Ritos

1. Soy, lamentablemente, un hombre de poca fe. Un ateo, un escéptico, un hijo del siglo XX. Y, sin embargo, una de las pocas cosas en las que creo es que las abluciones poseen fuerza iniciática. Y un efecto purificador. No en vano, la inmersión ha sido elegida en forma reiterada como rito bautismal. ¿Qué sucede cuando metemos la cabeza bajo el agua? El ruido del mundo exterior desaparece. O, por lo menos, se transforma en un murmullo. Las palabras pierden corporeidad. No hay, sin embargo, suspensión del sentido, sino sumersión en él. El sentido adquiere una dimensión reverberante, íntima, potencialmente más subversiva.

Los últimos días, incluyendo la oportuna retórica meteorológica del viernes, han funcionado con doble simbología sacramental. Unción final, desde ya, de modo más previsible (y de allí la tristeza de tantos). Pero también bautismo (y de allí la esperanza no especulativa de algunos, casi los mismos).

En ese sentido, y perdonen que fuerce la metáfora, el hilo de gente que salía desde Balcarce 50 y se perdía por la Avenida de Mayo tuvo la virtud de funcionar como dos cursos hídricos de funcionamiento inverso: como río Aqueronte, por donde los muertos son llevados al inframundo, y como río Jordán, donde los vivos se congregan para compartir la puesta en acto de una nueva identidad adquirida.

2. Durante nuestras horas de inmersión, las palabras, al decir de Rafael Alberti, quedaron “heridas de muerte”. (“Las palabras entonces no sirven, son palabras. / Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, / humaredas perdidas, neblinas estampadas, / qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, / qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua”.)

Quizás por la convalescencia de las palabras (que, con perdón del poeta, nunca agonizan) es que todo aquello que hemos leído y escuchado en las últimas horas tenga, desde su concepción, el aspecto de los textos muertos. Quizás esto mismo que escribo ahora, termine siendo un texto nonato, por inoportuno, por precoz o por inapropiado. El lugar de las palabras, si cabe, fue ocupado por los cuerpos.

No es necesario, de todos modos, ser optimistas, ni ingenuos, ni tampoco cínicos. No somos anfibios. Hoy, mañana, dentro de una semana, dentro de un mes, tendremos que sacar la cabeza del agua y salir a respirar. Y el encantamiento de la pureza se romperá.

Las palabras se recobrarán y volverán a hablarnos del conflicto. Y todos tendremos que salir a pronunciar las propias. Puede que al principio lo lamentemos. Pero, en el fondo, sabremos que la pureza, como estado de gracia, tiene la obstinación de la virginidad y eso la convierte en un terreno infértil para la creación, para la transformación, incluso (si alguien me quiere correr desde el nihilismo) para la destrucción.

3. Avisé que era un hombre de poca fe. Agrego ahora que también puedo ser antipático: el culto a los muertos y a los santos me tiene sin cuidado. Por supuesto, no todos compartirán mi (falta de) sensibilidad al respecto. Soy de los que creen que las hagiografías fueron el invento de un imperio, allá por el siglo IV, que necesitaba cristianizar mediante viñetas de alto impacto.

Una cosa es la memoria sensible, alguna forma del amor y de la pérdida que auténtica y legítimamente conmueve (y que, entre otras cosas, motiva este texto). Y otra cosa la apropiación simplificadora de una vida. Las mitificaciones son funcionales, pero reversibles. Usar un nombre en vano es relativamente sencillo y muchas veces redituable.

No puedo evitar cierto involuntario eco jesuítico en lo que sigue: creo más en el concepto de testimonio que en el de legado. El legado es parecido a la herencia parental: la recibimos quizás sin haberla merecido ni elegido. El testimonio lo recibimos por opción y nos compromete, nos responsabiliza y a la vez nos libera. “Libertad, horrible libertad”, dicen las hormigas del terrario que quedan flotando en la ingravidez de la cápsula espacial comandada por Homero Simpson. Se rompió el cristal. Se necesita coraje. Especialmente, coraje introspectivo. Desde ya, no todos lo tenemos.

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9 comentarios en «Ritos»

  1. Notable texto. Sin embargo el culto a los muertos, cuando pasan de catarsis y se convierten en claro mensaje político tienen potencia de acción. La Argentina es un país con larga tradición en esto> elcadaver de Evita, las manos de Perón, la disputa por el traslado del ceurpo de Perón a San Vicente, los 30 mil desaparecidos… somos una sociedad que conversa permanentemente con sus muertos… incluso literalmente, como se vió en estos días. Y eso tiene potencia política. Saludos.

