Desde diciembre de 2015 hemos planteado algunas premisas en este blog para describir cómo se mueve, a nuestro entender, el gobierno de Mauricio Macri.
- La primera es que por cómo está integrado y por su manera de encarar las políticas públicas poniendo en primer lugar y por encima de todas las cosas su preocupación por la “salud” de ciertas fracciones de la cúpula del empresariado, este es un gobierno de derecha con una tradición muy clara que puede rastrearse hacia otras experiencias políticas del Siglo XX.
- Además, señalamos que la gestión del presidente Macri apela a un “juego brusco institucional”, que uno puede vincular con la “baja institucionalidad” propia de la dinámica política en la Argentina y en otros países sudamericanos, pero que en este caso adquiere contornos muy particulares.
- En ese contexto, también llamamos la atención sobre una conceptualización de los problemas por parte del Gobierno desde una mirada que, por un lado, es estrecha en términos sociales -de socialización, diríamos-. Sí, una mirada “de clase”. Dicho de otra manera, se desencadenan una serie de situaciones (¿problemáticas?) si el Presidente y parte de su gobierno entienden a la sociedad como se la entiende en las cocinas de sus casas (de sus colegios, de sus universidades). Sumado a esto, utilizando una palabra elegida por Guillermo O’Donnell, es una mirada “tecnocrática” en un sentido muy específico que, como tal, tiende a percibir como puro “ruido” lo que no ingresa en ese marco conceptual.
Creemos que esta serie de conceptos son muy relevantes para entender que donde, desde 1983 para aquí la política -con muy distintos estilos- ha jugado “al fútbol”, el gobierno de Mauricio Macri intenta jugar “al rugby”. Es por eso que muchas veces hasta los dirigentes políticos más conocedores de “cómo se juega el juego” se ven desorientados e incluso -intuimos- creen, de manera equivocada, que su estilo de jugar al fútbol podrá continuar en el tiempo si la alianza Cambiemos logra establecerse en el poder durante un período “largo”.
El objetivo político de largo aliento del Gobierno –se ha escrito– es restaurar una serie de jerarquías que amplíen la distancia (social) entre gobernantes y gobernados en la Argentina. La apuesta -perfectamente factible- es lograr esto desde el lugar, que había quedado vacante en la Argentina, de un partido nacional de los sectores medios, no ya está vez con una integración y objetivos policlasistas, como fue en otros tiempos, sino conformando un claro “polo de centroderecha” liderado pro sectores muy específicos. Todo esto, como ocurre con una apuesta “original”, “novedosa” o “actual” puede encontrar obstáculos pero bien puede funcionar en este contexto democrático.
Es a partir de este marco que creemos se puede comprender mejor la crisis política que se registra por la desaparición de Santiago Maldonado.
Así, este es un gobierno que “jode” con cosas con las que creíamos que “no se jode”. Un ejemplo de esto ha sido la obsesión de la gestión de Cambiemos con la posibilidad de modificar de manera radical el sistema de votación. En consonancia con esto, la forma de desarrollar el escrutinio provisorio y de comunicarse con la sociedad la noche de las elecciones primarias, haciendo gestos de triunfo cuando -seguramente- contaba con la información de que no se había impuesto en la estratégica provincia de Buenos Aires, son situaciones que hasta ahora no habíamos visto.
La forma de encarar políticamente la desaparición de Santiago Maldonado, con el apoyo de un aparato y un montaje comunicacional probablemente sin precedentes en la historia reciente es otro tipo de situaciones con las que la política como la conocíamos hasta aquí no “jodía”. Las operaciones desde la prensa y las redes sociales en el marco de una verdadera “guerra sicológica” contra la sociedad civil no tiene precedentes en la historia democrática reciente.
Alguien debería hacerle notar al Presidente y su entorno que hay cosas que aquí no hacemos, tengamos la orientación ideológica o el proyecto político que queramos. Que aquí, dicho en términos de anécdotas, no hacemos tener un ataque de nervios a Nancy Pazos ni convertimos a Antonella Roccuzzo, la primera dama del fútbol mundial, en una activista por los derechos civiles más elementales.
Hablando un poco más en serio, no tomamos de cualquier manera una investigación judicial por desaparición forzada de persona, no infiltramos una protesta con servicios de inteligencia, no hacemos actuar a la Policía de civil para reprimir ciudadanos, no organizamos cacerías de transeúntes por el centro porteño. No metemos preso a un pibe que sale del trabajo, lo mantenemos incomunicado por 48 horas y lo torturamos sicológicamente, todo esto en función de un montaje político-comunicacional. Simplemente no lo hacemos.
De igual modo, no rompemos con el lugar que la sociedad le ha dado a víctimas de desaparición forzada o aún si no estamos seguros de que se haya probado ese delito, a familiares de la víctima que lo denuncian.
No sabemos dónde está Santiago Maldonado y ese sólo hecho es un ataque a toda la sociedad. “Joder” con eso a través de un aparato político-comunicacional profundiza ese ataque. Son cosas que no hacemos. Y alguien debería explicarle esto al Presidente, por más que considere que se trata de un “ruido” que no entra en su marco conceptual.
Como decía el maravilloso villano Siegfried, de la tele comedia “El Súper Agente 86” (Get Smart), cada vez que su torpe ayudante tenía una actitud ridícula o impropia: “Starker, esto es Kaos y aquí no hacemos ‘ñiki-ñiki’”.