¡Cambio, juez!

480px-Dawn_1

 

En este blog venimos escribiendo sobre las elecciones del año que viene más o menos en estos términos:

  • El escenario es de «recambio» e inédito en varios sentidos: las elecciones tendrán lugar luego de 12 años de un mismo «proyecto» político en el poder y en este caso el apellido «Kirchner» no estará en las boletas del oficialismo. Por primera vez, al mismo tiempo, habría competencia efectiva en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias de varios partidos.
  • A esos «nudos políticos» se suman otros económicos a ser desatados casi al mismo tiempo. Argentina pero también la región entró en una situación económica nueva, donde la fuerza de los índices de crecimiento y sociales que caracterizaron años anteriores entran en un escenario más trabajoso, más lento. Si revisan los diarios de Brasil, Chile y Uruguay -entre otros- se van a encontrar con lo mismo. Claro que esto es Argentina, históricamente el país más volátil de la región -cuando la región crece, Argentina suele crecer más y cuando la situación empeora, suele empeorar más- y, por qué no, del mundo.
  • Por lo tanto, todo eso se está por ser definido prácticamente al mismo tiempo. La línea recta que va desde «El Cambio«, en un extremo, y «La Continuidad» en el otro, que puede encontrarse en cualquier elección, acá se vuelve un poco más nítida, tensa, clave, etc.
  • Si bien los consultores políticos dicen «la palabra es cambio ¡cambio!», como si fueran arbolitos en la calle Florida, cuánto cambio es más efectivo en lo que hace a votos depende de varias cosas. Una de ellas, la evolución de la situación económico-social. De qué es lo que interpreta una mayoría por «cambio». De cuánto «cambio». De qué tipo de «cambio». Volveremos sobre esto.

Fue muy pero muy interesante el otro día un diálogo que se dio entre nuestro compañero Mariano Fraschini y Edgardo Mocca en el programa 678. Me dirán ¡eeeeeeeeeeeeeeeeuuuuuuuuuuuuuu, pero qué K! ¡Ahí no passsa naaaaadaaaaaa!! ¡Pero qué proooooooogreeeee!!! OK. Siéntanme. La cosa fue más o menos así.

Al ser consultado sobre la estrategia de la oposición de rechazar cierta iniciativa del oficialismo, Mariano dijo por un lado que le parecía normal -esto es una democracia, en las democracias, justamente, no hay unanimidad- pero a la vez marcó que le llamaba la atención que los partidos que se oponen al oficialismo optaran en buena medida por pararse en el extremo del «puro cambio«.

¿Por qué le sorprende? Mariano viene escribiendo en el blog sobre lo que él llama el «dilema de la caprilización«. La idea está tomada del caso venezolano, pero es un concepto que puede «viajar», como dicen los cientistas políticos comparativistas. O sea: a la oposición venezolana le fue peor cuando se paró en el «puro rechazo» al chavismo y le fue mucho mejor cuando Hernán Capriles se planteó no como la «oposición» sino como la «solución» o la «superación». Cuando garantizó mantener determinadas políticas del chavismo y se llevó así algunos votos que formaban parte de la base chavista. Esto puede verse también en este «fenómeno Marina Silva», quien plantea -siempre desde lo discursivo- recuperar lo mejor de Lula y de Fernando Henrique Cardoso.  El ídolo de los niños Sergio Tomás Massa también intentó algo así el año pasado en una provincia de Buenos Aires a la que le prometió «mantener lo bueno y cambiar lo malo» mientras hizo uso todo lo que pudo del «voto confusión» de «Massa, el de la Ansés».

El diálogo en 678 se puso más interesante cuando Edgardo Mocca apuntó dos cosas. Una: la oposición no puede «caprilizarse» porque está muy ligada a intereses «corporativos», depende de ciertas empresas para obtener apoyo, financiación y hasta de ciertas empresas de medios para hacer a sus dirigentes conocidos, ocupar los sets de TV, etc.

Bien. Segundo planteo de Edgardo: siempre que asume un nuevo presidente hay, de por sí, un «cambio». Si asume un presidente oficialista va de suyo que algún cambio habrá.

No esperen que yo les diga quién tiene razón porque Mariano y Edgardo la tienen de algún modo, de ahí lo interesante del diálogo.

Ahí fue cuando Mariano planteó otra cosa. Que su impresión es que en el «espectro opositor» mejor le irá a quien se «caprilice» más. Quien plantee un mix adecuado de cambio y de continuidad. Y que si la oposición no hace ese mix con cierta eficacia, si no ocupa ese casillero, ese mix vendrá desde adentro del oficialismo. En pocas palabras, ese casillero se llama Daniel Osvaldo Scioli.