    1. Ariel: Coincidimos en las premisas, entonces. Quizás no en sus derivaciones. Trato de explicarme mejor.

      1. Todas las sociedades (todos los individuos) «dialogan» con sus muertos. Pero si en todo diálogo el equívoco es una dimensión inherente, qué pensar cuando el interlocutor está muerto. Se hace necesaria, por lo menos, una maniobra de resignificación. No del todo arbitraria, cierto. Pero inevitablemente manipulable. En ese proceso, en esa puja (que nunca termina y, por lo tanto, no se puede ganar ni se puede perder), es que adquiere contenido cualquier «potencia política». Deja de ser potencialidad y se transforma en obra.

      2. Supongamos: ¿el José de San Martín que menciona Chávez en sus discursos es el mismo que ensalzaba el golpismo vernáculo cada 17 de agosto?, ¿el crucifijo que tiene Von Wernich en su celda es el mismo que llevaba colgado Mugica?, ¿la efigie de Evita que atestiguaba las claudicaciones sociales de Rodolfo Daer es la misma que la que tenía en mente Rodolfo Walsh cuando escribía «Esa mujer»? (Sí, ya sé, disculpen: es de pésimo gusto mezclar todos esos nombres en un mismo párrafo.)

      3. Como dice Eduardo Real en un comentario que está más abajo, algunos muertos «tienen una potencia infinitamente superior» que muchos vivos. Por eso, la batalla que se libra en torno a su significación es «infinitamente» más encarnizada.

      4. Por último, el nivel personal. Dije en el post: «el culto a los muertos y a los santos me tiene sin cuidado. Por supuesto, no todos compartirán mi (falta de) sensibilidad al respecto». Es decir: no me interesa participar del debate que se aproxima sobre quién era el «verdadero» Néstor Kirchner. Sí me interesa, por caso, que se apruebe una Ley de Entidades Financieras más democrática. O la legalización del aborto. O una ley razonablemente humanitaria sobre vivienda social. Ahora: si mis deseos conicidirían o no con los suyos es algo que dejo en manos de quienes saben más del tema.

      Abrazo

      1. Es verdad, todas las sociedades conversan con sus muertos y ahí comienza a librarse una lucha por resignificarlos. En la Argentina sin embargo, me parece que hay algo de diferente que no sabría definir… pienso en el caso que me parece más impresionante: la obsesión por sacarse de en medio el cuerpo de Evita. Hay muertos que me parece uno de los testimoios más impactantes de eso. «Yo creo que (algunos) biológicamente muertos tienen una potencia infinitamente superior que muchos muertos políticos, aunque respiren» dice Eduardo más abajo, y creo que tiene razón.

        Ahora en lo personal, para mi propia sorpresa, descubrí que me sentí bastante apenado. Pero coincido, no es lo más importante. Saludos.

      2. «no me interesa participar del debate que se aproxima sobre quién era el “verdadero” Néstor Kirchner. Sí me interesa, por caso, que se apruebe una Ley de Entidades Financieras más democrática. O la legalización del aborto. O una ley razonablemente humanitaria sobre vivienda social.»

        Totalmente de acuerdo. Que rezar mantras no nos quite energías para hacer más. Sería ridículo que se enaltezca a un tipo que no se detuvo nunca y, enalteciéndolo, nos detengamos.

  2. R, este texto… yo siempre pensé a Kirchner como un pastor protestante, silencioso. Un Dios que salva por la fe. No por la palabra. Y sin embargo es cierto que hay un testimonio. Un testimonio que es necesario exceder. Un testimonio que no tiene mediaciones evangélicas. Estamos obligados a ser heresiarcas.
    Abrazos,
    A

  3. Yo creo que (algunos) biológicamente muertos tienen una potencia infinitamente superior que muchos muertos políticos, aunque respiren.

    No es casual que todo lo bueno que se le negó en vida finalmente se potencien después de muerto. Así pasó con el Che, Perón, Evita, el Chicho Allende, etc. Es decir, cuando (se cree que) ya no pueden joder a nadie. Ahí sí, se los reconoce Gardel, Lepera y los guitarristas. En vida no.

    Tuve la suerte de bancarlo en vida, cuando salir a hablar bien de él era poco saludable. Nosotros, los ateos, no somos negados. Simplemente que en vez de llenar con estampitas que dios sabe quién eligió y por qué motivos, elegimos conscientemente a nuestros santos. Y Néstor se encuentra ahora junto a mis otras dos «estampitas»: El Che y el Chicho. Y aunque por motivos diferentes, al lado de ambos, no «debajo de», como lo hace la religiosidad peronista.

  4. Un placer leer este texto. Creo que lo que viene, también, es la lucha por la resignificación del signo Kirchner (o cuerpo de Kirchner). Y también será una forma de acción política la pelea que pueda darse en ese campo.

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