El periodismo gráfico argentino: Entre la argumentación y el ultraje

Quino Opinión pública

 

Un análisis de las principales firmas del periodismo gráfico argentino. Sus puntos de contacto en las estructuras argumentativas y las posibles formas de la injuria. 

 

Esta investigación propone la lectura de un conjunto de artículos periodísticos en clave histórica y, a la vez, social y política. Para ello, se trabajó con una recopilación de textos que salieron publicados en páginas editoriales, en columnas de opinión o en notas centrales de algunos de los principales medios gráficos de la Argentina durante aproximadamente unos cuatro meses, entre fines de 2013 y comienzos de 2014.

La hipótesis principal es que más allá del editorialista o del medio gráfico específico, existen ciertas líneas argumentativas que engloban estos discursos, y que siempre tienen como denominador común un determinado tipo de registro injuriante o forma del ultraje.

Para avanzar en esa línea de análisis, en rigor, lo que esta investigación hace es tomar ese discurso periodístico y sacarlo de la inmediatez de su entorno para ponerlo en diálogo con otros textos y otros paradigmas. Es decir, quitarle esa particularidad efímera o de corto alcance temporal que los diarios traen en sí mismos y hacer jugar esas líneas argumentativas con visiones más paradigmáticas sobre cuestiones sociales, políticas o económicas de la Argentina.

La investigación se encuadra en un proyecto de trabajo interdisciplinario mucho más amplio, que conduce el profesor y antropólogo Eduardo Urbano en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, en búsqueda de construcciones identitarias e imaginarios sociales en la Argentina del Bicentenario. Un trabajo que lleva ya unos cuantos años de desarrollo y que vincula estudios de la comunicación y periodismo (como es éste) con trabajos antropológicos, investigaciones en el área de la educación, de la literatura, etcétera.

Este encuadre académico determinó cierta aspiración en esta investigación por distinguir la gravitación que tienen estos discursos producidos y difundidos por las empresas de comunicación masiva dentro del imaginario colectivo que una comunidad construye sobre sí misma. En otras palabras; ¿hasta qué punto los sedimentos que el caudal del río informativo va dejando moldean las representaciones que una sociedad tiene sobre sí misma?

Se trata de una pregunta bastante compleja, porque habría que analizar primero la validez de las herramientas que disponemos para evaluar el peso que tienen los discursos masivos en una representación colectiva; pero incluso sobrepasando esta digresión, cualquier estudio de opinión lleva en sí una fecha de vencimiento corta en el tiempo, dado que las representaciones no dejan de ser un campo compuesto por millones de átomos en constante tensión y disputa.

Sin embargo, sí es posible en cambio estudiar los vectores discursivos que potencialmente podrían llegar a atravesar esa representación que una comunidad tiene de sí misma; y, en rigor, como se dijo al comienzo, ese es el objeto del presente trabajo.

En cierta forma, esta investigación retoma una línea de análisis propuesta por el sociólogo Horacio González, aunque difuminada en ese océano suyo de textos orales y escritos, que siempre tienen a la palabra, al lenguaje, como obsesión analítica, y que se constituye (esta posible línea de análisis) en dos libros de relativa reciente publicación: Historia conjetural del periodismo[1]y Lengua del ultraje[2]. Los estilos periodísticos, dice González, son “germinativos”, producen efectos concretos, son “poderes que pueden modelar una época”[3], sostiene. Una conceptualización de similitud evidente con la clásica categorización del poder que expresó a su tiempo Michel Foucault[4]: “[el poder] no pesa solamente como una fuerza que dice que no, sino que de hecho va más allá, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos”.

A esa primera tesis de González –del poder germinativo del periodismo y sus estilos- se le debe sumar su trabajo con las formas del ultraje a lo largo de la historia: un recorrido del pasado que el autor construye siempre con vinculaciones al universo periodístico o a los debates intelectuales reflejados en las revistas de la época.

No obstante, y aquí es donde entra a jugar esta investigación, el catálogo de ultrajes que apunta González está principalmente protagonizado por debates personales, viejas disputas epistolarias o, incluso, por una prolongada relación de textos que Borges se cruza con un interlocutor peronista imaginario, como si fuera una especie de fuerza pulsional -¿con Perón, quizás?- a la que nunca accedió a llamar peronismo.

Y es justamente a Borges quien retoma González para elaborar los pensamientos sobre el ultraje que aquí se analizan. Fue el legendario escritor argentino quien, en Arte de injuriar[5], distinguió cierta capacidad artística, cierta belleza retórica, en la injuria, en el ultraje, -al igual que González- focalizado en relaciones no masivamente mediatizadas. Un arte que trae en su interior, agregará luego el sociólogo, “toda la potencia de una confusión de límites entre el argumento y la injuria”[6], un arte que presenta como argumento lo que en realidad es una “ofensa”.

