conicet, Ariel Wilkis es, junto a Mariana Luzzi, uno de los grandes especialistas en sociología del dinero de la Argentina. Ambos acaban de publicar el libro “El dólar: historia de una moneda argentina (1930-2019), editado por el sello Crítica.
En 2014, en plena discusión por el “cepo”, se plantearon que si eran especialistas en sociología del dinero no les quedaba otra alternativa que hacer una investigación sobre el dólar. Mariana venía de realizar un trabajo sobre los ahorristas de 2001 y Ariel de escribir el libro “Las sospechas del dinero: moral y economía en el mundo popular”. Descubrieron que, si bien había libros periodísticos puntuales y coyunturales, no había ninguno estudio previo ni sociológico ni historiográfico sobre el dólar en la Argentina. “No había investigaciones que se preguntaran y pensaran el largo plazo de cómo la moneda norteamericana devino en una moneda ordinaria en nuestro país, al punto que una niña o niño de diez años sabe cuál es hoy el valor del dólar”, explica Wilkis.
El libro comienza con una escena del programa televisivo “¿Quién quiere ser millonario?”. Santiago del Moro pregunta, en una emisión de abril de este año, cuánto cotizaba el dólar el 26 de febrero de 2015. ¡Y la concursante sabe la respuesta! E incluso gana el premio mayor. ¿Cómo es posible que en nuestro país cualquier persona está al tanto de lo que ocurre con el mercado cambiario? “Eso no sucede en otros lugares, ni siquiera en países limítrofes como Brasil. Por eso, nos propusimos reconstruir una historia sobre el dólar, que es cultural y social, porque el libro no plantea una historia económica, ni indaga en las tensiones o contradicciones entre los modelos económicos argentinos que llevaron a la inflación o a la restricción externa. Tampoco es una historia de las elites o de las corporaciones que son los dueños de los dólares en la Argentina”, señala Wilkis. La investigación es, ante todo, una historia de cómo una moneda extranjera devino una moneda popular en la sociedad argentina.
El libro rompe con dos enfoques posibles y que circulan en el sentido común: tanto las explicaciones economicistas como la mirada culturalista.
Nuestro punto de arranque es ir más allá de ambas tesis, porque las encontramos insuficientes. Es claro que es relevante la historia de la cuestión inflacionaria en la Argentina o el tema de la restricción externa. Son dimensiones claves, pero decimos que no son condiciones suficientes para dar cuenta de por qué una moneda extranjera deviene en una moneda central en la vida política, social y cultural de la Argentina. La historia inflacionaria en Brasil es muy similar a la Argentina durante todo el siglo XX; y, sin embargo, si uno viaja a Brasil y quiere pagar con dólares se los rebotan y no hay discusiones en la vía pública acerca de lo que pasa en el mercado cambiario. Y, en relación a la restricción externa, la Argentina tampoco es excepcional, ya que es un problema estructural de cualquier país dependiente. La mayoría de los países de África o de Latinoamérica tienen esa incapacidad de generar los dólares suficientes para su desarrollo.
¿Y el enfoque culturalista?
Como sociólogos, de ninguna manera podemos pensar que una práctica, una idea, una emoción o un sentimiento es algo biológico, natural o parte del ADN de los argentinos. Siempre hay un proceso sociohistórico, sociocultural, que explica ese sentimiento o práctica o pensamiento. Por eso, tratamos de dar cuenta acerca de cuáles son las condiciones de posibilidad para que las y los argentinos tengamos una atención plena a lo que pasa con el dólar: sea en la conversación pública o porque haya sectores de nuestra sociedad que usen de forma cotidiana esa moneda para invertir o para ahorrar o para hacer cálculos. Proponemos llamarlo el “proceso de popularización” del dólar en la Argentina. Si bien el libro comienza en la década de 1930, ese proceso tiene un punto de inflexión fuerte a fines de la década de 1950 y principios de 1960. Señalamos dos dimensiones que son claves: la del dólar como una moneda pública, a la que se le presta cada vez más atención; y la del dólar como una moneda que incorporamos dentro de nuestros repertorios financieros ordinarios. Esa diferencia es clave porque permite pensar esos dos modos de existir del dólar en nuestra sociedad y también dar cuenta de que, si bien un porcentaje pequeño de la sociedad argentina tiene un contacto más o menos cotidiano, concreto y material con el dólar, toda la sociedad en su conjunto presta atención a lo que pasa con el dólar.
