Cuando la política nos hizo más iguales

Hace pocos días se publicó el Informe Regional sobre Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe “Progreso multidimensional: bienestar más allá del ingreso”. El informe está centrado en los cambios en la región para el período 2003-2014, aunque también cuenta con datos comparados para 1992-2003. Cualquier discusión sobre la última década en la región en general y en Argentina en particular, tiene que partir de tres datos: primero, los sectores populares se incorporaron a las clases medias dos y hasta tres veces más que en la década previa; segundo, aunque el “derrame” incidió parcialmente en ese resultado, las políticas tanto macroeconómicas de redistribución del ingreso como de incremento del gasto social implementadas por los países cumplieron un rol clave a la hora de sacar a las personas de la pobreza y la pobreza extrema; tercero, el incremento en los niveles de igualdad entre estratos sociales no se tradujo en mayor igualdad de género en la región; no obstante la educación superior en Argentina tiene un rol igualador entre mujeres y varones que no existe en ningún otro país de la región. A pesar de que en Argentina la brecha salarial medida en remuneración por hora es sensiblemente inferior a la de los demás países, las vacancias del Estado en términos de cuidado de los niños y adultos mayores inciden notablemente sobre una pobreza que avanza en este país y en Chile particularmente: la pobreza de tiempo.

La movilidad social ascendente, tanto de los sectores pobres hacia los sectores vulnerables como de los vulnerables hacia los medios, es un hecho en América Latina. Con la excepción de Guatemala, país en el que la clase media se redujo y creció “hacia arriba” (es decir, hubo ricos que bajaron al sector medio), la clase media creció en toda la región. En algunos países (Nicaragua, Honduras, El Salvador, República Dominicana y México) este crecimiento fue muy moderado. En Argentina, Chile, Uruguay, Costa Rica, Brasil, Perú, Panamá, Ecuador y Bolivia este crecimiento fue pronunciado y contribuyó a una configuración social más equilibrada. Argentina, en particular, pasó de una distribución social en 2003 de 35 por ciento de pobres, 30 por ciento de vulnerables y menos de un 30 por ciento de clase media a un cuadro de mayor equilibrio en 2014 con un 15 por ciento de pobres, un 35 por ciento de vulnerables y casi la mitad de la población en la clase media.

Si bien la información sobre crecimiento de la clase media en Argentina puede parecer poco creíble para muchas personas debido a la intervención del INDEC, de donde provienen los datos para el informe del PNUD, cabe destacar tres cuestiones que hacen que estos indicadores sean, al menos, fiables como aproximaciones a la hora de comparar: primero, la intervención del INDEC fue en 2007 y se profundizó en 2008, por lo que los indicadores hasta ese período son tan fiables como los demás indicadores producidos por esa institución desde el retorno de la democracia en adelante; segundo, los datos coinciden con los presentados en otros trabajos e informes de otros organismos, como el Banco Mundial; tercero, aún si todos estos estudios coincidieran por mera casualidad, pondrían “en riesgo” solo la parte de los indicadores que refiere a la salida de los sectores pobres hacia la zona de vulnerabilidad, dado que la línea de pobreza es el único indicador que está directamente relacionado al Índice de Precios al Consumidor. Los demás, si bien pueden estar ligeramente sesgados, no están atados de manera directa a la línea de pobreza y representan, por lo tanto, un indicador atendible para comparar.

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Este fenómeno es comprensible en el marco de incremento de los precios de los commodities pero también cuenta con un componente claro de intervención de los Estados tanto en las políticas económicas como en el incremento de los gastos sociales. A partir del 2004, la reducción de la pobreza fue la marca ineludible de la región: en 2004 casi siete millones de personas salieron de la pobreza; en 2005, 7,5 millones más, llegando a una reducción espectacular de casi 15 millones de personas en 2006, año de muchísimo crecimiento no sólo en Latinoamérica (donde el PBI creció casi seis puntos) sino también en África, donde todo el continente creció en casi siete puntos del PBI. Hasta aquí, la influencia del llamado “viento de cola” es un argumento sólido para explicar esta gran ola de movilidad social ascendente.

Pero a partir de la crisis financiera que estalló en 2008 y tiró para abajo los indicadores socioeconómicos del ciclo 2009-2011 en todo el mundo, solo las políticas macroeconómicas de redistribución, los intercambios regionales y el incremento del gasto social pueden aportar a explicar esta reducción. La población en situación de pobreza por ingresos se redujo en 2008, 2009 y 2010, año en que 9,3 millones de personas salieron de esa situación. Esta tendencia se mantuvo hasta 2013.