La presente investigación busca retomar este encuadre teórico y pasar a una pregunta posterior: ¿Cómo sería entonces la mediatización[7] de ese ultraje? ¿Cómo funcionaría la potencia de una confusión de límites entre el argumento y la injuria plasmada en la página de un diario? No el entrecruzamiento de columnas en un matutino entre dos posiciones contrarias, sino el acto concreto de injuriar escondido detrás del denso manto de la argumentación noticiosa. ¿Cómo funcionaría? Si Borges obtuvo el lustre artístico de la injuria detectado en obras literarias, y si González alcanzó luego a identificar ese lustre en las polémicas historiográficas del país, comenzando por Pedro De Angelis y Esteban Echeverría y continuando por Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi; ¿es posible imaginar un tercer juego del ultraje, que contenga elementos propios y característicos de la mediatización del agravio? Y, en tal caso… ¿qué efectos puede tener ese agravio sobre las representaciones colectivas que un pueblo desarrolla sobre sí mismo?

En esta investigación se analizan distintos tipos de agravios que aparecen siempre dentro de un formato periodístico. En parte, es lógico que así sea, principalmente porque se trabaja aquí mayormente con columnas de opinión, y podría argumentarse que eso es lo que se le pide a una opinión: que opine, que argumente, y tal vez hasta que agravie. La investigación, en concreto, intenta enmarcar esa injuria, encontrarle una lógica, una operación, una metodología[8].

Para ello, se reunió un cuerpo de artículos periodísticos publicados en cuatro de los principales matutinos argentinos: La Nación, Clarín, Perfil y Cronista Comercial, que suman cerca de 50 notas que vieron la luz entre diciembre de 2013 y abril de 2014. En su totalidad refieren a temáticas del momento, ya sea como coberturas de una noticia central o como opinión o editorialización sobre una problemática específica[9]. Se intentó luego discriminar conceptos, categorías generales, a partir de un análisis en el que confluyera lo semántico, lo comunicacional y lo político al mismo tiempo: Como resultado, aquellas frases, párrafos o simplemente oraciones que entraran dentro de esa posible categorización pasaron a engrosar un conjunto de fragmentos, dotándose a sí mismos de nuevos sentidos en su diálogo con los otros textos.

En verdad, son muchas las objeciones que se le puede hacer a este corpus analítico: En primer lugar, por qué éstos y no otros artículos, o por qué estos diarios y no otros, o por qué esas fechas: las elecciones arbitrarias. Luego, las categorizaciones en que se pretendió encuadrar, encasillar los enunciados publicados: de nuevo, por qué esas categorías y no otras. Y en tercer lugar, qué nivel de representatividad tienen estos periodistas como para traerlos aquí como abanderados de un discurso masivo que atravesaría determinados estamentos de la comunidad y de su representación sobre sí misma. Serían objeciones válidas. Lo son, de hecho. Mas también es válido preguntarse cómo se salvarían estos agujeros; cuántos meses/años serían suficientes, qué otros cronistas o editorialistas, de qué medios o bajo qué soportes.

Se persiguió en la selección de autores no utilizar columnistas ocasionales de los medios, sino trabajar con periodistas/editorialistas que suelen tener una firma considerada dentro de ese periódico, que por su trayectoria o vinculación política son habitualmente los más representativos de la voz de un medio o de la postura de cierto sector social, que en muchos casos tienen programas televisivos o radiales donde replican la línea con la que se expresan en sus columnas gráficas; en suma, se intentó con la mayor honestidad intelectual, trabajar con esos apellidos que en cierto sentido marcan una agenda dentro de los grandes matutinos o, incluso, en el sistema general de medios masivos de comunicación en la Argentina. Se incluyeron además algunas notas editoriales del diario La Nación.

 

Las categorías: una aclaración metodológica

Sería ingenuo desconocer que esta investigación esconde cierta ficción académica, que imagina un posible desenlace al estilo del formalismo ruso, enumerando histórica y cientificistamente todos los casos (los metadiscursos) que pueden registrarse en determinado género o en determinada práctica cultural, acumularlos en denominadores comunes y encasillar allí los discursos sociales, uno por uno. Esa misión es ahistórica, pero por sobre todo, es irreal. Claro que siempre será posible generar nuevas categorizaciones, volver a encontrar sentidos a partir de vincular un texto con otro, combinaciones inexploradas.

Para el análisis del corpus de artículos esta investigación procedió a distinguir en primer lugar las líneas argumentativas y las posibles formas del ultraje que se repetían en diferentes diarios y bajo diferentes firmas periodísticas. Luego, se las buscó agrupar en una misma categoría, poniéndolas en diálogo entre sí, para distinguir más claramente sobre qué versaban. Y, finalmente, se fijó un nombre a esa categorización.

Naturalmente, la nominación es subjetiva y, como se verá, direcciona bastante la interpretación posible sobre ese conjunto de textos. No obstante, es importante aclarar que se intentó al momento de poner un nombre que englobe las selecciones, que se desprenda lo más honestamente posible de esos textos, de esas palabras, de esos párrafos que integran ese encuadre. Desde ya que esta aclaración no niega que la mera operación de poner ese término como categoría, y sacarlo del párrafo original, construye un texto en sí mismo.

Como sea, más allá de la nominación de la categoría, la idea es encontrar denominadores comunes en esas líneas argumentativas y el nombre debería poder pasar a un segundo plano de análisis. Lo central es comprobar si efectivamente esos denominadores comunes lo son, y cuál es la concepción predominante en esas líneas argumentativas o injuriantes.

