(Columna de opinión de María Esperanza Casullo y Fernando Casullo, publicada originalmente en El Estadista)
En los últimos tiempos han tomado notoriedad los conflictos gremiales suscitados por sectores relacionados con la explotación petrolera. En especial, la provincia de Chubut ha sido sacudida por las violentas protestas de un grupo de trabajadores de empresas subcontratistas de las grandes petroleras, sobre todo Pan American Energy. Un grupo de estos trabajadores, conocidos como Los Dragones en referencia a su lugar de trabajo, el yacimiento de Cerro Dragón, el mayor del país, se hizo famoso en los últimos meses por sus protestas de inusitada violencia, que incluyeron dañar los pozos de extracción, usar lanzallamas, quemar vehículos y equipos, y cortar la ruta de acceso a la ciudad de Comodoro Rivadavia.
Estos conflictos se solapan a una matriz causal compleja: por un lado, y a diferencia de las protestas en las ciudades de Cutral Co y Tartagal en los noventa, los hechos actuales no son los del desempleo, sino los del trabajo; por el otro, la actual atomización de la actividad petrolera, en la cual no existe más la vieja empresa verticalmente integrada sino una maraña de contratistas y subcontratistas, complica la formación de mesas de negociación y el en cuadramiento de los conflictos (por caso, Los Dragones no son empleados de Pan American Energy, sino trabajadores subcontratados que se encuentran, de hecho, encuadrados en el convenio colectivo de la construcción).
Pero no hay que olvidar que las relaciones entre los actores sociales vinculados a los hidrocarburos en el espacio patagónico encuentran una historia de conflictividad sindical de larga data que explica mucho de la virulencia en Cerro Dragón.
Ya desde el principio de la integración de la Patagonia a la Nación daba vueltas por la región el oro negro. En 1907, el descubrimiento del bitumen en territorio nacional del Chubut le dio una identidad profunda que se sumaba al paisaje ganadero caracterizado por las ovejas que un litoral lleno de carne vacuna había expulsado hacia el sur. La década del ’20 marcó un cambio sustancial con la aparición de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. El trabajador del petróleo, en clara sintonía con las políticas bismarkianas tan en boga en el sector, era imaginado como recluta de una cruzada patriótica. En la práctica, esta concepción se tradujo en un vínculo que excedía el marco laboral y se extendía a la vida cotidiana de los trabajadores. Esto le aseguraba a una patronal estatal, tan distinta a otras de la época, una disciplina inflexible y una rigidez absoluta en el cumplimiento de deberes y obligaciones. En contrapartida, el trabajador recibía una serie de beneficios como salud y educación, proveedurías con precios subsidiados y también instalaciones deportivas.
Sin embargo, conforme avanzaban los años y mutaban las relaciones entre actores sociales –en las grietas de un sistema que no contemplaba las identificaciones clasistas– fueron surgiendo las primeras organizaciones de trabajadores. Organizaciones que se consolidaron al calor del reclamo de condiciones laborales en una actividad caracterizada por tener hipertrofiados los riesgos (así como muchas veces los salarios) y generaban resistencia en las élites estatales argentinas que con la Segunda Guerra Mundial volvían a reformular el concepto de patriotismo. Este cambio multiplicó en esa época los conflictos petroleros. Por caso, la Revolución del ’43 creó la Gobernación Militar de los Territorios, en parte, para frenar las protestas sindicales. En 1958 en la Patagonia los territorios nacionales estaban siendo reemplazados por las nuevas provincias. En dicho contexto estallaría una de las primeras grandes huelgas del petróleo. En la ciudad de Plaza Huincul, el Sindicato de Petroleros Estatales, el SUPE, dio sus primeras grandes muestras de su capacidad de choque en un conflicto de importantes proporciones.
En los años del desarrollismo ignorar a los obreros que extraían una suerte de savia de dicha doctrina ya resultaba imposible. No mucho después, en 1969, la energía (en este caso hidroeléctrica) generaba otro conflicto a la Patagonia: el Choconazo. Lo resaltamos porque cuando se produjo agigantó el papel de la UOCRA en el escenario patagónico. Y también instaló las internas entre las conducciones nacionales de los gremios y las locales, más combativas, mantenidas hasta el día de hoy. Si bien hay momentos intermedios, la trama terminó de complejizarse en los años ochenta y noventa y el largo viaje al neoliberalismo que tuvo la Argentina.
Mientras a nivel nacional se sentenciaba la desaparición del Estado benefactor, las provincias patagónicas mostraban –con muchos matices entre sí– una suerte de desarrollismo tardío y de baja intensidad. Así la energía y la construcción volvían a ser relevantes. En dicha línea no es sorprendente encontrar a una UOCRA robusta y combativa en distintos conflictos. Por caso, en Neuquén entre 1984 y 1986 se enfrentó con Felipe Sapag, llegando a golpear al gobernador en una marcha. Pero todo esto se vio más que sacudido en la región con la privatización de YPF. El fin de la petrolera estatal implicó en los enclaves del sur desde los cambios más macro hasta las reformulaciones más minúsculas en las subjetividades de las sociedades “ypefeanas”.