¿Por qué el libro arranca en 1930? ¿Qué vinculaciones hay con el hecho de que también sea la etapa en la que se da el primer golpe de Estado en el país y la caída del modelo agroexportador?
En 1931 se aplicaron por primera vez los controles cambiarios en la Argentina. Buena parte del mundo atravesaba la crisis del 30, la mayoría de los países estaba teniendo una reacción contra el librecambismo dominante hasta ese momento y empezaban a desarrollar políticas de intervención. Dentro de esa batería, se encontraban las políticas de intervención del mercado cambiario. Nos pareció importante empezar ahí porque entendemos que entre los años 1930 y 1940 se dio una etapa de proto-popularización del dólar. No estaba aún en el centro de la discusión pública ni se había empezado a expandir el uso del dólar en sectores sociales diferenciados, más allá de las elites. En esos años está en debate la relación del peso con la libra, con el franco francés, con el dólar y apareció también la emergencia de la bolsa negra, el mercado ilegal de divisas. Además, nos permite trabajar sobre esas dos décadas para marcar el contraste con lo que viene después, porque hasta ese momento el mercado cambiario está vinculado a los sectores exportadores o vinculados al comercio exterior, a las elites financieras, o a las elites políticas. Pero el mercado cambiario no estaba conectado, ni en el debate público ni en términos de acceso a ese mercado, a otros sectores. Eso recién comenzamos a detectarlo a fines de la década de 1950.
El libro rastrea las representaciones acerca del dólar en la cultura popular argentina.
Fue una de las partes más divertidas, pero también más desafiantes. Una gran apuesta de la narración y la interpretación del libro era mostrar cómo el dólar adquiere cierta centralidad en la vida cultural de la sociedad argentina. Nos pusimos a buscar piezas perdidas en el teatro de revistas, en las comedias de la Calle Corrientes, o en la televisión, en la literatura, el cine, en el humor gráfico, en la publicidad.
¿Cuáles son las primeras menciones que encontraron?
Recuerdo un chiste en Caras y Caretas, de principios de la década de 1930. En el centro de la viñeta presenta a dos hombres vestidos con galeras, con referencias claras a que son parte de una elite, y prestan atención a la cotización del dólar. Y contrasta con las viñetas que encontramos a principios de la década de 1960 –y ni qué hablar a partir de los setenta y ochenta-, en el cual el humor gráfico sobre el dólar ya aparecía referenciado con personajes de la clase media porteña. Por ejemplo, una persona que está recostada en un diván del analista y manifiesta sus preocupaciones sobre el dólar. También reconstruimos la línea del teatro de comedias; y, específicamente, sobre el Teatro Maipo. En 1939, se estrenó la obra “El dólar está cabrero”. En 1949, la obra “La divisa es la mejor risa”. Y a fines de 1975, los hermanos Hugo y Gerardo Sofovich estrenaron “Los dólares están en el Maipo”, que fue una de las obras más vistas de ese verano.
También rescatan varios monólogos de Tato Bores.
El primer monólogo que encontramos es de 1962, en el que Tato narra un momento de devaluación y lo que sucede en la calle San Martín. Es muy importante porque relata la presencia de trabajadores, amas de casa, jubilados, participando en el mercado cambiario, lo que marca ese contraste tan grande con lo que sucedía en los años 1930 y 1940.
¿Por qué se dio ese proceso de popularización a fines de 1950?
Durante el gobierno de Arturo Frondizi se produjo una gran devaluación y se puso en marcha el plan de estabilización y el primer acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Y, luego de casi tres décadas, se liberalizó el mercado cambiario, levantando en 1958 -primero parcialmente y luego de forma general- las regulaciones cambiarias que se habían impuesto en 1931. Comenzó ahí una gran ebullición en torno al mercado cambiario. En la década de 1960 hubo muchas microdevaluaciones y puestas en restitución de controles cambiarios, hasta que se dio una nueva liberalización del mercado cambiario. Ese contexto de decisiones macroeconómicas fue generando las condiciones en las cuales el dólar va tomando cierta singularidad, que repito no se trata de un derivado natural, sino que fue resultado de un proceso específico. De esta forma, ya en los años 1960 el dólar empezó a referenciarse como el “barómetro” de la economía y de la política. Comenzó a ser una moneda en la cual comunicar las variaciones en los precios de los bienes de consumo masivo. Por ejemplo, el diario Clarín, a fines de la década de 1950, publicaba en tapa, durante un par de meses, la variación del precio del lomo y tomaba como punto de referencia el aumento en el dólar. Luego, ciertos mercados muy específicos comenzaron a nominarse en dólares, con el turismo en primer lugar. En los años 1960 aparecían las ofertas de cruceros, de viajes de avión y de tours en dólares. Son una serie de elementos que van armando una presencia pública. Nosotros denominamos “pedagogías monetarias” a esas narraciones periodísticas sobre el mercado cambiario, las referencias al valor del dólar para calcular el costo de los bienes masivos, la presencia en la publicidad o en el humor gráfico. ¿Por qué? Porque enseñan al gran público a prestar atención al dólar y a interpretar lo que pasa en el mercado cambiario y produce lo que llamamos una “familiarización del dólar”. Ya no es una moneda alejada o extraña, sino que se vuelve cada vez más familiar para nuestras vidas cotidianas.
Una cuestión es saber a cuánto está el dólar y otra es tomarlo como unidad de medida. Señalaste que se da primero en el turismo al exterior, lo que es comprensible, ¿qué otros sectores se fueron sumando con posterioridad?
El mercado inmobiliario comenzó a tomar al dólar como unidad de medida a mediados de la década de 1970, luego del Rodrigazo y en contexto hiperinflacionario. Es una inflexión muy importante en el proceso de popularización del dólar. Es decir, no hay un concepto o una vocación o una política que determina la dolarización, sino que son los agentes inmobiliarios que buscaban una fórmula para poder vender en un contexto de alta inflación. Y la fórmula que encontraron fue ponerle el valor en dólares a las propiedades. E incluso, luego de la devaluación de 1981, esa cotización en dólares de las viviendas hizo imposible que se produjeran compras y ventas, porque habían tomado precios estrafalarios. Entonces, los mismo dinamizadores del mercado inmobiliario retrocedieron en la nominación en dólares. Pero luego volvió a profundizarse en los años 1980 y 1990, y a extenderse de manera determinante.
Los controles cambiarios instrumentados durante el último gobierno de Cristina Kirchner parecen haber generado una suerte de “trauma” en ciertos sectores de la sociedad argentina, ahora redivivos con las últimas medidas del presidente Mauricio Macri. ¿Por qué cuesta tanto instrumentar regulaciones sobre el dólar en la Argentina?
Para entender qué es lo que pasó con el cepo y las reacciones que se generaron en contra de esas medidas, y luego lo que pasó con Macri en 2015 prometiendo la completa liberalización, y las tensiones actuales, creo que hay que ir hacia atrás en el tiempo y analizar la convertibilidad.
¿Qué generaron esos años del supuesto “uno a uno”?
La convertibilidad tiene un efecto muy específico en el significado que el dólar tiene en la sociedad argentina. Recordemos que, durante la convertibilidad, el Estado argentino reconocía que la posesión de pesos era equivalente a la posesión de dólares. Cuando cae este modelo en 2001, una parte de la sociedad argentina se movilizó y le reclamaba al Estado que le reconociera aquello que le había dicho acerca de la equivalencia. A partir de ese momento, ingresó una idea muy específica en torno al dólar y al mercado cambiario: poseer dólares o participar en el mercado cambiario es visto como un derecho fundamental. Y en 2001 y 2002 se reclamaba en esa clave. Cuando se instrumentaron las regulaciones cambiaras denominadas “cepo” en 2011, parte de la sociedad se movilizó en contra de esas medidas con esa idea en la cabeza: no se puede regular el mercado cambiario porque me estás prohibiendo a que acceda a un derecho fundamental.
Una limitación de la libertad individual.
