El horror de Videla y el Coronel Kurtz

A veces en uno tiene la fortuna de que se le crucen lecturas sin buscarlo. Casualmente tiene acceso a un libro que le recomienda un amigo, un apunte de la facultad, una frase en una novela, una metáfora de un cuento, que se articulan casi a la perfección con algunas líneas de pensamiento que ya venía trabajando. Recientemente, a raíz de una búsqueda personal relacionada con exigencias de la academia, me beneficié de esa fortuita articulación. Venía leyendo sobre los sucesos de la historia argentina de 1973 a 1976 para responder a algunas viejas preguntas. Eventualmente caí en el libro de Marie-Monique Robin Los escuadrones de la muerte, que relata cómo en el seno del Ejercito francés se generó, mediante un proceso de adaptación e innovación, una nueva metodología de combate, una nueva teorización sobre la guerra y una sistematización de las técnicas que ésta requiere. La idea central del libro es la siguiente: en las guerras coloniales el ejército francés no se enfrentaba a un enemigo extranjero, con fronteras, mandos, uniformes y bandera distintiva. Tampoco se encontraban las trincheras y fronteras que marcaban el paradigma de la guerra que hasta entonces habían vivido y para la cual se habían preparado (de las cuáles la más importante es sin duda la Segunda Guerra Mundial). Aquí se trataba de un nuevo enemigo (un enemigo interno) y con un nuevo método (la guerra de guerrillas). Siguiendo el modelo de Mao plasmado en La guerra revolucionaria en China (de lectura obligatoria para los oficiales a partir de 1954 gracias a este proceso de adaptación e innovación de los cuadros militares), la guerrilla se estructura en base a una vanguardia y una retaguardia. La vanguardia es un grupo de militantes con formación militar que constituyen el agente activo de esta guerra, y la retaguardia la sociedad civil de ese país que los apoya logística, moral e incluso política y militarmente. Una frase paradigmática de Mao refleja esta idea «Por un soldado de combate, hacen falta diez civiles simpatizantes. Las poblaciones son a los militantes lo que el agua al pez«.
Por lo tanto, este nuevo enemigo exige una nueva metodología. La clandestinidad de este enemigo, su estructura piramidal y sus vínculos con los la sociedad civil hacen que la principal herramienta de combate pase a ser la información. Es en esta época, en el marco de la guerra fría y de la paranoia imperante sobre un complot comunista mundial dirigido por el Kremblin, en el cual la guerra de guerrillas jugaría un papel central, es que surgen los Servicios de Inteligencia de la mayoría de los países centrales. Mediante el interrogatorio, lo cual es estos casos es un eufemismo para no decir tortura, se comenzaba con algún vecino «normal», «inocente» que quizás podría haber visto algo y a partir de la inteligencia recolectada se captura a un simpatizante, que provee información sobre algún militante menor. Se asciende así por la estructura piramidal hasta llegar a la organización central. Evidentemente todas estas tareas requieren de la mayor clandestinidad. Por razones de moral pero también por razones prácticas, la clandestinidad de éstas acciones generan un amedrentamiento en la población civil que duda en apoyar a los insurgentes, pero también desconcierto entre éstos que no saben cuanta información de sus estructuras y procedimientos posee ahora el enemigo. Es en pos de mantener esta clandestinidad es que todo el proceso sucede en la más estricta de las mismas. Por lo tanto no hay jueces ni abogados ni la más mínima de las garantías constitucionales sobre el debido proceso. Finalmente, el corolario de esta clandestinidad es el fusilamiento sumario de las víctimas de tortura o su desaparición. Ésta es la mejor alternativa por las razones tanto políticas como prácticas que previamente mencioné. El nivel de miedo y desconcierto en el que se sume a la población civil, y lo que importa aún más, en la que se forman las futuras generaciones, es tal que el pez se queda nadando en un tanque absolutamente vacío. Este procedimiento aprendido en Indochina y Argelia es muy conocido por nosotros los argentinos.
