1. El empresario de Pavlov
Cuando le conté a mi hermano que debía viajar a Mar del Plata para cubrir el 46to Coloquio de IDEA, éste se mostró compasivo. «Bueno, al menos vas a conocer al Leviatán por dentro», me dijo.
Así es mi hermano. Cualquier otro me hubiese pedido alfajores. Y, conociéndolo como lo conozco, interpreté que se refería al Leviatán no tanto en los términos politológicos acuñados por Hobbes, sino más bien al de la tradición judía, aquella que señala que Dios condenó al deforme coloso submarino a la infertilidad, porque, de reproducirse, no habría tenido oponente sobre la Tierra.
Como el antropólogo decimonónico, como el científico alienígena que desembarca sobre el planeta y toma apuntes, yo también debí, entonces, practicar mi ejercicio de observación participante rodeado por la crema del empresariado argentino (y toda la fauna satelital que adorna este tipo de encuentros). Y al cabo de tres jornadas tan instructivas como fútiles, debo confesar que no he llegado a conocer las tripas del establishment y a desentrañar su identidad última, su ontología, por ponerle algún nombre.
Más módicamente, lo que ofrece el Coloquio de IDEA al neófito es un panorama caótico e inestable de las fauces de la Bestia. No un retrato de cuerpo completo, y mucho menos una revelación sobre su razón de ser y su digestión profunda. Supongo que para alcanzar un grado mayor de detalle habría que ocupar una butaca en las reuniones del Comité Ejecutivo de la UIA, ser confidente de los vicarios de la Sociedad Rural o, por lo menos, granjearse la simpatía del que sirve el café a los miembros de la Comisión Directiva de AEA.
Como no es ni remotamente mi caso, deberé conformarme apenas con una visión impresionista de la actividad que se desarrolla entre los molares del monstruo, sus piezas cariadas, sus encías purulentas, sus buches de desinfectante mentolado. Apenas una serie de pinceladas, a veces aleatorias, cada tanto metódicas, sobre lo que acontece durante un miércoles, un jueves y un viernes de octubre entre las paredes del Sheraton Hotel marplatense, que (dicho sea de paso) aún no fue reconvertido en hospital materno-infantil.
Pongamos un ejemplo propedéutico, o iniciático.
Por algún tipo de preconcepto clasista (pero clasismo positivo, tal como en la semántica estatal norteamericana se concibe la discriminación positiva), uno creería que los empresarios son reacios a la celebración de la palabra ajena. Que el goce cotidiano de la plusvalía los ha hecho incapaces de prodigarse en el reconocimiento del Otro.
Y, sin embargo, contra todo pronóstico, el empresariado argentino gusta de aplaudir. Aplauden prácticamente todo. Pero, claro, para el oído alienígena, esto provoca paradojas de compleja asimilación.
El cierre de la primera jornada del Coloquio estuvo a cargo del ex presidente de Gobierno español José María Aznar. Un hombre que sorprende por la persistencia de sus convicciones. Dice hoy lo mismo que decía hace quince años. Como si el mundo soñado por el neoliberalismo siguiera en pie, incólume, luego de todo lo que ha ocurrido, no ya en el orbe desamparado (que es ancho y ajeno), sino en su propia patria europea. En fin, el asunto es que ahí está Aznar y, curiosamente, se le entiende casi todo lo que dice. Cuando Aznar no está nervioso, su dicción castellana (modulada por un modo de despegar los labios que no es perceptible por el ojo humano) es casi inteligible.
¿Y qué tiene para decirle Aznar a los empresarios argentinos? Que deben resistir la «tentación» del intervencionismo, de la expansión del Estado, del populismo y del crecimiento de los déficits. (Hay que notar aquí que Aznar no se contenta con advertir en contra de estos postulados, sino que introduce el significante «tentación», apelando a una semántica que acrecienta su posición pastoral, bíblica, evangelizadora o inquisidora, según quien lo mire). Dice muchas cosas más, por supuesto, pero ya volveremos sobre ello cuando le toque su turno cronológico. Por ahora, basta con recordar esa sentencia. Y quizás mencionar también su permanente apelación a la «desregulación» como Panacea cósmica. ¿Y qué hacen los empresarios argentinos cuando escuchan a Aznar? Aplauden, desde ya.
