El giro “progresista” del macrismo: ¿un salto al vacío?

 

En el último mes, el Presidente ha irrumpido en la escena pública con diversos gestos, discursos y medidas que le permitieron retomar la iniciativa política y que, al mismo tiempo, según algunos analistas, lo convierten en un líder progresista y con sensibilidad social, diluyendo así la imagen de un gobierno de derecha que gobierna para ricos.

El punto de partida para encuadrar estos cambios debe ser diciembre de 2017: la conflictiva aprobación de la reforma previsional significó, en cierta manera, un triunfo pírrico para el gobierno, que quedó dañado en su imagen, según constataron todas las encuestas. A partir de entonces, además, una sucesión de escándalos políticos (el affaire Triaca, más el de Díaz Gilligan, Caputo, entre otros), y un cuadro económico negativo terminaron por redondear un verano en el que el oficialismo estuvo a la defensiva, con poca reacción y soportando un extendido malhumor social.

Ante esta situación, el gobierno se propuso, como primera medida, recuperar el centro de la escena. Como un boxeador aturdido por los golpes, lo hizo al principio a tientas, dando golpes al aire y con rumbo errático. Agotado el relato de la pesada herencia, tuvo lugar primero el endurecimiento discursivo en el tema seguridad, cuando Macri recibió a Chocobar y calificó como un héroe a quien en verdad había cometido un asesinato. Ese polémico gesto le valió la reprobación de sectores dirigenciales de su propia coalición, pero parte del objetivo estaba cumplido: sirvió para desviar la atención de las cuestiones económicas.

Ya con un poco más de aire, el gobierno afinó el objetivo. En el último mes, construyó una agenda que, en gran medida, está destinada a volver a conquistar a una parte del electorado que eligió a Macri en 2015 y 2017, pero que desde diciembre se encuentra desilusionado e insatisfecho. Se trata de un público que responde al ideario progresista y que seguramente vio con buenos ojos el discurso de apertura de sesiones del 1 de marzo, la predisposición presidencial a que se debata la despenalización del aborto y otras problemáticas sobre perspectiva de género, la reducción de los cargos políticos, y más recientemente, la pelea pública con los empresarios industriales.

A priori, puede sorprender que una fuerza de centro-derecha como el macrismo haya recibido votos por parte del progresismo. Sin embargo, tal curiosidad se desvanece al revisar el significado de esta etiqueta conceptual. Como sostiene Leiras (2015), el espacio progresista combina dos principios distintos y que históricamente han entrado en tensión: el liberal, con eje en las libertades individuales, el pluralismo y el respeto a la ley (y que involucra, por ende, el tema de la corrupción); y el social, en el que el afán es producir una distribución equitativa de la riqueza y los ingresos.

Fruto de esa tensión, tal vez, los progresistas no han encontrado una identidad partidaria fija y son reconocibles, históricamente, por su volatilidad electoral.  Es que, en la práctica, nuestro país ha demostrado que no siempre es fácil para los partidos de gobierno conjugar ambos valores (el liberal y el social). Algo de esto parece advertir Leiras: “En algunas variantes de progresismo, el compromiso liberal es instrumental. Desde este punto de vista, el respeto a la libertad y a la ley no son valores en sí mismo, sino que se justifican porque ofrecen condiciones favorables para alcanzar la equidad”.

Se podría agregar a esta deformación por “izquierda” el desbalance inverso, esto es, una deformación por “derecha”, reconocible en todos aquellos que priorizan los valores republicanos por sobre la equidad. En 2015 y 2017, Cambiemos se nutrió de un significativo número de votos provenientes de este sector. Ello se advierte no solo en los aliados que buscó el PRO para conformar Cambiemos (UCR y Coalición Cívica, ambos con una agenda progresista de ese tipo), sino también en el origen partidario de los votos que recibió en aquellas elecciones. En efecto, el análisis por transferencia de votos indica que la mayoría de votantes de Carrió, Sanz y Stolbizer en las PASO, votaron en las generales a Mauricio Macri (Calvo y Pomares, 2015).

La identificación de este núcleo de votantes de Cambiemos puede contribuir a comprender el origen de las últimas iniciativas que, aquí, no fueron consideradas en su particularidad sino por lo que tienen en común: responder a cierto ideario progresista asociado a su vertiente más liberal. Significa esto que, en principio, el conjunto de estas medidas no afecta el rumbo ni la naturaleza del modelo económico. El Presidente no traiciona a su clase.

A priori, es todo ganancias para el oficialismo: recupera la iniciativa política, vuelve a conquistar a un sector de la población que se había alejado y que fue fundamental para ganar las elecciones, y mantiene invariante el rumbo económico. Sin embargo, este balance optimista descansa en una visión exageradamente estática. Cabe preguntarse, ¿tiene el gobierno la capacidad para manipular tan fácilmente los procesos políticos? ¿Cuál es la dinámica que se desencadenará, por ejemplo, con la habilitación del debate del aborto? ¿Cómo se procesarán los conflictos que se darán sobre este tema en el interior de su propia coalición? Más en general, el gobierno optó por ocupar la agenda pública, promoviendo una serie de debates e iniciativas que probablemente se traducirán en una mayor movilización y activación ciudadanas. ¿No será un riesgo que ello ocurra en un contexto de restricciones económicas y conflictos distributivos? El ideal del macrismo, mejorar la economía y despolitizar la sociedad, parece alejarse. Como el segundo semestre.

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