Serán responsables

Raise-your-hand

Compañeras y compañeros que, por experiencia, escuchamos con atención, nos dicen: “el kirchnerismo no va a votar endeudar al estado, eso es lo real. El tema es ver cómo lo plantea a la sociedad. Sectores del PJ que entren en negociaciones con el gobierno van a votarlo. Es fundamental no putearlos por “traidores” si se equivocan. Como pedimos nosotros cuando nos equivocamos…”.

La respuesta no entraba en un wasap así que se la mandamos por acá. Antes, sin embargo, queremos aclarar que no incluimos entre los destinatarios de este mensaje a las compañeras y los compañeros que son integrantes del Congreso de la Nación y que votarán a favor del megaendeudamiento por urgencias financieras propias, o de sus jefaturas políticas, o de sus provincias, aun a sabiendas de las consecuencias de mediano y largo plazo que tendrá este cambio de legislación. En tales casos, entendemos, por más que nos esforcemos no hay forma de convencimiento. Si lo que se prioriza son intereses particulares por sobre los colectivos, es imposible dar vuelta la postura con un argumento de política económica, como el que se intentará aquí.

Nos interesa, en verdad, otro grupo de congresales, que quien sabe qué cantidad real será. ¿Cuántas compañeras y compañeros estarán por votar con el PRO y la UCR a favor de abrir el grifo de la megadeuda porque sinceramente creen que es lo mejor para el pueblo? Ni idea. Pero ese grupo, si es que existe, pronto tendrá que alzar o no la mano en las dos cámaras del Congreso, en una decisición con consecuencias que se sentirán por generaciones. Hablamos de las y los legisladores que adhieren al argumento liberal, que en su esencia afirma que, aun si ahora o en realidad en forma permanente nos megaendeudamos, las inversiones extranjeras que vendrán dinamizarán nuestra economía, al punto de llevarnos a ser, en un par de décadas o incluso menos, una nueva Australia.

Bueno, ese argumento es una falacia. Decimos esto sin siquiera detenernos en las cuestiones éticas que dan a lugar el haber hecho realidad los más osados sueños de usura de los fondos buitres. Y decimos que es una falacia también sin detenernos en el hecho de que estaremos pagando hasta 2046 deuda contraída antes de la implosión de 2001. Deuda que, si se la explora hasta su génesis, llega claramente al período 1976-1983. Es decir, estaremos pagando por 70 años una misma deuda. Aun así, no es necesario caer en determinismos pesimistas: la deuda eterna no es nada raro, pasó en toda la historia de la humanidad, desde que hay pueblos y desde que hay imperios.

Pero volviendo a la falacia liberal, la falla argumentativa se sostiene en malinterpretar el impacto que genera el megaendeudamiento en la salud de la economía argentina. A continuación desarrollamos este punto.

Lograr la soberanía monetaria es uno de los requisitos fundamentales para convertirse en una nación próspera, pacífica y justa. Soberanía monetaria quiere decir que el pueblo ahorra en su moneda, la moneda que emite su banco central, y que dicha moneda es aceptada en otros países. Para lograr eso, como bien sabe la argentinidad, no tiene que existir inflación. Y para que no exista inflación, la mejor manera de lograrlo es que nuestra moneda no se mueva mucho en relación a otras monedas poderosas del mundo. Es decir, que nuestra moneda sea convertible, como lo son no más de 20 monedas de este amplio planeta con más de 200 naciones. El tema es cómo generás condiciones de convertibilidad -como las que vivió Argentina en los noventa y quiere revivir ahora el macrismo- sin por eso generar al mismo tiempo un país para pocos, como el que existió entonces y el que se está regenerando ahora.

Hay una manera. Pero lleva tiempo. La clave es no tener déficit de balanza de pagos. Es decir, que no salgan más dólares de los que entran al país, durante un período bien largo de tiempo, hasta que se produzca la naturalización de la confianza en la moneda propia. Todo el poder estatal nacional debería priorizar ese objetivo para nuestra economía, porque cuando se tiene déficit de balanza de pagos, como se lo ha tenido en casi toda nuestra historia, es que la moneda pierde siempre valor. Y cuando la moneda no tiene valor de ahorro, o sea no es convertible, no se pueden lograr los estándares de vida que esperamos para nuestro pueblo.