Estaba en estas lecturas cuando vi dos de las grandes películas del cine estadounidense: Apocalypse Now , de Francis Ford Coppola, y Full metal jacket , de Stanley Kubrick. Existe otra película genial sobre el tema que se llama La batalla de Argel , de Gillo Pontecorvo, pero que es virtualmente un documental. Esto no es en desmedro de los documentales, de hecho la investigación de Robin primero surge a la luz como documental. Sino que la polisemia de las metáforas que utilizan las películas de Kubrick y Coppola permiten mayor juego de cintura teórico, o en criollo, nos dejan hacerle decir a la película lo que nosotros queremos que diga. Lo interesante de la película de Kubrick, o mejor dicho de la primer mitad, es el proceso de preparación del personaje de Vincent D’Onofrio. Para que un soldado pueda llevar a cabo las tareas que este tipo de guerra requiere tiene que afrontar necesariamente un proceso como el que Kubrick pone en celuloide. «Iba de este modo a cumplir, en interés de mi país y en la clandestinidad, acciones reprobadas por la moral ordinaria, que están por debajo de la ley y, por ello, cubiertas por el secreto: robar, asesinar, vandalizar, aterrorizar. Se me preparaba para abrir puertas con ganzúas, para asesinar sin dejar rastros, para mentir, ser indiferente a mis sufrimientos y al de los otros, a olvidar y obligarme a olvidar. Todo por Francia«. El país del final delata que este pasaje no es del personaje de D’Onofrio, sino de Paul Aussaresses , un militar francés que fue una figura paradigmática e ilustrativa de la acción francesa en Argelia. Pero bien se puede hacer un enroque lógico y reemplazar el contenido de ese casillero formal con Estados Unidos o Argentina y encaja perfectamente. En el caso de D’Onofrio, el shock al que se lo somete en su formación se pasa de rosca y su insensibilidad al dolor de los otros no solo incluía a sus enemigos, sino también a sus amigos.
El caso de la historia de Willard (Martin Sheen) y Kurtz (Marlon Brando) que narra Coppola, es quizás un poco más compleja. El Coronel Kurtz ha llevado estos nuevos métodos al paroxismo donde, a la inversa de la lógica cómica de la parodia y la farsa, cae toda careta y se revela la esencia de la cosa con una trágica honestidad. Es por eso que se le ordena a Willard «eliminarlo con extremo prejuicio». Quien le orden esto sigue en la lógica del eufemismo, de la clandestinidad. Es un civil, sin rango militar alguno, o que Williard (y mediante él el espectador) pueda apreciar. Se lo ordena pasándole un cigarrillo, para adormecer el impacto que una orden así tiene en un hombre. Kurtz está por fuera de toda esta lógica del eufemismo, es la horror en su bruta y trágica honestidad. Lejos de los informes de inteligencia, de la burocracia administrativa del genocidio, que disfraza el horror, Kurtz lo expone con total honestidad, con el salvajismo que esas acciones contienen en su estado más puro, sin mediaciones, ni máscaras. Desnuda esa doble moral y deshonesta («Entrenamos jóvenes para que dejen caer fuego sobre personas, pero sus comandantes no les dejan escribir ‘fuck’ en sus aviones porque lo consideran obsceno»). Se niega a que se lo juzgue, no por la carátula o los cargos que se le imputan, sino por los jueces que lo juzgan, por su doble discurso y moral bifronte («¿Cómo se dice cuando los asesinos te acusan de asesino?»). La sentencia final de Kurtz luego de que sea asesinado clandestinamente, por la espalda, en las sombras, en suma, en la lógica de la clandestinidad, la mentira y el eufemismo homicida, es «El horror… el horror». La tradición de las últimas palabras de un hombre moribundo en la narrativa no es algo a despreciar. Wells hizo de las últimas palabras de Cane (Orson Wells) el leitmotif de «El Ciudadano » . Chief muere atravesado por una lanza y sus últimas palabras reflejan su incredulidad, la imposibilidad de concebir que un soldado del ejército más moderno en técnicas y tecnología de guerra sea muerto por la herramienta más primitiva de la humanidad. Kurtz en su lecho usa sus últimas palabras para enunciar (denunciando o exorcizando, vaya uno a saber) el horror. En otro momento de la película amplía a que se refiere con el horror:

