«Un mundo con los pobres bien lejos»

 

Por Paula Canelo

 

La llegada de una factura de luz impagable no es el final de la adhesión al macrismo. Al contrario. Es lo que la explica. Es el precio que muchos «pagan» voluntariamente para mantenerse a salvo del otro.

La clave para entender las adhesiones al macrismo, esa indudable derecha dudosamente democrática y moderna, está en desentrañar su potencia simbólica, ideológica y cultural, mucho más que en medir su performance «material» (económica).


Supongamos que el macrismo sostiene un pacto más o menos implícito con su electorado llamémosle (y que mis colegas rigurosos me perdonen, pero esto es un post en un blog) «de clase media».

¿En qué consiste ese pacto? Por un lado, estos votantes aceptan sin muchas vueltas una reducción de su poder adquisitivo (más o menos significativa de acuerdo al caso). Por otro lado, el gobierno promete mantenerlos a salvo del achicamiento de las distancias sociales: a salvo de tener que mandar a sus hijos a la misma escuela, al mismo hospital, al mismo club, que los hijos de los «sectores populares» (y que mis colegas rigurosos me perdonen otra vez).

Y por supuesto, claro está, a salvo de la amenaza de los sectores populares movilizados, de la politización de la vida pública, de la grieta K, de las cadenas nacionales, y de esos etcéteras intolerables.

Solemos considerar a ese votante como irracional. Nos preguntamos «-¿Cómo (CÓMO?) van a votar a un gobierno que los empobrece? Es que no se dan cuenta? Ya van a ver cuando no puedan pagar las tarifas de la luz, del gas, de la prepaga», y etcéteras.

Sin embargo, y a la luz de los hechos cotidianos, creo que es hora de que abandonemos estas acusaciones de irracionalidad. Llamémosles «interpretaciones economicistas» o materialistas, que a los sociólogos nos gustan TANTO.

El fin de este despojo, curiosamente asistido por el despojado, no va a empezar cuando éste no pueda pagar la factura de luz, ni cuando no pueda pagar la prepaga, ni cuando no pueda pagar la escuela privada, y esos etcéteras.

Porque, precisamente, esas facturas impagables son el precio que paga, voluntariamente, para mantenerse a salvo del otro. Que, no lo dudemos a este paso, va a ser, lejos, el primero en no poder pagar y en empezar a transformarse en un número de la UCA.

El malestar de los adherentes al macrismo va a empezar cuando el gobierno deje de garantizarles el mantenimiento de las jerarquías y de las distancias sociales, del orden de clase que había sido puesto en tensión por las políticas de inclusión del kirchnerismo, más allá de todos sus errores.

El rico, que mande. La clase media, media. El pobre, bien pobre, y bien lejos de todos.

La clave para entender las adhesiones al macrismo, esa indudable derecha dudosamente democrática y moderna, está en desentrañar su potencia simbólica, ideológica y cultural, mucho más que en medir su performance «material» (económica).

Por eso el macrismo no para de buscar, recrear, agitar, a toda costa, un clima de visceral odio social. Porque es allí donde está su fortaleza, su parte del pacto: su capacidad para mantener las distancias sociales.

Así que dejemos de esperar que «dejen de votarlos cuando se den cuenta que no pueden pagar la luz». Porque esa factura impagable es el precio que muchos pagan, voluntariamente, por mantenerse a salvo del otro.

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