La segunda jornada, a su vez, fue coronada por una disertación del ex presidente uruguayo Tabaré Vázquez, quien (convengamos) no viene sosteniendo en sus últimos años tesis maoístas ni convocando a las milicias populares. Más bien, se ha conformado con ser una figura ambivalente de la centroizquierda periférica que puede mostrar ciertos logros sociales (más en su gestión como intendente que como jefe de Estado, me animo a opinar), combinados con lineamientos macroeconómicos que han sonado armoniosos al gusto de las clases dominantes (incluyendo un acuerdo de comercio bilateral con los Estados Unidos, suscripto allende los lindes del Mercosur).
De todos modos, concedamos que aún nadie propuso con un grado mínimo de consenso su expulsión del Frente Amplio y que sigue representando a un sector de la izquierda oriental. Pero no perdamos el hilo. ¿Qué tiene para decirle Vázquez a los empresarios argentinos? Con ese tono ni demasiado agrio ni demasiado condescendiente que siempre me recuerda a la yerba Canarias, el uruguayo les dice que el Estado tiene un «rol insustituible» en la economía, que algunas «desigualdades impuestas por el mercado son demasiado dolorosas», que las políticas del FMI tuvieron durante décadas un «tufillo imperialista». ¿Y qué hacen los empresarios argentinos cuando lo escuchan? Aplauden, por supuesto.
La primera hipótesis que se plantea el alienígena es que no han sido exactamente los mismos empresarios los que aplaudieron el discurso de Aznar y los que celebraron el discurso de Vázquez. Intuye una división de aguas dentro de la élite gerencial argentina. Se ilusiona con un clivaje disruptivo que terminará, en algún momento no tan lejano, por alumbrar una burguesía al servicio de la equidad social. Pero repentinamente esa explicación, por puro prejuicio, se le antoja ingenua.
La segunda posibilidad, se le ocurre al alienígena, es que los empresarios sencillamente estén premiando el esfuerzo y la dedicación del disertante. Un reconocimiento a su esfuerzo, a su gesto. Pero los aplausos son demasiado estentóreos para surgir únicamente de la cortesía. Hay algo más visceral.
Existe otra hipótesis que probablemente sea más certera. Consiste en pensar que el empresariado aplaude (a rabiar, si fuese necesario) a cualquiera que no sea el enemigo. Es la hipótesis del Tercero Excluído. El aplauso que surge de las mesas apiñadas con elegancia en el salón principal del Sheraton Hotel no tiene como destinatario tanto al sujeto que ha hablado, sino aquel que está ausente. Aquel-al-que-nunca-aplaudiremos. Por eso es tan entusiasta el reconocimiento. Porque pretenden que ese aplauso sea escuchado fuera del recinto.
Por puro deporte, el alienígena intenta llegar a otra explicación racional del fenómeno. Y, en una epifanía periodística, recuerda al público de los recitales masivos, aquél que raramente expresa su disgusto ante la floja interpretación de un éxito consagratorio.
Seamos sinceros, ¿cuántas veces en medio de un concierto decidimos no aplaudir a la banda porque nuestro aparataje crítico discierne una mala afinación o un arreglo desafortunado? ¿Cuántas veces nos hemos planteado la posibilidad de seleccionar las canciones que merecen nuestro reconocimiento y cuáles no, en medio de una seguidilla de melodías que (para colmo) seguramente nos despiertan algún tipo de empatía? La actitud corriente (y esto no habla bien de nosotros) consiste en dejarse llevar por cierto estado festivo, colegiado, un poco anómico, dentro del cual no hay demasiado sitio para el matiz.
En el fondo, los 800 empresarios que asisten al Coloquio de IDEA no se diferencian demasiado, en términos de evaluación crítica, de los miles de seguidores de Sepultura que llenan con los símbolos del trash metal sudamericano un estadio de San Pablo o de la multitud de acólitos de Luis Palau que copa la 9 de Julio para escuchar la palabra revelada. Sienten que han pagado la entrada, que están allí para festejar algún tipo de signo identitario y que merecen ser regocijados desde el escenario.