«I’ve seen horrors … horrors that you’ve seen. But you have no right to call me a murderer. You have a right to kill me. You have a right to do that … but you have no right to judge me. It’s impossible for words to describe what is necessary to those who do not know what horror means. Horror. Horror has a face … and you must make a friend of horror. Horror and moral terror are your friends. If they are not, then they are enemies to be feared. They are truly enemies. I remember when I was with Special Forces. Seems a thousand centuries ago. We went into a camp to inoculate the children. We left the camp after we had inoculated the children for Polio, and this old man came running after us, and he was crying. He couldn’t see. We went back there, and they had come and hacked off every inoculated arm. There they were in a pile. A pile of little arms. And I remember … I … I … I cried. I wept like some grandmother. I wanted to tear my teeth out. I didn’t know what I wanted to do. And I want to remember it. I never want to forget it. I never want to forget. And then I realized … like I was shot … like I was shot with a diamond … a diamond bullet right through my forehead. And I thought: My God … the genius of that. The genius. The will to do that. Perfect, genuine, complete, crystalline, pure. And then I realized they were stronger than we. Because they could stand that these were not monsters. These were men … trained cadres. These men who fought with their hearts, who had families, who had children, who were filled with love … but they had the strength … the strength … to do that. If I had ten divisions of those men, then our troubles here would be over very quickly. You have to have men who are moral … and at the same time who are able to utilize their primordial instincts to kill without feeling … without passion … without judgment … without judgment. Because it’s judgment that defeats us.»