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Pero más allá de esta intuición de que no fue solo el incremento del PBI el que sacó a millones de personas por año de la pobreza, la evidencia del informe del PNUD confirma la hipótesis de que fueron en gran medida las políticas y no solo el aumento en las exportaciones de commodities las que sustentaron este masivo proceso de movilidad social. Si la salida de las personas de la pobreza en el ciclo 1992-2002 quedó explicado en 96 por ciento por el crecimiento y apenas un 4 por ciento por la redistribución del ingreso, esta relación se alteró dramáticamente en el ciclo 2002-2013, período en que la reducción de la pobreza se debió en un 62 por ciento al crecimiento y en un 38 por ciento a la redistribución. La copa de la riqueza derramó, pero también la agitaron bastante.

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La reducción en los niveles de desigualdad también parece confirmar esta hipótesis: países como Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador, que tuvieron políticas redistributivas importantes en distintas áreas sociales, fueron los que más redujeron año a año sus niveles de desigualdad. Si bien es cierto que algunos de estos países (en especial Bolivia y Venezuela) venían de niveles de desigualdad muy elevados en el período previo, también es cierto que el caso argentino escapa de esta elevada polarización del ingreso, dado que aún en 2003, período inmediatamente posterior a la crisis de 2001, la sociedad estaba a grandes rasgos distribuida en tercios de ingresos, a diferencia de estos países. En cualquier caso, más allá de las particularidades distributivas de cada país, otro dato que marca toda la última década es la reducción sostenida de la desigualdad.

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El incremento del gasto público registrado en esta última década apunta en la misma dirección que la evidencia respecto a la redistribución del ingreso, la reducción de la pobreza y de la desigualdad: la salida de la pobreza de millones de ciudadanos latinoamericanos está sustentada no solo el crecimiento y en una serie de políticas activas de cara a la redistribución del ingreso, sino también en un incremento muy importante en el gasto social de los Estados. De acuerdo al informe, el gasto público social total por habitante creció a una tasa media anual de ¡7,3 por ciento! La protección social fue el componente que más creció. En este mismo sentido un punto muy importante para explicar este incremento es que el gasto social no solamente aumentó en términos absolutos (dando un salto de 697 dólares en 2002 a 1057 dólares en 2013) sino también en términos relativos, pasando a ocupar de un 15,2 por ciento del PBI a un 18,4 por ciento. El gasto educativo, si bien es un componente históricamente importante en la composición del gasto social latinoamericano, también creció fuertemente a lo largo de este período, pasando de ocupar un 6,9 por ciento del PBI en 2002 a un 8,2 en 2013.

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Esta reducción en las desigualdades sociales entre pobres y ricos no necesariamente se tradujo en una reducción de las desigualdades en mujeres y varones. La brecha salarial persiste en América Latina llegando a un 25 por ciento en Perú y Guatemala. A pesar de que la proporción de mujeres en edad productiva con nivel educativo terciario es más elevada que la de varones en la misma situación, las mujeres tienen un salario promedio equivalente al 83,4 del de los varones, es decir, cobran un 16,4 por ciento menos. Esta generalización es cierta para casi todos los países salvo Argentina y Honduras, donde la brecha salarial es negativa, es decir, las mujeres perciben un salario comparativamente mayor al de los varones. Seguramente haya varios factores que expliquen esto, tales como los derechos laborales asociados a la maternidad. Pero probablemente parte de la explicación de este fenómeno tenga que ver con que Argentina es el país con mayor proporción de mujeres con estudios superiores: más del 30 por ciento de las mujeres argentinas atravesaron y aprobaron más de 13 años de educación formal. La creación de universidades nacionales “por todos lados”, “como hongos”, en conjunto con una larga tradición de acceso de a la universidad pública en Argentina, puede contribuir parcialmente a explicar esta situación. La creación de nuevas universidades nacionales, en especial en distritos populosos que no contaba con universidades cerca pudo haber contribuido a incrementar la tendencia de las mujeres a finalizar su educación superior dado que las mujeres, quienes dedican más tiempo al cuidado de otras personas, tienen menos posibilidades de viajar largas distancias o radicarse lejos de su hogar para estudiar.

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Sin embargo, la posición relativamente favorable de las mujeres argentinas respecto de la brecha salarial regional se ve contrapesada por un importante nivel de pobreza de tiempo en este país que presenta, junto con Chile, un elevado nivel de pobreza de tiempo. Este tipo de pobreza recae sobre todo sobre las mujeres, que son quienes dedican una mayor proporción de su tiempo diario al cuidado de los demás, sobre todo niños y adultos mayores. En otras palabras, una primera mirada sobre este hecho parecería indicar que el Estado está presente en la vida de las mujeres a la hora de proveerlas del servicio educativo en todos los niveles, pero cuando estas llegan a la edad adulta y gran parte de ellas cría a sus hijos y cuida a sus padres, quedan más libradas a su propia suerte.

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