 

1. El aislamiento internacional. Rasgos paternalistas en la relación entre la Argentina y las potencias económicamente hegemónicas

Tal como se define en su título, en esta primera categoría se intentó agrupar artículos que funcionan bajo la lógica de un esquema discursivo paternalista, según el cual las políticas argentinas o las decisiones de sus gobernantes están bajo el análisis, la tutela o incluso reprobación de una fuerza mayor. Una fuerza que, en verdad, está directamente emplazada en las naciones o actores sociales que hegemonizan el poder político y económico a nivel global.

Así, por ejemplo, en diciembre de 2013, frente a una sostenida baja del nivel de reservas internacionales del Banco Central de la República Argentina (BCRA), “los funcionarios del gobierno de Obama”, que “con preocupación” seguían de cerca la situación, oscilaban entre dos posibilidades: “tender otra mano al país para que pueda reabrirse el crédito” o “esperar a ver señales concretas antes de brindar cualquier apoyo”[10]. Es interesante la idea de las “señales concretas”, porque integra un tipo discursivo muy propio de los organismos de crédito internacional, que en el fondo parece esconder un eufemismo: Las señales concretas terminarían siendo la aplicación de las políticas que estos organismos juzgan convenientes[11]. En esa misma nota del diario La Nación, párrafos más adelante la oscilación parece ya haberse resuelto: Washington “aún considera que la Argentina debe dar otros pasos para recuperar el voto de Estados Unidos en los bancos multilaterales de crédito”.

Washington, la ciudad y el peso del nombre, condensa en muchos de estos artículos todo un cúmulo de voces económicas y políticas que estarían evaluando el comportamiento argentino permanentemente, a través de estudios, fundaciones y congresos. En otra nota del mismo matutino, titulada “La Argentina, reprobada en libertad económica”[12], se cita un estudio de la Heritage Foundation, un think tank del conservadurismo estadounidense, según el cual “en medio de duras críticas a la “corrupción, el intervencionismo del Gobierno y la pérdida de independencia judicial”, la Argentina cayó hasta los últimos 15 lugares de entre 178 países relevados”. Se trata, de acuerdo a la nota de La Nación, de “uno de los índices de libertad económica más reconocidos de esta ciudad”.

Sin libertad económica, con una administración esencialmente corrompida y un intervencionismo creciente, se configura una imagen muy típica de esta primera categoría: “Una década de aislamiento internacional”, según resume con estilo y precisión un editorial del mismo matutino[13]. El aislamiento internacional pareciera ser el corolario de las políticas públicas que contradicen las señales reclamadas en el exterior. El aislamiento se presenta así como síntoma de un capricho político, que en esta tónica de corte paternalista, es propio de actitudes inmaduras, berrinches o ensañamientos inentendibles. ¿Quién pudiera tener confianza en un país así?, pareciera preguntarse este encadenamiento racional. O, como lo expresa también La Nación mediante otro de sus editoriales, “el hecho de que la Argentina haya perdido tantos lugares se vincula con una percepción internacional en la que sobresale la desconfianza hacia nuestro país. El intervencionismo es el principal impulsor del riesgo país y el destructor de la confianza”[14].

La figura retórica que en este caso se esconde detrás de la palabra Washington, además de representar una fuerza externa, difusa, de incalculable dimensión concreta, también permite llevar al papel del diario análisis y posibilidades que posiblemente sería impropio poner en boca de un dirigente político nacional o de un empresario argentino. Así, por ejemplo, se lee que luego de la devaluación de la moneda nacional que el Gobierno argentino llevó adelante en verano de 2014, en “un seminario específico sobre la Argentina que montó la Asociación de Inversores en Mercados Emergentes”, naturalmente en Estados Unidos, se escucharon preguntas “sobre las posibilidades de que “haya una nueva crisis como las que nos tiene acostumbrados la Argentina” o que la presidenta Cristina Kirchner “termine o no su mandato””[15]. Aparentemente, esta pregunta anónima esconde dos conceptos: El primero argumenta que la Argentina ya tiene a todos acostumbrados y, posiblemente, agotados, con sus recurrentes crisis económicas. El segundo, que la presidente Cristina Fernández posiblemente podría no alcanzar a terminar su mandato constitucional. Sin dudas, un párrafo (que en la nota es un segundo párrafo), que para volver a parafrasear a Horacio González, tiene “toda la potencia de una confusión de límites entre el argumento y la injuria”.

Y esta idea de agotamiento, de hastío, que producen los ciclos económicos argentinos en los inversores internacionales se linda con otra cita, en este caso de Carlos Pagni, destacado en el ámbito del “sarcasmo elegante e hiriente”, según lo define González[16], que es la siguiente: “Mientras la diplomacia internacional se puso al borde del abismo, ella estará hablando de la deuda con el Club de París, el conflicto con los holdouts y el reencuentro con el Fondo. Problemas con los que la Argentina viene aburriendo desde hace 13 años”. La diplomacia estaría por ese entonces, en marzo de 2014, según el columnista de La Nación, ocupada por el conflicto desatado en Crimea, mientras que la primera mandataria argentina volvería a los foros internacionales –con su visita a Roma y París- para insistir con los aburridos problemas con los que la Argentina suele fatigar[17].

Hay muchos otros ejemplos dentro de este limitado corpus de artículos que continúan en esta misma línea, donde la Argentina aparece como un ente inmaduro, poco coherente y desconfiable, mientras que una figura tutelar, paterna, la observa casi con clemencia y examina sus ciclos, ya cansada de las recurrentes crisis locales o de sus insistentes planteos de soberanía y desendeudamiento.

El conflicto con los fondos buitres también maximizó este círculo argumentativo (¿se podría decir injurioso?), citando por ejemplo una encuesta que no se explicita a quién se realizó, a cuántas personas, ni siquiera queda claro quién la hizo, según la cual “la mayoría de los argentinos” estaba de acuerdo en que era necesario “pagar a los acreedores -entre ellos, los holdouts”, porque de acuerdo a este “estudio”, el no hacerlo “sólo empeora la imagen de la Argentina en el exterior y la vuelve dudosa para atraer inversiones”[18]. De nuevo, parecen utilizarse figuras difusas, desancladas de nombres concretos, para llevar al diario posiciones difíciles de sostener sin pagar un costo político alto.

Para terminar con esta categoría, se agrega aquí otra de estas figuras que habitualmente se usan como representantes de intereses múltiples, pero que nunca terminan de corporizarse: Wall Street.

Dentro de este conjunto de artículos hay cinco donde Wall Street aparece como un actor social y económico determinante para explicar los devenires argentinos. Hay dos de ellos, comparables entre sí, de los que se puede desprender una lectura interesante. En el primero, se cita a unos cinco o seis “analistas” de la Bolsa de Nueva York que a partir de sus declaraciones permiten al matutino La Nación titular la nota “En Wall Street elogian los anuncios, pero los consideran insuficientes”[19]. Los anuncios que elogiaban eran la reciente devaluación del peso y el levantamiento “parcial” del cepo cambiario. Según se indica, se trató de medidas que mejoraban la confianza en los posibles inversores, pero inevitablemente insuficientes, dado que los hombres del mercado financiero habían lanzado “tajantes sugerencias”, de acuerdo al periodista, para que estas decisiones económicas sean acompañadas por un sostenimiento en la suba de las tasas de interés bancarias y “un recorte importante en los subsidios”.

Las declaraciones recién citadas refieren a un artículo publicado un 26 de enero por el matutino La Nación; mientras que un día antes, el 25, el diario Clarín publicaba una nota que en su primer párrafo sostenía: “En medio de la gran incertidumbre generada por la devaluación y la flexibilización del cepo cambiario anunciada por el gobierno argentino ayer, Wall Street tiene una sola certeza: “Este es el final del Modelo K””[20].

Los anuncios son los mismos, flexibilización en la comercialización de dólares en el mercado local y devaluación del peso argentino. Las interpretaciones de los analistas financieros dan lugar a dos lecturas: En la primera, las medidas serán positivas cuando se cumpla con este otro pliego de condiciones o requerimientos, tan típicos de los centros financieros. En la segunda, Clarín prefiere vaticinar el fin del modelo K.

 

2. La irresponsable inmadurez. La predominancia de rasgos de un desorden infantil, poco instruido, improvisado y hasta ridículo

En esta segunda categoría se buscó agrupar artículos en los que se pusiera en evidencia cierto tipo de relación entre el gobierno nacional y otros actores políticos, económicos y sociales que gravitan en la órbita de las tensiones y debates argentinos. Como se verá, hay aparentemente un continuo discursivo en el que los referentes de la fuerza gobernante son asociados a actitudes inmaduras, infantiles, poco meditadas, mientras que los representantes de las otras fuerzas políticas o sociales son presentados como la posición seria, madura, que permite el resguardo de la estabilidad y el sostén de la gobernabilidad en el país.

Así, por ejemplo, un artículo en el Cronista de diciembre de 2013, comienza preguntándose si “¿habrá peligro de saqueos y corridas, como sucedió durante otros fines de año?”, y unos párrafos más adelante se inclina por desestimar esa posibilidad dado que según constató con sus fuentes Sergio Massa, Daniel Scioli y Mauricio Macri (las tres figuras presidenciables nacionales más gravitantes en la política nacional por esos días) “trabajan para que los dos años que le quedan a Cristina Fernández como presidenta transcurran con un mínimo de normalidad”[21]. Evidentemente, la “normalidad” no sería ya posible, pero sí por lo menos un mínimo…, lo justo y necesario como para que no retornen las escenas de saqueos a las pantallas televisivas de fin de año. El gobierno no podría lograrlo por su cuenta; sino que necesitará del esfuerzo conjunto de las otras figuras políticas del país para que “los dos años que le quedan” no terminen en un colapso.

La idea se repite en un artículo de Perfil de un mes más tarde, en el que las figuras del Gabinete nacional vuelven a aparecer infantilizadas: “Este ridículo casi diario a los que se expone Capitanich, demostrando muy poco aprecio por sí mismo, resume el momento de desconcierto que se vive en el Gobierno”[22]. El poco aprecio quedaría en aparente evidencia cada mañana cuando el Jefe de Gabinete brinda sus conferencias de prensa desde la Casa de Gobierno, en tanto que el desconcierto oficial según esta lógica queda al descubierto por el ridículo del funcionario.

El papeloneo o las declaraciones vacilantes cierran filas con otro concepto, que también podría ingresar en esta categoría, que puede resumirse en la ignorancia o la falta de coherencia al momento de gestionar. La Nación publicaba por esos meses un Editorial que decidió titular “Educando a Sbattella”[23], que básicamente resume distintas oportunidades en las que el director de la Unidad de Información Financiera (UIF), José Sbattella, había sido “educado por los jueces”, a partir de disposiciones adversas.

Y luego está la idea del relato que los integrantes del kirchnerismo parecen levantar como apilando naipes, y que finalmente terminan creyéndolo, como un niño que accede a un juego imaginario para terminar cayendo en su lógica y confundiendo la realidad con su imaginación.

“Es mucho más que un relato de ocasión o un discurso para la tribuna. Axel Kicillof y unos cuantos de los jóvenes que desparramó por el área económica, están íntimamente convencidos de que libran una batalla ideológica a fondo contra “las corporaciones, los monopolios, los factores de poder y los medios hegemónicos””[24], sostiene el columnista de Clarín en una nota de febrero de 2014. En rigor, se trata de la cabeza de la nota, que básicamente continúa con esta misma línea argumentativa, advirtiendo sobre un posible choque contra la realidad (“También entra la posibilidad de golpearse contra la realidad, como está pasando, y el peligro de capotar en medio del intento”). Sin dudas esconde en sí un estilo punzante muy cuidado desde lo discursivo. Axel Kicillof y unos cuantos de los jóvenes que desparramó; en pocas palabras, dos heridas abiertas: una luz roja se enciende por la inexperiencia que el término “jóvenes” esconde; mientras que el verbo desparramar trae consigo la imagen de cuerpos inanimados, sin razones u objeciones, que se mueven de aquí para allá, que se desparraman sobre un tablero, siguiendo los caprichos políticos del momento. Y esos jóvenes desparramados, como no podía ser de otra manera, están convencidos en sus fueros íntimos (¿quién los convenció?) de que son quijotes rastrillando los campos en busca de molinos; inmaduros, otra vez la imagen del niño en su juego personal se impone. Con un agregado interesante: Los molinos de esta fiebre juvenil son “las corporaciones, los monopolios, los factores de poder y los medios hegemónicos”. Al relativizar, e incluso ridiculizar, la posición ideológica del armado de funcionarios que rodea al Ministro de Economía, también parecer terminar por difuminarse la existencia de esas corporaciones y factores de poder, como si fueran parte de una alucinación más, producida por la fiebre juvenil.

En esta misma línea argumentativa y a la vez injuriante, se publica en marzo de 2014 un artículo en La Nación que hace referencia al supuesto relato que gobierna a la juventud del partido gobernante que sostiene lo siguiente: “El discurso político de Máximo (Kirchner) parece naif y sigue la línea narrativa del clásico revolucionario de café, donde Néstor, Cristina y “los pibes” son presentados como los descendientes lúcidos de Ernesto Che Guevara, quienes vinieron a erigirse como “el último dique de contención” para evitar el avance de “los poderes””[25]. De nuevo los “poderes”… y otra vez ridiculizando las posiciones ideológicas, relativizando la existencia de esas corporaciones o fuerzas no del todo visibles. Y cabe preguntarse; ¿revolucionario de café no es acaso el recurso por excelencia de la injuria política?

Dentro de esta categoría titulada irresponsable inmadurez, podría discriminarse una subcategoría directamente relacionada a la figura del Papa Francisco y las interpretaciones periodísticas sobre la relación con Cristina Fernández, dada la cantidad de veces en que aparece mencionado. Estas son algunas de esas menciones en las que se aborda este vínculo:

  • “Algún día el kirchnerismo deberá reconocerle a Jorge Bergoglio su grandeza” (…) “hoy, el Papa Francisco -según todos los indicios-, es un puntal anímico y político de Cristina. Quiere que concluya su segundo período, y que lo haga con un país en las mejores condiciones posibles. Porque –aseguran sus allegados– siempre temió un final conflictivo de la gestión kirchnerista.[26].
  • “El Papa Francisco, en primer lugar, y los presidenciables, en segundo lugar, pero muy cerquita, están haciendo cuentas todos los días y rezando, de paso, para que todo termine bien, y en los tiempos que marca la Constitución”[27].
  • “Ella nunca estuvo para cargar con los costos. Por eso, ahora que la carga se está haciendo más pesada, la influencia del Papa es una bendición. De algún modo el Papa la cuida a ella, y así nos cuida a todos”[28].

La operación consiste en dotar a Jorge Bergoglio, por su poder al frente de la cúpula de la Iglesia católica, con la capacidad de sostener la estabilidad del país, a partir de su influencia y su cuidado de la Presidente argentina. Sin su bendición, sin su acompañamiento, sus rezos, qué destino le quedaría al país. En el fondo sobrevive esta idea de que por sí mismo, el Gobierno no puede mantener a la nación en un sendero estable, sino que necesita del rol tutelar de un otro, que tenga la madurez suficiente para pasar por alto los caprichos o delirios juveniles del kirchnerismo, en pos de una Argentina con un mínimo de normalidad.

 

3. El debilitamiento institucional. El conjunto de instituciones del país está en riesgo constante

La tercera categoría es una continuación en términos argumentativos del punto anterior. Ningún régimen inmaduro o irresponsable puede asegurar la estabilidad de sus instituciones. Por el contrario, sus políticas parecieran atentar permanentemente contra los pilares de la nación. Se trata de un silogismo que primero eslabona los caprichos de los gobernantes, luego su inmadurez y ceguera a la hora de reconocer la ayuda de las otras fuerzas políticas y sociales, y finalmente el embate contra las instituciones, que parecían hasta entonces erigidas con entereza y que ahora tiemblan como enfermas de Parkinson.

La moneda nacional, uno de los fundamentos que hizo a la consolidación de los países como un todo, y por lo tanto conceptualmente una de las instituciones de una nación, es motivo constante de análisis y debate en las columnas periodísticas. “El que apuesta al peso pierde”, titulaba por ejemplo La Nación al cierre de 2013[29]; o en un editorial de un mes más tarde despachaba: “No hace falta ser economista para comprender que el Gobierno ha destruido nuestra moneda nacional”[30]. Incluso, se dio por esos meses la contradicción de encontrar artículos alentando o celebrando el proceso devaluatorio, que convivían con notas que incluían estas declaraciones citadas. El mismo matutino, a comienzos de febrero, en voz de uno de sus más destacados columnistas, afirmaría: “Solo hay una certeza entre tantas incertidumbres: la crisis no demorará en devorarse a la política o al equipo de la Presidenta. Una de las dos cosas, o las dos, deberá entregar antes de que el Banco Central se quede exhausto y de que la inflación haya terminado con la paciencia de los argentinos”[31]. La estabilidad institucional pende en este párrafo de un delgado hilo, que puede cortarse en cualquier momento, dado que nunca se sabe cuándo se terminará la paciencia de los argentinos o a partir de qué piso se considerará exhausto al Banco Central.

El mismo día, y también en voz de uno de sus principales columnistas, el diario Clarín titulaba “El horizonte de la política económica es pasar el verano”[32]. Allí, en la cabeza de la nota, el periodista aseguraba que “apostar a que el valor del dólar luego de la devaluación resistirá es una actitud voluntarista más que una certeza. Pero como el Gobierno desafía hasta las leyes de gravedad, se ha planteado tratar de contener la inflación creciente con un acuerdo de “precios cuidados””.

Y no sólo desafía principios básicos como la gravedad, sino que también practica el arte de la improvisación de acuerdo a esta misma lógica: “El intervencionismo es aún más dañino cuando responde a un mero populismo, con improvisación permanente y sin ninguna planificación ni programa. Todas estas cualidades son las que ha expuesto el modelo kirchnerista”[33].

Así las cosas, este podría ser un resumen bastante acertado de los artículos hasta ahora analizados, a la hora de describir la situación de las instituciones argentinas en ese álgido verano de 2014: “Ahí van los intrépidos del Gobierno jugando con plata ajena. Ojalá que entre tanta marcha y contramarcha huérfanas de plan pero abundantes en verbo inflamado, la Presidenta y sus ministros acierten la puerta de salida al dilema del dólar, la inflación y las reservas, y eviten chocar de frente contra la pared”[34].

La esperanza, como no podía ser de otro modo, está en el país poskirchnerista, de acuerdo a un columnista del diario La Nación, que promediando marzo proclamó: “La empresa de refundar ahora, en pocos meses, casi desde la nada, un nuevo sistema se presenta como un desafío que debería comprometer los mejores esfuerzos de todos los argentinos”[35]. Refundación parece un vocablo aceptable; de acuerdo al diccionario de la lengua española, significa “Acción y efecto de transformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad o de una institución para adaptarlos a los nuevos tiempos, o a otros fines”. Sí, parece justo para esta situación que a criterio del columnista del centenario matutino debe levantarse casi desde la nada. Las instituciones ya fueron prácticamente arrasadas. Pero, “¿estaremos a la altura de esta gran convocatoria?”, se pregunta posteriormente, porque teme, conoce el pasado, y teme, dado que “en contadas oportunidades, hubo generaciones de argentinos que supieron cumplir con su deber patriótico en horas tan intensas y peligrosas como la de hoy”.

Mientras tanto, estaremos solos; “solos ante la impunidad”[36], como tituló Clarín también en ese duro marzo. Y encabezó ese artículo –que denunciaba un ultraje, una violencia, un abandono del Estado- con estas palabras: “Hace años que lo normal es la anormalidad, que las calles se cortan por cualquier motivo y que la Policía, en vez de evitar los cortes como debería según manda la ley, desvía el tránsito para cuidar a los piqueteros”.

 

4. La perversión como motor. Un Estado enfermo, persecutorio y vengativo, manejado por una ambición desmedida

En este último segmento se agruparon aquellos artículos que mantienen un enfoque similar respecto de la naturaleza de las decisiones políticas aplicadas por el gobierno nacional o las acciones desarrolladas por movimientos sociales. Atraviesa estos textos la idea de una constante perversidad que se esconde detrás de las medidas tomadas: la política como un pulpo que coopta los espacios y los envilece con sus lógicas, con el sólo objetivo de perpetuarse en el poder. Esta perversidad también conlleva, naturalmente, una ofensa a las instituciones (como se describió en la categoría anterior), pero en este caso no es la inmadurez la que hace tambalear los cimientos, sino los instintos más oscuros de una sociedad.

La primera cita corresponde a un editorial de La Nación ya mencionado, que se titula “Educando a Sbattella”, y que en su primera oración sentencia: “La perversidad kirchnerista no tiene límites”. La UIF –como se dijo, el organismo que conduce José Sbattella- para el diario de Mitre “no sería un organismo técnico, tal como ingenuamente imaginó el GAFI, sino un organismo cooptado e integrado por amigos, parientes y activistas, destinado a hacer política en función de los objetivos inmediatos del partido gobernante”. De la idea casi inocentona de órgano publico propuesta por el Grupo de Acción Financiera Internacional, la perversidad local lo transformó en un círculo turbio, de manejos siempre dudosos y que requiere que la Justicia lo “eduque”.

Luego, en otro editorial también ya citado en este trabajo (“Una década de aislamiento internacional”), se consigna lo siguiente: “El estilo de la diplomacia argentina no es demasiado diferente de lo que ocurre en el ámbito interno, con los gobernantes y funcionarios kirchneristas: agresivo, arrogante, dispuesto siempre a crear conflictos, con la indignación y la petulancia como componentes centrales y permanentes de un extraño y nada atractivo modo de ser, que ha desembocado en un deplorable cambio de actitud ante el mundo entero”.

Y esta política, que aparentemente se aplicaría al interior y en las relaciones con el exterior del país, habría terminado por fragmentar la sociedad, creando dos bandos que el periodismo televisivo bautizó como “la grieta”, siguiendo ese origen entre circense y cinematográfico del formato TV. Pasado al periodismo gráfico, produjo títulos como este de La Nación: “A la grieta la instalaron Néstor y Cristina”, y que en su interior contiene este tipo de conceptos: “la grieta que todavía está aquí, entre nosotros, fue impulsada, agitada y financiada por el Gobierno más poderoso de la Argentina de los últimos 30 años”. Se trató, dice el columnista, de “una decisión fría, calculada, política y estratégica, diseñada y preparada por Kirchner para matar varios pájaros de un tiro”[37].

También aquí parece presentarse como argumento lo que en realidad es una injuria, una personificación del mal en las formas políticas, en los dirigentes políticos. Anula la posibilidad de analizar las medidas políticas por su objetivo declamado, dado que siempre estaría detrás un afán enfermo, totalizador. Anula la ideología, de hecho; si lo que motiva es el odio y la persecución, allí no hay ideas, doctrinas o utopías. He aquí otro ejemplo, en este caso del diario Clarín: “La primavera de Capitanich no soportó la primera tormenta y quedó claro que si tiene que elegir entre la gente y vengarse de adversarios, elige vengarse de adversarios”[38].

Pero no se trata únicamente de los círculos gobernantes, sino que la perversidad es un virus que se expande, provocando que una porción concreta de la sociedad esté enferma por esta lógica. Así describe una columna también de Clarín al “empleado público K”: “Se llena la boca con la década ganada pero para él ese período fue, en realidad, la década obsequiada, un regalo del cielo. Regurgita con método lo del crecimiento con inclusión social porque así le ocurrió en el terreno particular: sus ingresos crecieron con ímpetu y se encuentra incluido en un proyecto político que lo mantiene a prudente distancia de toda angustia económica sin demandarle como contraprestación sudores extremos. Es el empleado público militante, que se apoltronó en su oficina refrigerada de la mano del kirchnerismo por su adhesión más que incondicional al Relato, y cuya principal función consiste en mantenerlo vivo al menos en su ámbito de trabajo”[39].

Veamos otras construcciones casi literarias del personaje kirchnerista:

  • “Impericia. Prepotencia. Improvisación. Negación de la realidad. Búsqueda de fantasmagóricas conspiraciones. Maniobras dialécticas para no asumir los errores que saltan a la vista. Todo eso es lo que muestran el ministro de Economía, Axel Kicillof, y el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich”[40].
  • “Porque no busca diálogos, sino monólogos; porque no acepta críticas, sino aplausos, Cristina Kirchner se encierra en su pequeño mundo afín”[41].
  • “La ambición del poder de los Kirchner no es, decididamente, “republicana”. No sólo es monárquica. Además, es “dinástica”, ya que no se aloja en una sola generación”[42].
  • “Un Gobierno poco serio y mentiroso. El kirchnerismo ha hecho de la Argentina en una década –sobre todo desde el 2007– un país asimilable a la ficción”[43].

Los ejemplos que integran esta categoría podrían continuar alistándose uno detrás del otro largamente. La construcción de una perversión social llamada kirchnerismo atraviesa transversalmente columnas de opinión, artículos noticiosos y editoriales. Esta es, posiblemente, la más injuriante de todas las estrategias discursivas que aquí se describen.

Se podría distinguir además un apartado que estudie la descripción de lo que supuestamente sucede en la sociedad a partir de este comportamiento macabro de la política nacional. La lógica parecería obvia: cuando una manzana está podrida en el cajón, las demás pronto lo estarán:

  • “Una sociedad nacional abandonada a su suerte durante más de diez años. Un país donde el Estado creció para manejar los negocios públicos y privados, pero no para cumplir su rol de garante del orden público, de referente de la educación social y de responsable último de la salud de los argentinos”[44].
  • “Vastos sectores sociales que no reconocen la hegemonía de la ley”[45].
  • “La gente está harta. La inseguridad no sólo produce miedo. También provoca un furor de venganza desmedida”[46].
  • “Sin duda, la sociedad argentina está enferma. De impunidad, de soberbia ejercida desde el poder político, de corrupción y de maldad”[47].