Con respecto a los estándares de vida a los que aspiramos como pueblo, sepan por favor disculpar un solo párrafo de digresión algo emocional. El modelo liberal de apertura y competitividad global se sostiene no sólo con un flujo permanente de exportación de capital (“deuda”) si no también con un salario promedio muy inferior al de los países centrales. Los salarios pueden ser tan bajos como unas monedas mensuales, en muchos países de Asia, África y Centroamérica. Para el caso de una semicolonia sofisticada, como es Argentina, podés dar por hecho que te aceptarán salarios promedios de, cómo mucho, 600 o 700 dólares mensuales. Ahí les cierran los números. Pero sabés que, tienen un problema. El pueblo argentino efectivamente se considera, de manera consciente o no, y de manera justificada o no, un gran pueblo, como de hecho dice su decimonónico himno oficial. Y ojo, que en sesenta años pusimos un Papa, dos íconos revolucionarios y los dos mejores futbolistas de la historia. Así que ya saben qué hacer con los 700 dólares, my friends. Y atención, porque lo dicho puede resultar risueñamente liviano, pero en realidad hablamos de política económica pura y dura, de esa que en general no te enseñan en las materias de economía más que de costado, como al pasar. La puja por el salario real es la tensión política esencial de las sociedades democráticas y, por lo tanto, lo que debería ser el punto de partida de los estudios de la macroeconomía. Por ahora, casi nunca es así.

Pero en todo caso, ¿cómo se logra superávit permanente de la balanza de pagos? Primero, no tenés que tener un déficit comercial permanente. Arriesgamos un poco y afirmamos que la tendencia de mediano plazo, en este plano, no debe preocuparnos. Al igual que durante el período 2003-2015, y más allá de la foto del presente, hay posibilidades de tener un balance comercial estructuralmente superavitario, o al menos neutro. De todos modos, en esto como en todo lo que sea política, lo que sucede depende en buena parte de la dirigencia política, es decir de sus decisiones en política comercial. Y el macrismo, en su fe neoliberal, propone volver a la apertura y a los tratados de libre comercio, cuando en realidad el camino a seguir era profundizar, y mucho, lo que hizo el kirchnerismo, en términos de protección comercial y de su resultante promoción de la producción nacional, por lo tanto del empleo y del salario real, fines últimos de la política económica. Y por más que da ganas de profundizar en el análisis de este retroceso, no avanzaremos ahora. Bajones amarillos igual hay miles, para adonde sea que se mire.

Otro factor a considerar con respecto al tema del equilibrio de la balanza de pagos, y sobre todo para una sociedad como la argenta, con inevitable alta propensión a viajar, es el balance turístico. Es decir, cuanta plata perdemos porque se va más gente a gastar afuera que el turismo que viene a dejar verdes acá. Los medios financiados por el capital, que son casi todos, te van a decir que el “déficit turístico” es un gran factor generador de pérdidas de reservas. Pero es mentira. En realidad, son monedas. Lo que pasa es que odian toda forma de drenaje de verdes destinado a la grasa clasemediera, y ni hablar si además se es parte de la grasa militante. Basta hacer un poco de números para darse cuenta que una economía como la nuestra se banca tranquilamente un módico déficit turístico estructural. Si es que lo hubiere, porque ojo, Argentina está cada vez más de moda. En todo caso y en otras palabras, gracias a la riqueza de nuestra tierra y a la productividad de nuestro pueblo, si fuera sólo por el comercio y el turismo, los números nos dan bien para tener una de las monedas más fuertes del mundo.

Lo que pasa -y esta es la cuestión, amigxs- es que no sólo es el comercio y el turismo lo que determina nuestra balanza de pagos. En un mundo más evolucionado tal vez sí lo serían, quizás hasta lo serán algún día. Pero el orden vigente de los asuntos geopolíticos determina que el tema de la balanza de pagos es bastante más complejo que eso, como ilustran los tres ítems que a continuación se expondrán, y que afectan mucho a nuestra capacidad de soberanía monetaria, es decir a nuestra posibilidad de llegar a ser una comunidad próspera, pacífica y justa. Pero es así nomás, es difícil no ser uno de los países poderosos de este mundo, y la ley del más fuerte es, como sabemos, un mecanismo bastante antiguo en lo que a nuestra especie se refiere.