En el filme uno puede ver ciertos elementos que conformaron un debate interesante sobre los genocidios y la razón. Mientras Georgy Lukacs sostenía que el nazismo era un asalto a la razón, una irracionalidad absoluta, los miembros de la Escuela de Frankfurt (como Max Horkheimer y Theodore Adorno ) sostenían lo contrario, que el nazismo había llevado adelante un genocidio mediante los métodos más racionales conocidos por el hombre (tal como lo muestra la película de HBO La conspiración donde recrean la reunión de Wassen donde la SS decide hacer Auschwitz), que ese genocidio era el corolario necesario de una racionalidad particular, la razón instrumental. Aquí los procedimientos racionales, burocráticos del Ejército oficial de Estados Unidos aparecen como una pretensión, una vestimenta invisible del monarca que sólo es vista por aquellos que creen en ella, una máscara que no oculta demasiado el rostro real, un eufemismo diáfano. Los procedimientos de Kurtz parecieran ser irracionales comparados con estos, pero Kurtz los presenta como idénticos en esencia, diferentes sólo en forma, sólo en los procedimientos, en su ejecución. En todo caso, como diría Chef Hicks, «es peor que loco, es malvado». Más allá de la ejecución, metódica o no, lo que importa es la maldad de fondo. No es en sus técnicas y mecanismos donde hay que centrar el análisis, el juicio o la mirada, sino en la maldad de fondo que es su principio rector.
Esa maldad uno la pueda entender de diferentes maneras. Puede entender la guerra, desde una mirada esencialista, como la manifestación del mal latente en todo hombre, el lugar donde las represiones sociales sobre ese mal se diluyen y se deja rienda suelta a las pasiones más primitivas. Otros dirán que no existe esencia alguna, y que los hombres son lo que hacen con lo que hicieron de ellos. Apocalypse Now habla a ambas posturas. Ya sea que el viaje de Williard sea uno instrospectivo, hacia su propia maldad , encontrarla para usarla contra Kurtz, o como algunos señalan en una interpretación no muy forzada del final, para tomar su lugar. Para los segundos, el filme muestra los horrores a los que puede llegar el humano cuando se dan las condiciones
Fuera de la realidad del celuloide, estas historias ocurrieron, y como es habitual el horror en este caso superó al que el celuloide puede mostrar. En ese sentido, quizás los documentales puedan brindar menos cintura metafórica, pero muestran cabalmente como esos horrores se realizaron en su dimensión más cruenta. Posibilidad vedada a la ficción, que por más que uno se conmueva con sus historias, personajes y tropos, sabe que no ocurrió. Foucault decía que lo que importa es la condición de posibilidad, no importa si hubo un Kurtz o no (como sí existió Aussaresses y que es caracterizado por uno de los personajes de La batalla de Argel), sino que es posible que haya existido, que su existencia depende de cuestiones del azar, porque todo el caldo de cultivo estaba listo para que surgiese, las condiciones dadas, el horror existía y que haya surgido un hombre que lo enuncie sólo era cuestión de probabilidades, de una casualidad que a esta altura poco importa. Pero la realidad tiene esa fortaleza, esa legitimidad, que la ficción no tiene. Una solidez en sus tramas y una complejidad en sus personajes que no puede concebir ningún guionista. Al fin de cuentas tiene esa diferencia entre un gol y un casi gol, y vaya si la habrá. De algún modo, la Historia en su ejercicio de guionista, si se quiere, hizo que de todas las posibilidades y combinaciones, solo se realizase esa, dejando al resto en la derrota de la potencialidad. La realidad tiene la fortaleza de victoria. Además, la realidad tiene una complejidad inimitable por la ficción. Uno con personajes y tramas ficcionales puede eliminar algunas complejidades, simplificar ciertos elementos, para ilustrar un punto, moraleja o idea. En la realidad no existe esa moraleja, lo que hace a sus historias mucho más apasionantes. Tampoco existe esa simpleza en sus personajes. Desde la condición de posibilidad, uno puede decir que Kurtz es mucho más real que Videla o Aussaresses, porque encarna la esencia misma de la cuestión, despojado de esas contingencias de la «realidad». Otros citarán a favor de la realidad un argumento muy similar al del conservadurismo francés de la Restauración al valorizar la historia, la sabiduría de la realidad al elegir por sobre todas las variables y combinaciones posibles la realización de una sola, algo así como la Divina Providencia en el cristianismo, la Astucia de la Razón en la filosofía hegeliana o el Sentido de la Historia en la tradición marxista (que es una la filosofía hegeliana secular, ya que no pretender entender la Divina Providencia ideal sino la Historia real, amen de que lo logre efectivamente).
La guerra de Vietnam cambió todo. Puso nuevos términos no sólo a la guerra, sino a la lucha política misma. Los servicios de inteligencia, la crueldad a la que los agentes del orden estaban dispuestos a llegar, el horror, que si bien no es nuevo en sí mismo, sí es un error de nuevo tipo. Ya sea en su encarnación ficcional en Kurt o su encarnación real en Videla y Aussuresses, este horror es un indicador claro de donde radica una maldad de fondo que más allá de la racionalidad con la que se aplique, es siempre idéntica a sí misma. Es más, a veces idéntico contenido se expresa en idénticas formas. En un libro de Pierre Vidal-Naquet sobre los crímenes de guerra del ejército francés en Argelia, se citan dos anécdotas: por un lado la del comandante del campo de concentración nazi Buchenwald que tenía en su escritorio la cabeza momificada de un prisionero, por otro la de un oficial francés en un puesto en Cholon que tenía en su escritorio un craneo de un viatnamita que el mismo había decapitado. En Argentina, César Fernández Albariño, un torturador miembro del aparato represivo de la Revolución Libertadora que se hacía llamar Capitán Ghandi, tenía en su escritorio el craneo de Juan Duarte, hermano de Evita. El horror….

Otras Inquisiciones

Acerca de Peronisis

La Pernosis es un ejercicio de análisis, pero tomando en serio la correlación de fuerzas, indispensable si lo que uno quiere es transformar la realidad y no sólo analizarla.

Ver todas las entradas de Peronisis →

Un comentario en «El horror de Videla y el Coronel Kurtz»

  1. es inimaginable hacia donde el hombre puede llevar los limites o los extremos que lo convierten en un ser natural completo en armonia con su contexto y su mundo, para pasar a la infrahumanidad de terminar con la vida y jugar con lo simbolico de poder contener la vida de los mismos de su clase. excelente informe no nos olvidemos de donde vienen los metodos que los milicos argentinos tenian para aniquilar a la gente. un saludo desde santa rosa (LP)

Responder a Alfredo Marani Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *