¿Haciendo Historia?

La presidenta Cristina Kirchner tendrá su lugar en la Historia, como todo jefe de Estado argentino. Sin embargo, la mandataria podría convertirse en la primera -más allá de lo ocurrido con Néstor Kirchner quien, en una sucesión muy especial, le transmitió el mando en 2007- en vencer una dinámica política que parecía inamovible en el actual período democrático iniciado en 1983.

El reconocido politólogo argentino Aníbal Pérez-Liñán, de la Universidad de Pittsburgh, se refirió a la cuestión de la popularidad presidencial en el país en un trabajo de 2013, que tituló “Liderazgo presidencial y ciclos de poder en la Argentina democrática”.

En ese paper, el especialista sostiene que el poder presidencial en la Argentina está expuesto a ciclos “abruptos”. Señala en tal sentido: “En reiteradas oportunidades (…) los ciudadanos han establecido una relación cíclica con el presidente, marcada inicialmente por un reclamo de decisiones contundentes, templada luego por una tolerancia cómplice con su estilo de gobierno, agrietada tardíamente por cuestionamientos morales y oscurecida finalmente por la demonización del presidente saliente. Un mismo estilo de gobierno ha sido resignificado como muestra de liderazgo, de pragmatismo, de arbitrariedad y de corrupción en diferentes momentos de este ciclo”.

El trabajo incluye el siguiente gráfico:
aprobacion

 

 

 

 

En él se ofrece “un sumario de los niveles de aprobación presidencial en encuestas de alcance nacional entre 1983 y 2013” en base a datos de IPSOS-Mora y Araujo, luego de 2005 IPSOS. Allí puede apreciarse que “si bien casi todos los presidentes comienzan con altos niveles de aprobación —excepto Eduardo Duhalde y Cristina Fernández, que nunca tuvieron luna de miel— Alfonsín y Kirchner se presentan como los presidentes que han tenido mayor capacidad para proyectar su popularidad durante (y posiblemente también décadas después de) su mandato”. En el gráfico puede observarse cómo los mandatarios no se retiran del poder con su imagen creciendo de manera ostensible o sostenida. Duhalde, que no fue electo por el voto popular, mejoró hacia el final pero hasta llegar a niveles bajísimos de aprobación y habiendo pasado por situaciones aún peores.

También queda claro cómo hasta el popular Néstor Kirchner terminó con muy altos niveles de aprobación pero no comparables con sus picos de aceptación. No cuento con los datos actualizados para el período 2013 – y lo que va de 2015. Tengo algunas aproximaciones. En esta nota se indica que en 2013 la imagen presidencial, para IPSOS, había caído pero hasta un piso todavía alto, del “50 por ciento”. A fin de 2014, la consultora la ubicaba en 49 por ciento. Aquí se ve cómo, Luis Costa, de IPSOS, señaló el mes lasado a Interamerican Dialogue que que «Cristina permanece como la presidente más popular de la región con el 49 por ciento» de aprobación.

Para pasarlo en limpio, entonces. No es cierto que en la Argentina se dé un “efecto Bachelet”. Que “la imagen del Presidente sube porque se va” o que, en este caso, “Cristina sube porque se va”. Menem y Alfonsín, los dos presidentes comparables a las gestiones kirchneristas por trascendencia y cantidad de tiempo en el cargo no “subieron porque se iban”. Néstor Kirchner, según consta en este gráfico se mantuvo siempre en niveles muy altos y también rompió la dinámica al no “caer” pero no “subió porque se iba”. Cristina -si todo esto sigue así- está protagonizando por lo tanto una operación política nunca antes lograda en la historia reciente argentina. Rompe el ciclo que termina con una “demonización” hacia el final. Lo rompe para su propio mandato o también si consideráramos los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner como un único ciclo político.

Otra conclusión que puede sacarse de este panorama es que Sergio Massa, al alejarse del Frente para la Victoria y del liderazgo político de Cristina en 2013 no hizo más que seguir el sentido común de la política argentina. Apostó a seguro, al especular con que los índices de aprobación de CFK se debilitarían. Habría que decir, entonces, que el siempre muy seguidor de los vaivenes populares Daniel Scioli, quien según consta en distintas crónicas periodísticas negoció hasta último momento una lista conjunta con Massa en las Legislativas, para enfrentar al kirchnerismo, fue entonces en contra de la corriente de lo “esperable” cuando definió que su futuro político estaría “por adentro”.

Otros elementos del muy rico a pesar de lo breve trabajo de Pérez-Liñán nos permitiría ir un poquito más allá y pensar en el futuro político de la Argentina a partir del traspaso del mando. El autor cita un libro que no tuve la suerte de leer (Skowronek, Stephen (1997). The Politics that Presidents Make. Leadership from John Adams to Bill Clinton, Cambridge, Belknap Press). En ese trabajo se plantea una idea muy interesante. Que existen cuatro tipos de liderazgo recurrente.