En la patria de los cortes de ruta, se generó un quiebre del proceso productivo que implicó un despliegue de las empresas privadas y una nueva fauna de operadoras y prestadoras de servicios donde la tercerización y la fragmentación estuvieron a la orden del día. Allí se produjo un retroceso del SUPE y su remplazo en el centro de la escena por el Sindicato de Petroleros Privados, relacionado de formas muy cambiantes (y muchas veces tensa) con la UOCRA. Ambos resultaron rivales directos por la afiliación de estos trabajadores del petróleo propios de los tiempos de la privatización. Sindicatos, empresas y Estado (nacional y provincia), comenzaron a bailar un nuevo y tenso minué que encontró un salto dramático con la zaga de Los Dragones.
En síntesis, la conflictividad sindical del petróleo y la construcción no son una aparición reciente, sino que forman parte de la historia y la identidad profunda del sector, y de una Patagonia en donde las relaciones sociales nunca han sido mansas.
Muy interesante, la historia de los territorios, de los que siempre es bueno recordar que sus habitantes no llevan mucho más de medio siglo de ciudadanía plena, tiene cosas que no son muy conocidas en otros lados. Y hay diferencias con otras regiones del interior que son abismales.
Algunas características de la historia sindical patagónica como que me dan algo tipo «clase thompsoniana» ¿no?. En particular la segregación territorial en barrios ypefeanos (o de mineros en Sierra Grande o Río Turbio, obreros de Aluar, trabajadores de la vieja A&E y sus sucesoras, etc.), tanto de los gerentes (en sus duplex al borde del barrio) como de los laburantes «de afuera» así como cierta segración social (propia de migrantes sin vínculos previos a su llegada al territorio y al puesto de trabajo) podría haber contribuído a configurar una «clase» a lo inglés, dotada de un fuerte identidad colectiva, que continuó con vida propia después de la precarización laboral y la reconfiguración productiva. ¿Que más propio de una identidad diferenciada que un cementerio diferente? Y yo vi cementerios de obreros de la construcción en dique Ameghino, por ejemplo.
Un amigo (al que después no vi más asi que no se en que terminaron sus tesis) laburaba la hipótesis de las consecuencias del cierre de Sierra Grande como desplazamiento de arriba hacia abajo. Con las indemnizaciones (bastante jugosas), los obreros cesanteados que no regresaron a sus provincias, habrían invertido mayoritariamente en distintas actividades de provisión de servicios (talleres mecánicos, remiserías, mercaditos, duplexitos en la playa para alquilar, etc.) desplazando a quienes en tiempos en que la mina funcionaba mantenían esos lugares ya sea como pequeños comerciantes o empleados, proveyendo servicios a la «aristocracia» local de los obreros de la mina. Decía mi amigo que el clivaje local sobre el que se articulaba la conflictividad social en el pueblo era esa oposición entre los ex-mineros (devenidos en pequeña burguesía más o menos exitosa económicamente, o al menos que vivía bien) con una fuerte identidad como grupo diferenciado y sus ex-proveedores de servicios varios, devenidos en un pauperizado «lumpenproletariado». La idea siempre me gustó y me parece bastante pasible de ser extendida a otros lugares de la Patagonia. ¿Cómo se vinculan esas identidades «clasistas» fraguadas en condiciones ultra específicas con el objetivo de tender a una distribución de la riqueza algo mas igualitaria cuando parte de su fortaleza se encuentra en esas fuertes identificaciones de grupo contra la patronal pero, sobre todo, contra los que ven a los obreros como el grupo dominantes real y contra quien tienen conflictos de intereses concretos?
Maria, de donde saco el concepto de que el trabajador petrolero tenia una clara sintonia con políticas bismarkianas? Pregunto de buena leche.
Digo, porque la primera huelga petrolifera importante en la Argentina se dio en 1917 y le costo el puesto a Leopoldo Sol, el presidente de la Comision que explotaba el yacimiento de Comodoro Rivadavia en esa época. En 1918, la historia se volvio a repetir (aunque no tuvo el mismo exito obrero que habia conseguido en la huelga anterior). La mayoria de los trabajadores de esa epoca, eran los tipicos inmigrantes europeos, mas influenciados por ideas anarquistas y socialistas. Se forma también en esa época, la FOP (Federación Obrera Petrolífera).
Y en 1931 hubo una importantisima huelga de los trabajadores privados. Hasta se escribieron un par de libros al respecto de esa huelga.
Estimado Eduardo, justamente la aparición de esas políticas es un poco posterior que esas primera huelgas (incluso un poco por ellas eh). Para pensar y discutir esa tesis «bismarckiana», http://www.iade.org.ar/uploads/c87bbfe5-e242-f3a9.pdf
Respondí en cualquier lado, perdón.
Eso !! Que el gobierno nacional y popular les mande la gendarmería !!!…A, no.