Primer factor de tres, entonces, son las transferencias de ganancias. En una economía como la nuestra, con muchas multinacionales radicadas y pocas multis propias ganando dinero en otros países, el déficit en este plano es tan seguro como enorme. De hecho, atención con esto: las pujas por maximizar la transferencias de ganancias es el generador esencial de conflictos de nuestra polis, como bien ilustra el último tercio del dodecaenio K. Quien no comprenda esto es porque lee los diarios o hasta mira la tele. Bueno, justamente, los diarios y la tele proponen otro paradigma, de hecho el opuesto al planteado, donde la violencia social y la “corrupción”, es decir la falla ética, surgen del pueblo y de sus representantes elegidos (cuando pertenecen al bando populista). Y no de quienes acostumbran a fugar sin prisa y sin pausa miles de millones de ganancias, que son a su vez quienes articulan los sentidos culturales de millones, y que son quienes, hoy y siempre, y salvo famosas excepciones, han manejado las riendas del estado nacional.

Decíamos del reciente caso que ilustra lo afirmado, pero que conste que es solo un ejemplo de decenas en nuestra historia bisecular. A fines de 2011, y apenas reelecta CFK, el gobierno (muy tarde) dijo basta a la canilla libre de venta de dólares a los grandes grupos económicos. También, y como se recordará, se encepó a la clase media, que tuvo que volver a cuevas y arbolitos para cuidar de sus pocas monedas excedentes. Catorce meses y una elección perdida después, se corrigió el grave error estratégico y se abrió la canilla, hasta dos mil dólares mensuales. Igual ojo, lo de canilla es relativo. Para quienes escriben o hablan en nombre de y financiados por quienes manejan números algo más grandes que dos lucas al mes, se cansaron de decir que esa cifra, el ad nauseam publicitado cepo, no era más que un insignificante goteo. De hecho, convencieron a medio país de que tenían razón, según las encuestas que circularon a principios de año. Que es algo casi tan orwellianamente humillante como si los dos equipos más populares del deporte nacional más popular llevasen la misma publicidad del mismo banco de la antigua metrópoli colonial. Imagináte.

Ya desde la 125, allá por 2008, casi la totalidad de la dinámica política argenta se explicaba por el conflicto estado nacional-corporaciones multinacionales. Y para quienes estén levantando la mano para decir y qué de los sojeros, atención: no hay que confundir la relevancia de los actores. En el ajedrez del sistema económico argento, los chacareros son peones cortarrutas nomás. Fugan, pero fugan monedas comparados con las multis, y además a menudo invierten casi todo lo que tienen, lo cual los convierte en agentes económicos socialmente productivos. Lo relevante, en cambio, fue lo que hicieron las madres insignes de las corporaciones, que no son sólo los medios, sino también aquellas que ponen los precios basales, como el cemento, el acero, y el aluminio. Esos precios, dominados por escasísimas multis, se dispararon en el año del histórico voto no positivo -jornada parlamentaria que, a todo esto, y por más que el sistema mediático intentará enfriarla todo lo que pueda, puede encontrar en estos días una jornada que le empate en relevancia.

Y desde que se puso el cepo, a fines de 2011, la guerra de mediana intensidad se convirtió en conflagración total, que es lo que se nota a simple vista cuando se toma un té de tilo antes de ojear o hacer zapping en los medios de comunicación sistémicos, que son casi todos.

Lo que sucede desde entonces, y yendo aún más al centro de la cuestión, es básicamente un único fenómeno: se trata de la respuesta de los dueños de las multis a ese grupo de sudacas que se permitió, menos de año y medio después de intentar imponer impuestos de verdad al sector más productivo de la economía, insistir con eso de no endeudar al estado que gobernaban. Sucede que uno de los pocos problemas de verdad grandes que pueden aquejar a las élites es cuando la dirigencia política de una semicolonia no funciona como escribanía de bonos de deuda estatal.

