Hasta la llegada de Arslanián a la Provincia de Buenos Aires, el ingreso a la Polícía tenía dos puertas. Por la Escuela de Oficiales, que requería título secundario (o vínculos con los mandos altos), o por la Escuela de Suboficiales, para quienes no tenían título secundario (ni, claro, vínculos). El ingreso por un lado u otro significaba la posibilidad de hacer una carrera en la policía, o estancarse a la mitad. Los Oficiales tenían más acceso a la capacitación y a los espacios jerárquicos de poder. Un Suboficial no podía llegar a ser Comisario, porque no tenía acceso a esos cursos de capacitación profesional, y se lo destinaba a las tareas de menor relevancia.
En el 2004 Arslanián creó el Escalafón Unificado. De ahí en adelante, para ingresar a la policía provincial bastaba con tener el título secundario completo, eliminando la diferenciación entre dos clases de policía. Los Suboficiales ya existentes vieron abierta la posibilidad de terminar sus estudios en un programa de terminalidad de estudios medios. De esa manera se ponía el acento en modificar la estructura de ascensos, apuntando a crear un sistema meritocrático basado en la evaluación del desempeño y las competencias de acuerdo a sus funciones. Se terminaba con los ascensos por antigüedad y el mérito excepcional (medido en “actos de heroísmo”). Un solo escalafón -todos oficiales- implicaba que todo miembro de la institución tuviera los mismos derechos de carrera: acceso a jerarquías, cargos, cursos de capacitación, con el incentivo de ascenso por aptitudes profesionales.
A fines del 2008, el gobierno provincial de Daniel Scioli, a través del ex-ministro de Seguridad Stornelli, anunció la vuelta al doble escalafón. Por medio de la Ley de Personal de la Policía de la Pcia. De Bs.As (Ley N° 13982), ingresada por el Ejecutivo y aprobada por ambas cámaras provinciales, el gobierno de Scioli volvió a la vieja estratificación jerárquica (creando, incluso, cinco estratos nuevos en total). La ley vuelve a vetar la posibilidad de los suboficiales de acceder a puestos jerárquicos y cargos políticos, otorgándole a la propia policía la potestad de los ascensos y desalentando la profesionalización del personal policial. A través de la misma reforma, se contempla que la policía creada por Arslanián para descentralizar las comisarías y realizar patrullaje preventivo (la Policía Buenos Aires 2) queda bajo la órbita de cada dependencia departamental, modificando de raíz el espíritu con el cual se había creado (véase aquí).
Amén de las consideraciones políticas (que quedan bastante claras, se me ocurre), hay algo que sobrevuela esto. Hacer política es marcar la cancha. Y no es, solamente, definir un “nosotros” y un “ellos”. No es eso. Y no lo es, no porque la confrontación sea un problema per se, o el consenso total un objetivo de nuestra democracia. No lo es porque los límites del nosotros y del ellos son inacabables, son indefinibles a priori, a duranti (?) y a posteriori: no son, en definitiva, límites. Se corre, el muy guacho. Marcarle la cancha, hacer política, es marcarle la cancha a todos: a los tuyos y a los otros (y esto se reproduce a todas las escalas y en todos los espacios de disputa de poder). Scioli juega, respecto a la seguridad, con sus propias reglas. Y eso es consecuencia de una decisión o una incapacidad política. No importa saber cuál de las dos, porque, para el caso, es lo mismo.
En todo este debate por el repunte del kirchnerismo, hay una cierta sensación compartida de que “gane o no el kirchnerismo, hay tres, cuatro cosas que nadie va a poder tocar”. AUH, imagina uno, los fondos del ANSES, las paritarias. Hasta el matrimonio igualitario. Y yo creo que quizás tengan razón. Que hay un piso. Pero que al mismo tiempo, hay montones de cosas que sí se pueden tocar, y que son más de fondo de lo que parecen. Y también me parece que son más de las que podemos imaginar. Son cosas más chiquitas, como el escalafón unificado. ¿Cuánta movilización de la sociedad civil provocaría, por ejemplo, que otro gobierno termine con el CUD y el fantástico resultado del 3% de reincidencia? Son la aplicación de concepciones generales, pequeñas políticas públicas. Sí, las paritarias se van a mantener, pero hay formas y formas de quitarles poder (tal el caso de la Policía Buenos Aires 2: cambiarles «el espíritu»). Se me hace que “los consensos”, sino están escritos en papelitos que los apuntalen (como leyes, pongámosle), son más permeables de ser modificados que de no (ahí hay otra responsabilidad: construir una primera minoría que sostenga lo hecho hasta acá).
Es el momento, quizás, de construir las instituciones que marquen la cancha. Y, pensando en que sea posible una victoria del oficialismo, construir esas instituciones que no sólo le marquen la cancha a un posible gobierno “ajeno”, sino también a uno más o menos propio que deba jugar con estas reglas. El déficit del kirchnerismo, acaso de las fuerzas políticas en general, es la construcción de cuadros esencialmente propios. Ese déficit se soluciona, a largo plazo, construyéndolos. Y, a corto plazo, marcando los límites a los no tan ajenos. Las herramientas hay que usarlas ahora. Traicionar, te traicionan una vez. A la segunda, no quisiste o no pudiste. Y, para el caso, es lo mismo.
Es notable como revertir la democratización de las estructuras de seguridad fue prioridad en la avanzada de derecha de los últimos dos años. Mucho más que cualquier otro elemento.