El alienígena infiere, entonces, una primera conclusión. No es que, en términos taxativos, durante el Coloquio se escuche una prédica única, un único sonsonete, una única voz. Existe una (moderada y contenida) polifonía. Las limitaciones del Coloquio de IDEA como foro empresarial de debate ideológico no quedan marcadas tanto por el contenido que elaboran los disertantes. Vienen marcadas, más bien, por la incapacidad (o la falta de voluntad) de los asistentes para distinguir una melodía de otra.
El recién llegado a la Ópera de París, casi por reflejo pavloviano, aplaude cualquier interpretación de cualquier obra. Le basta con el entorno para convencerse del carácter sublime de lo que acaba de escuchar. Si la obra ha sido seleccionada por los curadores de la Ópera, dirigida por una batuta que merece presentarse en la Ópera y ejecutada por músicos de la Ópera, la obra no puede ser mala, deduce.
Del mismo modo, el empresariado local siente que el Coloquio de IDEA lo exime de razonar, lo mantiene tibio y confortable, lo contiene como una madre protestante (sin sobrecargar la dimensión de la culpa, quiero decir). Por eso, el mismo empresario aplaude las fórmulas de destrucción del Estado postuladas por Aznar y, sólo un día después, la (apocada) defensa del rol público en la economía que presenta Vázquez.
No es que le dé lo mismo. No hay que confundir displicencia y cinismo. (Al fin y al cabo, el cinismo hunde sus raíces en un férreo código de conductas helénicas muy emparentadas con el ascetismo, mientras que la displicencia es más bien la variante deserotizada del hedonismo.) Si, en definitiva, obligasen al empresario a tomar partido, si lo tuviesen una hora con escarbadientes entre los párpados forzado a pensar, está claro que terminaría tomando partido por una de las posiciones.
Pero, puesto a aplaudir, lo que verdaderamente le importa es que es él, que son ellos, esos empresarios (y no cualquier otro), la fuente del reconocimiento. El que ha hablado, el que junta sus papeles en el estrado, les importa un bledo. La clave es que ellos son la fuente de validación. Están todos juntos, comen y aplauden sobre la lengua del Leviatán. Y, vamos, seamos claros: se los ve felices.
Foto.
muy buena e ironica literatura.
¿Y? ¿Entonces no trajiste alfajores?
¿El «empresariado» son estos 800 tipos, que no llegan al 25% del PBI?
Y las 150 mil PYMES (Postergados Y Menospreciados Entes Sobrevivientes), que proveen el 75 % restante del PBI y el 80% del empleo, ¿qué son? ¿qué piensan? ¿adónde están? ¿cómo gozan «el placer cotidiano de la plusvalía»?
David, 150 , mil??? te quedaste corto, deben faltarte unas 300 mil.
http://www.tiempopyme.com/despachos.asp?cod_des=59882&ID_Seccion=126
Ahí andan. EN la mía yo gozo de la «plusvalía» que le saco a mi viejo. Ahhh y a los empleados. No te hagas problema, no existimos para estos muchachos.
Bueno, somos muchos, se me escapan los números. Gracias por el dato.
Otro pequeño Salieri de Hunter S. Thompson, 20 años tarde y de 1 mm de espesor. La anecdota superficial de los aplausos del coloquio es la misma que usan en LN para el acto de Moyano y el «caos» de transito. Por suerte todavia tenemos a Betty Sarlo, que por lo menos intenta llegar al corazon de la cosa politica.
Homero, te banco porque escribiste la Ilíada. Vos sí podés hablar con autoridad.
Escriba: gracias, que seria de mi sin tu aprobacion. La proxima vez te envio mi comment para que lo modifiques a tu gusto, asi no se te arruina el dia. Y si necesitas aprender algo sobre la vida y obra del buen Doctor, avisame. saludos.
O si, Betty Sarlo, el cateter coronario de la intelectualidad argentina.
Escriba, no trate así a Homero Simpson, con todas las alegrías que nos da.
Estúpida y sensual Betty Sarlo…
…pero, por lo que se ve, irresistible para los duros y exigentes corazoncitos kirchneristas.
Homero: Betty Sarlo escribe en LN.
isabel: Gracias.
Gustavito: Sí, Trassens (1948-1998 / QEPD).
David: Son buenas preguntas. Agrego una complementaria: ¿por qué nos cuesta tanto responderlas? ¿Porque las gacetillas de Fedecamaras y de Apyme no son suficientemente claras?