Si eso pasa, se traba el mecanismo que permite seguir transfiriendo miles de millones al año a las “casas matrices” (que, en realidad y en última instancia, son sólo unas pocas cuentas en unas pocas guaridas fiscales). Y para lxs más jóvenes, sepan que eso de hecho es lo que se hacía, por ejemplo, en los ahora inmerecida e increíblemente reencarnados años 90. Pero es, en cambio, lo opuesto a lo que hizo, hace bastante tiempo ya, y con alto costo personal y social, un militar populista que ganó tres elecciones en estos pagos.

Es clave comprender que el gobierno del PRO no sólo maximiza la transferencia de ganancias al exterior, organizando la acción a través de CEOs y de académicos del palo, y financiándola como siempre se hizo con deuda en dólares (antes libras, y antes oro). La cuestión es más profunda en realidad. El PRO existe sólo porque existe un fenómeno estructural de nuestra economía, o si preferís de nuestra sociedad, que es: a) la apropiación de la riqueza se concentra en muy pocas manos; b) esas pocas manos, salvo excepciones, viven afuera; y c) por lo tanto, quienes manejan el dinero grande tienen otros intereses a los nacionales y prefieren otras monedas a la nacional (al igual que sus contados pero poderosos aliados y empleados locales).

A esa corriente subterránea (subterránea sólo porque no la sabemos ver), la llamaremos élites, y es de los pocos motores con peso propio que tiene el sistema cultural, social, económico y político que llamamos Argentina. Las élites tienen instrumentos de alto poder. En particular, y por un lado, generalmente crean y siempre financian al sistema de producción de significados culturales que resulta en millones de votos para las propuestas conservadoras. Hablamos de ese voto que desde diciembre se denomina el voto #jodeteforrx, voto que se contó por millones y que es resultante de un sistema complejo y más poderoso de lo se suele creer, y que va desde editoriales a medios, pasando por universidades, películas, casi todo lo que usamos en Internet, y tantas cosas más.

Por otro lado, y con más potencia aún, las élites -ya desde el inicio mismo de nuestra independencia y al igual que con tantas otras naciones- logran siempre debilitar nuestra soberanía monetaria, como se explicará enseguida a través del mecanismo del endeudamiento, es decir generando inflación, lo que resulta en crisis recurrentes. La inflación, por supuesto, se transfiere además en pérdida de apoyo para los intentos soberanos, eso que hoy llamamos gobiernos populistas. Y así, pum, te meten un amarillo como primer presidente elegido con una agenda que casi que fue sinceramente de derecha.

Pero en lo referido a transferencia de ganancias, lo estructural, lo que no cambia, es que se trata de una guerra de trincheras, permanente y difícil, entre los estados nacionales y las multis -categorías de entidades ambas que concentran cada vez más la riqueza producida en el planeta. Y si al comando de un estado nacional llegan personas con ideologías e intereses amarillos, eso es al fin y al cabo parte del aprendizaje democrático. No hay que olvidar que la democracia la venimos aprendiendo desde hace al menos unos tres siglos, cuando comenzaron a tomar fuerza los memes de una persona un voto. Y no hay casi nada de nacional en tales procesos. Se trata de fenómenos de cambios culturales que claramente son globales, y casi simultáneos si se lo mira en tiempos históricos.

Lo cierto es que mientras existan formas, aun si moderadas, de capitalismo globalizado, la puja por la exportación de capital será parte de la dinámica política de los estados nacionales. Aprender a generar suficiente producción nacional es parte clave del karma de toda ex colonia. Y el masivo apoyo externo a las fuerzas antipopulares también. Pero ojo. No es cuestión de cerrarse hasta la asfixia. De hecho, lo que se dirá ahora es importante y hará felices a lxs fans de las marcas globales. Puede claramente concebirse, con políticas de largo plazo, una economía nacional que llegue a un equilibrio duradero en su balanza de pagos aún incluyendo el déficit de balanza que nos generan las multis.

