Los Salieris de Cristina Fernández:

 

                                                 Por Alejandra Varela

 

 

                                                                                                El primer  error de Reynaldo Sietecase al escribir su diatriba contra el “uso del oficialismo de la figura de las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo [i]es que define a este grupo de mujeres como seres pasivos que “le pertenecen a todo el pueblo argentino” y son usadas para “obtener beneficios políticos”, cuando, en realidad, las Abuelas y las Madres son sujetos que se involucran, que toman decisiones políticas, que eligen sus adhesiones y sus diferencias.

                                                                                                 Cuando Cristina Fernández se refiere a ellas como contraejemplo de las mezquindades del sector agropecuario, recupera el mito fundacional del kirchnerismo: hacer realidad el sueño derrotado de los 70 y le otorga una dimensión histórica al conflicto, que no es fácil de digerir. En primer lugar porque tanto la Presidenta como Hebe de Bonaffini al entregarle su pañuelo en el acto de Plaza de Mayo están asumiendo un riesgo y en un mundo donde se proclama la moderación  como la mayor virtud, en un contexto donde sostener una idea  más allá de los cacerolazos y las encuestas es una locura, el accionar del gobierno nacional y de las Abuelas y Madres resulta inexplicable.

                                                                                                 Hay dos Argentinas, nos dice la Presidenta, ¿cuál elegimos ser? Aquella que sólo se preocupa por sus intereses o aquella que hace de un drama personal, de una tragedia política, una posibilidad de reinventarse y de trazar nuevos caminos históricos.

                                                                                                  Vicente Palermo se queja de que Néstor Kirchner convierte los conflictos de intereses en conflictos de identidad. Si sólo se considerara el conflicto de interés desaparecería el clima destituyente y las campañas mediáticas. Al sustraer el conflicto  de su carga histórica, de su sentido dentro de un relato político, de su valor dentro de una serie de estrategias, se está negando la carga política del mismo. Un conflicto de intereses es el grado cero de lo político, es la sustracción de ideas  y conceptos, de tensiones sociales, un esqueleto vacío que, lejos de darle densidad al debate, lo simplifica.

                            

                                          

                                                                                                Es una banalización absoluta  decir que la presencia de las Abuelas y las Madres es la respuesta a la escuálida presencia de una Madre convocada por Buzzi en el acto de Rosario. “Ajena a las peleas del poder” (escribe Sietecase) sólo hizo lo que le dictaba su corazón”. Este es el lenguaje de la no política. Equiparar estas dos situaciones implica negar la trascendencia que tuvo ese momento en el que Hebe le entregó su pañuelo a la Presidenta. Allí se entró en una zona que a muchos les resulta demasiado engorrosa transitar.

                                                                                                Sietecase desliza como un detalle secundario que el gobierno les brinda apoyo económico a las Madres y las Abuelas, a lo que ellas responderían con respaldo político. Esta campaña sustractiva que reduce a los sujetos a simples entes interesados y pragmáticos, no es inocente, defiende una idea de sujeto casi excluyente y limita cada vez más las posibilidades de pensarnos como singularidades. A esto me refería cuando mencionaba lo intragable de ciertas conductas. 

                                                                                                Asistimos al montaje de una mentira, pareciera decir Sietecase. ¿O acaso no vieron a todos los cómplices de los militares escondidos en el gobierno?

                                                                                                El posicionamiento del gobierno nacional en el tema derechos humanos incluye decisiones muy concretas que, al analizarlas, tal vez le hayan traído más costos políticos que ventajas. Se trata de una de esa clase de acciones que dividen a la sociedad y, habría que ver, si la mayoría comparte la idea de llevar al banquillo de los acusados  a los militares genocidas. A su vez despierta, le da entidad, a viejos enemigos. Otra vez el riesgo.

                                                                                               Para decirlo claramente: Cristina Fernández es una mujer atravesada por todas las debilidades, los errores y las mezquindades que pueden encontrarse en todo ser humano. Como alguien que se encuentra en las altas esferas del poder, la guían los intereses más oscuros pero hay momentos (y no son pocos) donde ella toma decisiones que la diferencian del resto de la clase política argentina y, como si esto fuera poco, la vuelven para la mayoría de la sociedad, inexplicable. ¿Por qué? Porque no hace lo que lógicamente se espera de ella, porque frente a un modelo de sujeto que se propagandiza desde los medios, la oposición y la ciudadanía biempensante, ella se sale del molde y, encima, sube al estrado a las Abuelas y las Madres que son el ejemplo de esa excepcionalidad que habita en todo sujeto. Al problema político, económico, institucional, le sumamos el problema existencial.

                            Ver a Hebe con lágrimas en los ojos después del fracaso de la 125 no es fácil de traducir  para la mayor parte de la sociedad. Porque ese sujeto moderado, desapasionado que piensa igual que el vecino, que nunca toma decisiones inconvenientes y sólo se preocupa por sus intereses más próximos, no encaja con una mujer que durante mucho tiempo habrá sido un ama de casa como cualquier otra y que un día, a partir de un drama íntimo e histórico,  entendió que salir a pelear por lo propio sirve en la medida en que también uno pueda entender  el dolor de los otros y se permitió descubrir y potenciar esa excepcionalidad que todo sujeto tiene, aunque algunos se mueran sin descubrirla.

                           ¿Molesta la intransigencia, los exabruptos, las exaltaciones o molesta saber que algunas personas sostienen sus ideas más allá de la corriente? ¿No será que lo que realmente perturba es descubrir que todos podemos afirmarnos en nuestra singularidad y ser, de ese modo, sujetos, no seres previsibles?