Homero: Ya quisiera llegarle yo a los talones a Sarlo, a Thompson y, si vamos a caso, a Salieri. ¿Alguien se ha tomado la molestia de escuchar las obras de Salieri? El hombre tenía su talento.
Cuando leí «Fedecámaras» y «Apyme» me dió un ataque de urticaria del cual recién me estoy recuperando.
Me recuerdan a los ignotas «Cámaras de Administradores de Consorcios» que «dceciden en paritarias» los aumentos a los encargados «negociando» con el Sindicato.
Es cierto, Raindelay, se me fue la mano con don Antonio. Compuso algunas buenas obras y, sobre todo, no abusaba de las esdrujulas. saludos.
Sí, estoy en rehabilitación por ese tema. Mis médicos me aplican un electroshock cada vez que escribo «pisquiátrico» y me obligan a poner «loquero».
juas!
Homero: Tengo casi todo leído HST. Hasta las columnas sobre fútbol americano. Te agradezco.
¡Qué bien escrita que está esta crónica! Tremendo debutante en AP.
¿Y qué pasó cuando habló Gerchunoff?
De todas maneras, un empresariado que elige como el mejor presidente para fomentar el desarrollo a Menem y recién segundo a Illia, es, como menos, un empresariado pavote.
Es el empresariado pavote que recibe subsidios del Gobierno «nac & pop». Porque son los grandes, ¿vió?
Gracias, Ana. Lo de Gerchunoff fue, obviamente, uno de los momentos más disruptivos del Coloquio. Quizás en algún momento escriba algo sobre eso. Pero le dejo un adelanto. Gerchunoff les dice a los empresarios que han sufrido históricamente de «miopía institucional». Y los empresarios, en lugar de lapidarlo, lo aplauden. Fue una suerte de sesión sadomasoquista.
Cuando los empresarios que respaldan el coloquio de IDEA eligen como mejor gobierno de las ùltimas décadas al de MENEM están expresando inequivocamente, que prefieren una polìtica liberal que no pretenda afectar su rentabilidad aunque ella carezca de futuro y solidez , a un modelo con tendencias estatistas y redistributivas, que en tiempos en los cuales sus ganancias podrían ser superar cualquier promedio de las décadas anteriores, quedan reducidas a niveles más que aceptables si se las compara con las obtenidas en la década del 90, pero resultan insuficientes si se las mensura midiendo no lo que se ganó, sino la mayor participaciòn de los ingresos salariales en la renta general a expensas de una rentabilidad más acotada.
Prefieren un discurso que cinicamente y contra toda evidencia sigue sosteniendo que las mejoras en la economìa son autosuficientes para generar el bienestar general por efecto del derrame, que a esta polìtica de protecciòn de los jubilados, las paritarias, la AUH, los subsidios, las transmisiones gratuitas del fùtbol y en fin, todas esas cosas que un empresario de IDEA piensa que sale de sus arcas que podrìan estar más llenas si el gobierno fuera otro.
Ceguera injustificable en la medida que ès el crecimiento del mercado interno el que entre otros factores relevantes, es el que les ha permitido obtener durante seis años los mayores ìndices sostenidos de rentabilidad que puedan registrar en su historia.
PEro el ADN del empresario de IDEA es ese. Prefiere morderse la cola y en eso radica la monstruosidad tan bien señalada en el artìculo.
Luisk, para «ellos» es Menem. NO hay que olvidar nunca el carácter sectorial de estos coloquios. Igualemnte me llama la atención que no eligieran a los K. Ya que hacen fortuna con ellos. QUIzás sea para quedar bien con la SRA ya que Biolcatti les hecho en cara el año pasado al aplauso del 2008 a la 125.
¡Excelente!
Uh, me olvidé de preguntar: Esto es sólo el primer apartado, ¿verdad? ¡Decile al público que hay bis!
Gracias, Matías. Me lo estoy pensando. No quiero abusar de la paciencia de los lectores ni de los editores de AP. Y, lo confieso, soy también un poco vago.
Excelente post. Una joya de lo descriptivo. Tal vez se me antoja un poco condescendiente eso de que el discurso de Aznar es escuchado igual que el de Vazquez. A los fans de Sepultura no nos gustan tanto los teloneros locales.
Esos tipos son unos grasas.
Ademas viven de subsidios, que verguenza.