En otras palabras: tenemos una economía lo suficientemente sólida como para comerciar libremente, si sabemos cuidar de áreas claves; para viajar quienes gusten, como sucede en los países con las monedas más fuertes; y hasta para aceptar que las multis se lleven una tajada importante de la riqueza nacional, como también sucede en las naciones con mayores índices de desarrollo social. Todo eso, sin tener inflación ni, sobre todo, salarios de hambre y explotación, que es lo que las multis imponen, y lo que las democracias oponen. En otras palabras, si nos organizamos mejor podríamos ser, acá en Argentina, lo que son las pocas economías sanas que hay hoy en el mundo.

Pero, como decíamos antes, el mundo es más difícil de lo que parece. En nuestras cuentas nacionales siempre hay dos factores más en juego. Dos factores que cambian, para mal, toda la dinámica de nuestra salud monetaria. La sorpresa y la incomodidad llegan de hecho con el segundo factor de realpolitik que juega estructuralmente en contra de nuestra capacidad de sostener una balanza de pagos superavitaria (o al menos neutra, y así de paso evitamos que los demás países nos agreguen el pecado de la angurria a la (justa) acusación de soberbia).

Hablamos, nada menos, que de las contrataciones de deuda, pública o privada, en moneda extranjera. Es, claro, el tema que nos convoca. Y lo agradablemente asombroso es que parece haber avances significativos en la comprensión social del fenómeno -al punto tal que sospechamos que en Wall Street y en la City londinense hay quienes se están preguntando si este país tan lleno de populistas (defaulteadores seriales, nos llaman) realmente pagará las megadeudas que está a punto de contraer. Y atenti eh, que ellos nunca dudan si la plata volverá a sus cofres. Es, con toda lógica, núcleo fundante de su credo que las deudas se pagan. Y a las ideas intangibles las sostienen con el manejo de casi todas las (apenas tangibles) monedas convertibles. Y, sobre todo, bancan su ideología rapaz con tres cuartos de la inversión planetaria en hipertangibles armas de destrucción masiva. Con eso les alcanza, en general, para no dudar que, si tenés un cachito de paciencia, con las semicolonias que se portan mal, hacés la gran Singer, y terminás como el más banana y felicitado del selecto club de saqueadores globales.

Un problema que tienen las élites, sin embargo, es que las consecuencias de largo plazo de la propensión a la adquisición irracional de deudas es tema de creciente discusión y análisis en la polis global. Estamos –creemos, quizás con exceso de fe en el progreso humano- en vías de lograr la comprensión general de las consecuencias de las prácticas crediticias predominantes, que forman desde hace siglos y de manera creciente un mecanismo de explotación hiperaceitado. Además, países enteros -ahora parece que nada menos que China también- caen y seguirán cayendo, como tantas veces caímos en Argentina, bajo el yugo de no haber logrado controlar la adicción al dinero fácil. Y de no saber evitar las burbujas de precios, fenómeno por cierto íntimamente relacionado a la explotación financiera de los pueblos, cuyo análisis aquí no encararemos.

Sobre la deuda entonces diremos sólo un dato más. Durante el dodecaenio ganado, pagamos más o menos 100 mil millones, en nombre de vieja deuda y de joven deuda, de deuda pública y de deuda privada-luego-estatizada. Pero de no haber tenido que pagar ese dinero, sobrarían aun hoy los dólares en el Central, y el peso seguiría 3 a 1. Nunca hubiéramos tenido tampoco que quedarnos con la cicatriz emocional del tener que sobrevivir a esos interminables días del verano de 2010, con el sistema mediático transmitiendo a un Martín Redrado epopéyicamente encerrado en el Central. Y casi igual de relevante, no hubiéramos tenido que instalar el cepo, a fines de 2011. Y, lo más importante en serio, podríamos haber evitado la inflación 2008-2015, porque hubieramos mantenido, como todo país que ya se puso los pantalones largos, bien fijo o al menos bien estable al tipo de cambio. Y así, los sueldos, en términos reales, hubieran sido superiores a los que se lograron hacia noviembre de 2015, antes del cambio de modelo. Pero bueno, ya es historia pasada. Pasemos mejor al tercer factor, el más difícil de percibir, justamente porque es el más obvio.