Vamos, por tanto, a Scioli. El gobernador tiene una ventaja enorme. Su ventaja es que Daniel «es» el cambio. Todos lo sabemos. Lo sabemos porque Scioli es un político que está hace muchos años dando vueltas y, bueno, lo conocemos. No es un extraño para nadie. Su ADN nos dice «soy distinto al kirchnerismo». Aún si sólo recordáramos el día de 2003 que dijo algo así como «ya viene el aumento de tarifas» y Néstor Kirchner le descerrajó un rayo ejemplificador, todo el mundo sabe que Scioli «es» cambio. Lo dice su cuerpo, su cara, su voz. Pero vamos, si hasta lo dice su música incidental.

Que venga 
que tenga valor 
que muestre la cara 
y me hable de frente 
si quiere tu amor 

-Para qué- 

A esa 
que cuando esta contigo 
va vestida de princesa 
a esa 
que no te hace preguntas 
y siempre esta dispuesta 

A esa vete y dile tu 
-Qué- 
que venga 
-para qué- 
yo le doy mi lugar 
-que quieres probar- 
que recoja tu mesa 
que lave tu ropa 
y todas tus miserias 
-que quieres demostrar- 
que venga que se juegue por ti 
-que vas a conseguir- 
quiero ver si es capaz 
de darte las cosas que yo te di 
a esa, a esa 
a esa vete 
y dile tu que venga 

Pero claro, eso es lo que Scioli logra sin hablar. Porque cuando habla, últimamente y cada vez más Scioli dice: soy la continuidad. Por estos días el gobernador apoya hasta lo que no apoyan los ultrakirchneristas. Todo. Banca todo y con la boca bien abierta. Esto parece ser entonces un cierto mix cambio +  continuidad. ¿El mix perfecto? ¿La vera «caprilización»?

El gobernador está en un lugar donde no le pegan ni Clarín ni Página 12. Al estilo del Diego Maradona del 86 contra los ingleses, no necesita ir a derecha o a izquierda. Va casi recto y son los rivales de blanco los que se mueven. ¿»Barrilete cósmico»? Mmmmmmmmm….

Ahora vamos al kirchnerismo. El kirchnerismo también tiene una ventaja. Tiene tatuado «C O N T I N U I D A D» así de grande, con letras góticas a todo lo ancho de sus pectorales.

Pero claro, hay un problema. Nos encontramos con varios precandidatos kirchneristas diciendo algo que no necesitamos que nos digan porque ya lo sabemos: «Somos la continuidad», «la continuidad es importante» o «hay que bancar la continuidad». Lo dicen pero eso ya está. Está en el lenguaje corporal.

En mi opinión es también verdadera la afirmación de Edgardo acerca de que es esperable que cualquier presidente que asuma, imponga alguna cuota de «cambio». Es verdadera. Pero no por eso es menos cierto que hay que hacerla conocer. Hay que hacerla saber. Porque la política es convencer. En el caso del oficialismo esto hay que hacerlo explícito, patente, claro. Porque la continuidad ya la entendimos. Si queremos algo de cambio hay que ponerlo en el mix. Y, sobre todo, hay que darle contenido a ese cambio. ¿Qué es ese cambio? ¿Cómo es ese cambio?

De lo contrario, el cambio puede ser cualquier cosa o cualquier pavada, como la «ola naranja» y el «Alberdi +  Perón» que se escucha en el entorno de Scioli; las «bicisendas» y el «equipo» que se escucha en el entorno de Macri –ahora tenemos al «nuevo» Macri prometiendo TODO LO BUENO, inflación de un dígito sin pagar Ganancias, con Empleo, con Producción, con Trabajo, con Optimismo, con ¡Revolución Productiva! ¡Salariazo!-; o «la gente» y «la nada» que se escucha en el entorno de Massa.

Dicho de otro modo: a diferencia del «estilo K» de no prometer nada en ninguna elección, porque la misma presencia de un «Kirchner» ya parecía ser una promesa, quizás ahora haya que prometer. Cuántas casas, cuántos hospitales, cuántos derechos, en cuánto tiempo, con qué guita, de qué forma, con qué tipo de participación popular o ciudadana, de qué forma y de qué color.

Quizás sea hora entonces de hacer explícito lo implícito y viceversa. O sentarse a esperar -apenas- a que el «centro» lo gane Scioli.

Porque, para decirlo con una reminiscencia alfonsinista, en política uno puede no saber o no poder. No hay problema. Pero no querer, me parece que no da.

Una postdata: Nadie dice que sea fácil. Lo difícil que resulta encarar esta operación para un oficialismo lo estamos viendo en el caso brasileño donde la dinámica política lleva al Partido de los Trabajadores (PT) más a defender lo hecho que a proponer hacia adelante. Aunque, claro, Dilma acaba de confirmar que cambiará a su propio ministro de Economía si resulta reelecta.

Foto.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

Ver todas las entradas de Nicolás Tereschuk (Escriba) →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *