Las pibas contra el medioevo

Foto de Luciana Gentinetta

 

Nos trataron como perros, nos trataron como árboles. Nos hicieron sentir fábricas, nos hicieron sentir envases. Dijeron que éramos asesinas y que íbamos a promover el tráfico de órganos. Hasta se atrevieron a hablar de las atrocidades de la dictadura. Que las mujeres pobres no abortan porque no les sobra nada, que no hay presupuesto para cubrir las prácticas, que el aborto clandestino no se lleva «tantas» vidas, que Leonardo Da Vinci y el 1500. Las pibas contra el medioevo. Mucho más que media sanción.

Ni el frío, ni la noche, ni las aberrantes exposiciones de algunos diputados pudieron con ellas. Carpas, fogatas, ollas, termos de agua caliente y mantas. Juntas, organizadas y sororas tiñeron las calles del Congreso de color verde, las llenaron de brillos y alegría, devolviéndonos la esperanza y haciéndonos pensar que un mundo feminista, más justo e igualitario para todos, es posible. Y es que el verde ya no es sólo un color secundario que se percibe entre el amarillo y el azul. Hoy representa y simboliza la lucha de millones de mujeres contra un sistema que las cosificó, oprimió y encerró durante años.

El debate por el aborto legal, seguro y gratuito encarna hoy, además, una batalla mucho más profunda y antigua, que tiene que ver con la autonomía de los cuerpos, el deseo y el goce. Autores como Michel Foucault primero, y Judith Butler y Paul B. Preciado luego, hicieron visibles las modalidades de opresión con las que actúa este sistema capitalista y heteropatriarcal en la esfera de la sexualidad y en la construcción del género. Y aunque quisieron callarlo y quisieron borrarlo de la historia, hoy, el movimiento feminista es el único que se levanta ante las reglas rígidas y retrógradas de la heteronormativa, mostrándo que aquella libertad que nos prometieron, y con la que nos engañaron los burgueses en el 1600, es factible.

En 1978, la Argentina quedó anestesiada bajo los efectos de un Mundial, de un fútbol que tapó todo. Parecía impensado que, 40 años después y a un día de comenzar el campeonato del mundo, la unión de los cuerpos de las pibas, las mujeres y las diferentes disidencias, y la resignificación de la calle como espacio de encuentro y lucha iban a mantener en vilo a todo un país, recordándole a los de arriba, que nuestros derechos están primero y que la historia, esta vez, no se vuelve a repetir.

Porque no encontraron forma de silenciarnos, ni aún habiendo prendido fuego a nuestras hermanas, ni aún habiéndolas dejado morir por abortos clandestinos. Ahora el Senado debe decidir: las pibas o el medioevo.

Será ley.

 

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