Y es que «la seguridad» es el nicho, el refugio último de la derecha. «No se puede combatir la inseguridad desde el garantismo» pareciera ser el lugar común que más protege la derecha y que penetra (o que nunca dejo de tener) parte del oficialismo también. Todo avance (aca en cba la ley de seguridad pública tiene un buen corte progresista pero no se pone en práctica) fue retrocedido desde los ejecutivos. La impostura de preocuparse por la seguridad verticalizando y endureciendo la estructura policial no ha podido ser evitada.
No reprimir la protesta es de las primeras cosas que se perderían si no se democratizan las instituciones de seguridad.
lo rescatable:es cierto que el gran argumento de la oposicion es la inseguridad,y tambien es cierta la necesidad de lograr la construccion de cuadros nuevos dentro de las fuerzas politicas.
del titulo,no entiendo nada
En el marco de la primer reforma de Arslanian se llevó a cabo un censo interno en la bonaerense, en el que hubo que agregar una tarea: cebador de mate (creo que 10% de los uniformados estaban incluidos en esa actividad, sin contar aquellos cebadores que probablemente tuvieran algún reparo en blanquear su triste condición). Eso es lo que construye el maravilloso doble escalafón, heredado del ejército, que el patán de Stornelli restableció para mejorar la eficiencia de una fuerza que no encontró a los Pomar porque buscó un marido asesino, un cartel narco e incluso visitantes de Ganímedes que se los hubieran llevado, pero no un auto volcado a veinte metros de la ruta.
Es interesante que quienes exigen seguridad jurídica, continuidad en las políticas públicas y largo plazo en general, con respecto a la seguridad no dudan en pedir discrecionalidad inmediata y cambios radicales. Es que la seguridad se defiende con urgencias. Es un incendio que solo pueden apagar bomberos eficaces como Rico, Blumberg o Stornelli, exentos de contaminación política y de locas ideas garantistas. Cuando las llamas finalmente nos llegan al cuello, solo se trata de cambiar de bombero y volver a empezar. Siempre habrá un imbécil prepotente para defender la nueva urgencia.
La única reforma estructural, profesional y democrática de una fuerza de seguridad fue la de Arslanian, interrumpida por el Matachorros Ruckauf y últimamante por el hombre que sabe ¨lo que quiere la gente¨, Daniel Scioli.
Lo de Arslanián, incluso, niega eso de que «de las crisis se sale con soluciones rápidas». No hay que olvidarse que Arslanián entró al gobierno de Felipe Solá después de lo de Blumberg.
Exacto. Y había asumido antes, con Duhalde, después de que el gobernador terminara abruptamente con su fantasía de autodepuración de la mejor maldita policía.
Arslanian es uno de los pocos, con Saín, en hablar de la necesidad de largo plazo en las políticas de seguridad y de poder civil sobre la fuerza. El miedo social como consenso armado por los medios y la actitud suicida de gran parte de la oposición (y de Scioli) que apoyan ese miedo, atentan contra esos lineamientos básicos pedidos por Arslanian.
Tomás:
respecto de lo que decís de plasmar en leyes los cambios, hay un elemento que te da la razón absoluta.
La movilidad jubilatoria queda, porque nadie va a poder modificar gratis una ley para hacerla más regresiva (aunque se puede cambiar la fórmula mediante engaños, o sea, «con esta les vamos a dar más aumentos» y que en realidad sea al revés).
Pero con la AUH, que lógicamente nadie va suprimir, se la puede ir licuando.
Mirá que fácil:
Plan antiinflacionario: restringir demanda agregada, para ir bajando la inflación de a poquito, año tras año, hasta llegar al aceptable número de 5 o 6%. Con ese número, es muy fácil mantener congelada la AUH por varios años. O sea, se licúa en el largo plazo.
En cambio, con las jubilaciones no se puede hacer. Al menos mientras no se imponga la postura «progre» de vincular la jubilación mínima al salario mínimo (82%).
De paso, un elogio al contexto inflacionario. Con la inflación actual, la indexación es lógica. Y el Estado se hace de recursos para indexar arbitrariamente (por esto del «impuesto inflacionario»). Y expandir. Si su prioridad es indexar AUH y jubilaciones, y salarios, y recortar subsidios, etc., se puede ir avanzando progresivamente.
O sea, lo contrario de que se proponga restringir (para bajar la inflación, por supuesto).
Un abrazo.
Dos cosas:
Me gustó eso de «a-duranti», no se por que..
Cortázar dijo: «Todo lo que de vos quisiera es tan poco en el fondo, porque en el fondo es todo» me acordé de eso cuando leia «hay montones de cosas que sí se pueden tocar, y que son más de fondo de lo que parecen»… se ve que siempre le restamos importancia a las cosas que mas la tienen por ser la base o parte de ella.
Muy bueno, cada vez que me pongo a pensar en algún aspecto puntual de la gestión (esas políticas públicas «chiquitas»), no tan visibles de Daniel, me agarra caspa: vació los centros de protección del niño y del adolescente (de la gestión anterior, que derogó leyes del siglo XIX), vació el patronato de liberados(que Felipe había jerarquizado), y un larguísimo etcétera.
Trato de pensar algo bueno de Daniel y lo único que me sale es «jugó bien». Y es la pura verad, Scioli jugó bien siempre. Y Felipe cada vez juega cada vez más como el orto, pero hizo una gestión genuinamente progresista. Que problema ese. Si se diera (no veo porque habría de darse) esa opción, mmmmhh.
Me gustan estos análisis sobre políticas concretas. Me parece que podemos avanzar más por ese lado que en los grandes debates donde la retórica prevalece sobre los hechos concretos.