Si los países centrales logran que un país lejano viva pidiendo deuda en sus monedas, y pagando cifras astronómicas en capital e intereses cada año, tal país cae en un inevitable déficit estructural de balanza de pagos. Este fenómeno, además de una forma de dominio político, es un tipo de adicción social que ya será catalogada por algún alma nerd. Tal país, entonces, tendrá inflación crónica, cuyo efecto esencial e inevitable es que el pueblo del tal país no será tan irracional como para ahorrar en su propia moneda. En los recreos de las escuelas se cantarán entonces inocentes cantos (“el día que las vacas vuelen y en la Argentina no haya inflación”). Pero lo peor es lo que sucede en un plano más profundo, en la dimensión de los hábitos: el pueblo del tal país incorporará como acción natural la compra permanente de moneda extranjera, aun para los más pequeños excedentes. Moneda extranjera que le es a su vez vendida al pueblo, directa o indirectamente, por el banco central del tal país. Debilitando así la balanza de pagos, es decir la capacidad de mantener estable el tipo de cambio. Y además, y ahora sí y no como con el “déficit turístico”, en este caso afectando las cuentas de manera relevante. De hecho, son tantos los dólares que racionalmente demanda el pueblo enmatrixado que se genera un círculo vicioso. En otras palabras: no hay economía que aguante a su propio pueblo esquivando a su propia moneda.

Y esa es, en un párrafo, la frustrante historia económica argentina. A lo cual hay que agregar una posdata poderosa: cuando ya no hay más plata en el banco central, hay por supuesto devaluación, como la hubo en el verano del 14 y la megahubo y la hay desde que el Amarillo digamos que danzó en el balcón de Eva y de Perón. Se reacomodan así los precios y se normaliza el tipo de cambio. Para entenderlo mejor, y si vas del plano teórico del intercambio comercial entre naciones al más práctico de lo que podría ser la relación con tu jefe, una devaluación, una de esas que Argentina hace cada tanto desde que es país, es como decirle a tu superior: “sabe que, jefe, a partir de ahora, págueme por el mismo laburo un 15% menos que el año pasado”. Of course, te van a responder, mientras llenan de prensa y de premios globales a tu dirigencia política -y a sus mandarines, a los que les gusta autodenominarse «servidores públicos», o “intelectuales”.

A este fenómeno se lo resume, a su vez, como imperialismo. Es decir, la capacidad de un país de lograr que otro le transfiera sistemáticamente parte relevante de sus riquezas, debilitando la capacidad del país abusado de poder generar sus propias condiciones de prosperidad. Y para peor, todo esto sucede sin que la víctima casi se dé cuenta. Algo que, sin embargo, no durará para siempre.

En resumen, volver a megaendeudar al estado nacional es volver a condenarnos a pagar miles de millones de dólares al año en moneda extranjera. Y esto justo en 2016, el año que finalmente logramos bajos pagos de intereses, algo que no se lograba desde antes de la última dictadura. Nos llevó cuarenta años que la deuda no nos complique la balanza de pagos. En particular, nos llevó diez años de desendeudamiento, incluyendo cuatro de cepo cambiario. Duros años usando las reservas del Central, como siempre son duros los tiempos en que se vive de ahorros, con el fin de pagar las viejas deudas del estado. Pero eso es exactamente lo que ellos no aceptan. Porque las reservas son para fugarlas. Y por eso no pagar deudas con ahorros del Central es de las primeras cosas que cambiaron, en el ya históricamente famoso blitz conservador del inicio del gobierno macrista. Es más, en los últimos días de diciembre, lo más selecto de la banca mundial le prestó a sola firma al BCRA cinco mil palos, con el doble de garantía, claro. Como para ir deshielando la relación, que hay tanto por hacer, ahora que Argie vuelve a «integrarse al mundo».

El nuevo megaendeudamiento impedirá estabilizar estructuralmente, es decir durante décadas, el tipo de cambio. Esto impedirá el ahorro en moneda nacional, lo que debilitará nuestra capacidad de generar prosperidad sustentable. Quien vote a favor de recomenzar un ciclo de megaendeudamiento no necesariamente es un traidor o una traidora a la causa nacional. Pero lo que sí, ojalá tenga razón al votar afirmativamente. Porque si no es así, nuestra dolorosa historia económica volverá a repetirse, al menos por una generación más.

 

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Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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