Me gusta decir de forma irónica que esas movilizaciones contra el gobierno de Cristina Kirchner, en especial los cacerolazos, tenían como consigna: “Cacerola y dólar, la lucha es una sola”, retomando la de 2001 de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Como candidato a presidente, Macri interpretó esta demanda de considerar el acceso al mercado cambiario como un derecho fundamental y ofertó a parte de la sociedad este compromiso de levantar todas las regulaciones para la posesión de dólares. A la semana de asumir, le puso fin al cepo y a una batería de regulaciones de la movilidad de capitales. Y esa decisión marcó todo el gobierno de Cambiemos: la compra de dólares por parte de los grandes actores financieros y también por parte de particulares drenó constantemente las reservas del Banco Central y obligó a poner esos torniquetes que fueron las Lebacs y las Leliqs. Luego vino el acuerdo con el Fondo Monetario. Sin embargo, el gobierno trató de no tocar nunca ese acuerdo fundamental de Macri con su electorado.
¿Cómo analizás los controles establecidos esta última semana por el gobierno? ¿Cómo serán leídos por el electorado de Cambiemos?
Muchos analistas han interpretado la terquedad del gobierno de Cambiemos por no reponer controles cambiarios hasta ya desatada la crisis como una convicción ideológica. Estoy de acuerdo, pero agregaría que ese empecinamiento también obedecía a la lógica del pacto político con su electorado. Si el 11 de agosto el Frente de Todos sepultó electoralmente a Juntos por el Cambio, el 1 de septiembre el gobierno sepultó su compromiso con su electorado basado en ese derecho fundamental. Al producirse esta decisión, deja el camino libre para una nueva narrativa que separe el “cepo” (como categoría política crítica hacia al kirchnerismo) y las regulaciones cambiarias. Estas pueden despojarse de esa condena que Cambiemos usufructuó y esperemos que pueda discutirse de manera realista cuáles son sus funciones para resolver la urgencia y planificar el largo plazo para lograr un desarrollo inclusivo.
El libro también aporta el trabajo de campo que vienen realizando en los últimos años. ¿Cómo es la relación de los sectores populares y de las clases medias bajas con el dólar?
Si nos enfocamos en la primera dimensión de la popularización del dólar (su dimensión pública, su instalación como artefacto de interpretación de la realidad social y política), esos sectores están vinculados. También siguen ese “termómetro” que es el dólar. Si nos enfocamos desde el punto de las prácticas como el ahorro o el cálculo, encontramos fracciones de esos grupos que tienen un vínculo regular (los inmigrantes). Los mercados inmobiliarios informales de las villas a veces están dolarizados como los mercados formales. En esta historia social, un rol importante lo juegan los patrones de clase media alta que “enseñan” a sus empleados (como las empleadas domésticas) a ahorrar en dólar. No deja de haber algo de “aspiracional” en el ahorro en dólares, la confirmación de participar en una práctica de sectores de más arriba.
Ante esa idea del acceso al dólar como un derecho fundamental que dejó la Convertibilidad, ¿es posible establecer controles cambiarios sin generar rechazos en amplios sectores de la sociedad?
Uno de los aportes centrales de nuestro trabajo es lograr entender que hubo un proceso sociohistórico específico que llevó a asociar la libre participación en el mercado cambiario con un derecho fundamental. Pero eso fue el resultado de ese proceso determinado. Es necesario un trabajo de narrativa política que separe esos términos. Si no lo logramos, cada vez que pongamos sobre la mesa el análisis o el diagnóstico de que es necesario imponer una regulación cambiaria o de movilidad de los capitales, vamos a tener una reacción histérica defensiva de una parte de la sociedad; y siempre habrá actores políticos y económicos muy interesados en que esa parte de la sociedad siga reclamando ese acceso a la compra de dólares como un derecho fundamental. Para discutir de manera realista lo que va a venir, se tienen que separar estas dos cuestiones.
Comprender que hoy ahorrar en dólares es una protección individual y no colectiva.
Es clave poder reconducir la discusión sobre la regulación del mercado cambiario a la idea de que ese tipo de controles es una protección que el Estado le provee a la sociedad sobre sí misma. Y que considerar que el acceso al mercado cambiario es un derecho fundamental es un pensamiento individualista, que lleva a que las decisiones políticas queden presas de ese individualismo. Por eso, generar una narrativa, un diagnóstico, que vincule el mercado cambiario con la protección de la sociedad y no con la protección de los individuos es el gran desafío que tienen los actores que van a gobernar la Argentina a partir del 10 de diciembre.