  • Los “grandes” presidentes denuncian el orden establecido en el momento en que este orden es vulnerable, inaugurando una “política de reconstrucción”.
  • Los políticos astutos extienden las promesas del orden precedente cuando éste todavía goza de amplio respaldo social, desarrollando una “política de articulación”.
  • Ciertos líderes visionarios anticipan las limitaciones de los acuerdos dominantes y buscan cuestionarlos cuando todavía se encuentran firmemente asentados, ensayando una frustrada “política de prevención”.
  • Y finalmente, otros presidentes intentan sostener el modelo vigente cuando éste ya se ha tornado demasiado frágil, por lo que resultan víctimas de la “política de disyunción”.

“Este esquema permite al autor ofrecer una interpretación recursiva de la historia presidencial: los ciclos comienzan con líderes de reconstrucción, se desarrollan bajo la tensión entre gobiernos de articulación y de prevención y se cierran con episodios de disyunción que dan paso a un nuevo momento histórico . Resulta tentador proyectar este esquema de manera mecánica sobre la historia argentina reciente: Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner son celebrados como presidentes de reconstrucción; Cristina Fernández puede ser leída como una prototípica lideresa de articulación, y Fernando De la Rúa parece haber sufrido, en retrospectiva, la tragedia propia de un presidente de disyunción”, explica Pérez-Liñán.

En el análisis de Skowronek, para la democracia estadounidense, los “regímenes” presidenciales son relativamente longevos (cuatro décadas en promedio). En el caso argentino las cosas son mucho más veloces. Y Pérez-Liñán sostiene que “en el origen de esta dinámica parece encontrarse una debilidad estructural del Estado argentino, dada porque el gasto público tiende a superar los ingresos corrientes en el mediano plazo”. De esta forma, “los presidentes tienen incentivos individuales para buscar soluciones procíclicas, aprovechando al máximo los recursos disponibles cuando la economía está en auge y trasladando los desequilibrios fiscales a las administraciones futuras”. Luego, “cuando las consecuencias de estas políticas ya no pueden ocultarse, la crisis económica produce un presidente de disyunción que se proyecta como débil e incapaz, marcando el final del ciclo”. “Solamente la llegada de un nuevo líder de reconstrucción permite adoptar soluciones extraordinarias, reorientando los mecanismos de financiamiento del Estado y redistribuyendo los costos del esquema económico”.

Y acá entonces, me pregunto:

  • Si Cristina está logrando por primera vez conjurar la dinámica del presidente demonizado cuando se va.
  • Si eso se relaciona con que los desequilibrios macroeconómicos que acumula su administración son más leves que los de sus predecesores (ni hiperinflación, ni hiperendeudamiento -público y/o privado-, ni hiperdesocupación, ni hiperpobreza, ni hiperindigencia)

¿Esto hace entonces que, por primera vez, una Presidencia nueva no deberá ser necesariamente de “reconstrucción”, denunciadora de un pasado nefasto que se debe dejar atrás? ¿Esto, a la vez, deja de poner al Estado argentino a la “defensiva”? ¿Estamos por lo tanto, ay, después de estos años de populismo irracional, de aislacionismo chavista, más cerca que nunca antes de las tan ansiadas “políticas de Estado”?

Aquí pondremos los «peros». En este post de noviembre de 2013, nos preguntábamos si el Frente para la Victoria puede ser «un Frente Amplio» que pendule un poco, como lo hacen los vecinos, de Tabaré a Pepe y de Pepe a Tabaré, pero no mucho más. En este otro del año pasado poníamos en duda que la senda del próximo presidente -provenga del partido que sea- va a tener su senda trazada en cierto «centro» y «moderación» y si «todos» los candidatos, de llegar a la Rosada, van a hacer «más o menos lo mismo». Esto todavía es la política en la Argentina. La impronta del Presidente importa. No es fácil «moderarse» cuando uno está en el sillón de Rivadavia y quiere permanecer allí (¿fueron «moderados» Alfonsín, Menem, el kirchnerismo?). Expresado de otra forma: ¿es posible un «menemismo bis» en la Argentina? ¿un presidente que se «pase de rosca» en términos de políticas de mercado, desmantelamiento del Estado, desprotección de los más vulnerables, alineamiento automático con los Estados Unidos, etc.? En términos del paper, ¿vendrá un nuevo «presidente de reconstrucción» que, denunciando el pasado reciente eche para atrás lo construido?

Dicho todo esto, como venimos analizando, si Cristina logra sostener niveles importantes de aceptación hacia el final de su mandato logra algo inédito e importante. Para ella como líder política y para poner al país en la línea de largada de alguna senda dirigida hacia ciertas políticas de Estado. ¿Se podrá?

El autor citado nos da una clave de esta posibilidad, al finalizar el paper que analizamos: “Cabe preguntarse entonces si la memoria histórica no reservará el recuerdo dispensado a los grandes líderes (lideresas) para quien consiga eventualmente romper la recurrencia de estos ciclos”.

El tiempo dirá. Y ya falta poco.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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