                           Los medios propagandizan el anti-sujeto y de repente tenemos una Presidenta  a la que nadie entiende, aliada a una mujer como Hebe que dice lo indebido.

                           Pero llega la figura del restaurador para poner las cosas en orden. El vicepresidente es el Salieri de los Kirchner.     

                           José Pablo Feinmann repite por estos días una frase de Michel Foucault: “El hombre que se rebela es inexplicable”.

                           Julio Cobos es absolutamente explicable, plano, transparente. Hace lo que se supone  que se debe hacer y los mediocres del mundo le permiten probarse el traje de héroe.

                           ¿Qué es lo que se celebra en Cobos?  ¿Qué es lo que vino a pacificar? El temor que produce lo inexplicable, el fastidio que causa la inteligencia. ¿Cómo el poder iba a caer en manos de alguien con talento? ¿Cómo, de pronto, la presidenta iba a decir cosas más inteligentes que cualquier intelectual o periodista de turno?

                          Si desde el poder se propagandiza la excepcionalidad y la inteligencia, las convicciones por encima de los intereses, estamos perdidos. Si alguien se anima a seguir pensando con su propia cabeza cuando todos le dicen  que está equivocada, puede ser que los giles se aviven. Por suerte lo tenemos a Cobos que viene a decirles a los mediocres del mundo: Ustedes y yo tenemos razón.

                           Alain Badiou sostiene que ese “ser para la muerte” del que hablaba Martin Heidegger puede ser el soporte del sujeto del Acontecimiento, ese impensable que tiene lugar en el terreno del amor, la política, la ciencia y el arte. Cuando un ser gris se topa con un acontecimiento  puede elegir entre encarnarlo o dejarlo pasar. Para Badiou esa es la gran decisión ética de una persona. Al convertirnos en sujetos de un Acontecimiento descubrimos nuestra singularidad, dejamos de ser simples mortales para entrar en el terreno de la trascendencia. Descubrimos todo de lo que somos capaces. Pero en este mundo se construye, se decide, se actúa para acorazarnos en la serie.

 


[i] Diario Crítica de la Argentina

8 comentarios en «Los Salieris de Cristina Fernández:»

  1. Muchos creen ridiculizarnos al insistir en que nos hemos comprado una épica por fascículos, alegando que lo hacemos del mismo modo ingenuo en que existen clubes de fanáticos de actores o de películas, o como si fuéramos cultores de algún hobby.

    Es la misma gente que entiende a la épica como una película que les ajena, y a los íconos de gran porte como si fuesen personajes de novela, y no como la ejemplar gente real que fueron, o que son.

    Es la misma gente que no entiende la épica de lo cotidiano, que no puede ver que este drama de la vida en común, para cada uno de nosotros, está hecho de la misma pasta que todas las grandes épicas de la historia.

    Mucho de lo que diga esa gente gris me tiene sin cuidado.

    La nota tuya, Alejandra, es excelente.
    Gracias por ello.

  2. Lo unico transparente en Cobos es que esta haciendo alianzas opositoras desde la vicepresidencia, donde queda la etica, la institucionalidad, el respeto a los electores? Si no entendes eso no te esfuerzes mas : Oculten al Borocoto Mayor(como los irrita un ex-pro!),disfrazen su apego a las leyes, falseen las ideas,de todas maneras todo se transparenta!

  3. Leí apasionadamente todo el artículo, pero me quedé con el “no” de Cobos, que en el fondo fue un “si”. La mención de Feinmann es en el artículo que habla de aquellos policías que se negaron a torturar. Es muy emotivo el relato cuando Feinmann dice:

    “Disculpen, señores. Pero yo no puedo torturar a otro hombre. No me niego por desobedecer. Me niego porque no puedo cumplir esa orden. Es imposible para mí. Hay algo que me lo impide. Y todavía conservo la fuerza para negarme.”

    Estos policías dijeron “no” a la presión de sus superiores, al apremio del otro, y a la vez al apremio propio. Aceptar torturar es torturarse, y negar torturar es no dejarse torturar. Llevado este ejemplo a la presión mediática en el caso de la 125, aceptar la presión es rifar la democracia. Hay que tener pelotas para decirle “no” al chantaje, a la presión, a la compulsión, al apremio, al secuestro institucional, y evidentemente, Cobos le dijo que “si” a estas presiones, todo en una gran puesta de escena, comparada con las grandes comedias de la tarde. Cobos dijo “no” a la política, y dijo “si” a la presión mediática. Acá la rebelde es Cristina que no cedió y aun paga las consecuencias. Evita dijo “no” a la injusticia, y repartiendo justicia, quizá sentía menos injusta su historia y su situación personal. El No de Cobos es un “si”, es un engaño disfrazado de honestidad.

  4. Muy buen artículo. Comparto en todo la idea de que hay que sostener lo que se piensa en contra de la sacrosanta insoportable inmunda y miedosa moderación que esquiva el bulto, el conflicto y lo que sea.
    En el programa que Hebe tiene en el canal estatal la escuhé en la última emisión decir absolutamente todo lo que piensa sobre el acercamiento de Rico al kirchnerismo. Lo destrozó. Si alguien cree que se puede comprar a Hebe, está loco o no tiene idea entre los fuegos que han tenido que andar esas mujeres.
    Cobos, un tibio típico de la clase educada en la moderación claudicante de los radicales, un ser nocivo como todos los tibios.

  5. Me resulta diificil y doloroso ver como un grupo de periodistas que uno creyo capaces,informados y bien intencionados hoy aparecen demtro de los medios cuya funcion es esmerilar el poder de la presidente.

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