Cumple aquí el periodista un doble rol: Primero, se posiciona como capaz de descifrar el humor de “la gente” o “la sociedad”; y luego, articular explicaciones a ese supuesto humor. Encadena los razonamientos y cierra sus conclusiones en dos o tres factores: la inseguridad, la anomia, la corrupción.

Hay una hipótesis de sociedad; hay causas, consecuencias, y ni siquiera son necesarios estudios sociológicos para comprobar lo que evidentemente cae de maduro, cae por peso propio, parece hasta natural esta lectura. La sociedad está “enferma” ha decretado este periodismo, recurriendo a las siempre efectivas metáforas sanitarias, con sus diagnósticos lapidarios, sus estudios clínicos, sus virus detectados y sus recetas.

 

Conclusión

En un reciente artículo publicado en Página12[48], Jorge Halperín se pregunta, luego de analizar el odio y la violencia que domina los comentarios de lectores publicados en los sitios web de estos diarios, si no es posible hallar una “continuidad” entre esa virulencia de los comentaristas y los textos periodísticos propiamente dichos, considerando “el grado de violencia que se ejerce en ellos valiéndose de una prosa elegante e informada en la que abundan los prejuicios ideológicos, de clase y de género, los juicios lapidarios en los cuales se habla del presunto desequilibrio de la Presidenta, y todo tipo de descalificaciones”.

En cierto sentido, esa prosa elegante e informada que oculta una violencia podría encajar con esta búsqueda planteada en la investigación de determinadas formas del ultraje que sean características de los discursos emitidos por las empresas de medios de comunicación masiva. De hecho, Halperín concluye en su artículo que es necesario “preguntarnos cuánta violencia podemos esconder los periodistas bajo la retórica del oficio”.

Esta investigación se inició con dos preguntas paralelas: Primero, si es posible identificar un juego del ultraje o un estilo injuriante propio de determinadas formas del periodismo aquí analizadas. En segundo lugar, se preguntó cuáles serían los efectos que puede tener ese agravio sobre las representaciones colectivas que una sociedad genera sobre sí misma. Es decir, sobre la materia identidad.

Como se dijo al comienzo, las consecuencias sociales de los discursos de los principales medios masivos de comunicación no iban a ser abordadas de manera directa por este trabajo, dado que demandaría una cantidad de recursos y una metodología que lo exceden por mucho. Esto no quiere decir que no puedan ser estudiados académicamente esos posibles efectos, pero sí es necesario al momento de su abordaje calcular con precisión con qué instrumentos se los va a medir, bajo qué metodología y enmarcado dentro de qué proyecto de investigación.

El primero de los interrogantes, en cambio, sí fue estudiado a lo largo de estas páginas, a partir de la distinción de denominadores comunes, mediante los cuales se realizó una suerte de tipología de las argumentaciones presentadas en las notas periodísticas seleccionadas, y se intentó ir encontrando una lógica dentro de estas categorizaciones, para identificar la existencia o no de rasgos propios de una forma agraviante.

Como se señaló al comienzo, se trabajó a partir de un marco de análisis propuesto por Horacio González en algunas de sus publicaciones, que básicamente intenta distinguir formas específicas del ultraje en determinados registros narrativos, que puedan soportar una historización y un cambio en los protagonistas de las polémicas.

En esta investigación, se buscó extender este procedimiento a un registro periodístico, a un discurso masivo, donde lo principal no son los autores de esas notas, sino las argumentaciones esgrimidas. O, como quedó en evidencia en muchos momentos de este trabajo, las injurias o agravios que son presentados como argumentaciones dentro de la lógica interna de la noticia o columna de opinión. Claro que no se trata de una polémica entre dos figuras concretas de la historia nacional, como las que trabaja González, sino que en este caso hay solo una voz presente, que es la del periodista, y un actor aparentemente pasivo, que es la del sujeto (político o social) en análisis. Este rasgo, en cierto sentido, posibilita que se construya una cadena de argumentación/agravio casi sin interrupciones; y esto queda en evidencia cuando un mismo circuito de razonamiento aparece en diferentes diarios, con diferentes firmas y extendido en el tiempo. Incluso, hay nociones muy fuertes o de mucha regularidad que requieren de una acumulación de denuncias periodísticas para que tengan el efecto deseado. Por ejemplo, características patológicas como la perversidad o la inmadurez, no son rasgos aquí atribuidos a acciones específicas, sino presentados como elementos de la esencia propia de los sujetos o actores analizados en las notas periodísticas, y eso exige una casuística, una acumulación.

Naturalmente, hay que relativizar esa noción de “actor aparentemente pasivo”, dado que en la mayoría de los casos las notas se refieren a sujetos políticos que protagonizan acciones concretas, con efectos profundos en la sociedad. El término “pasivo” intenta definir a un sujeto en esta polémica que, por lo general, no tiene interlocución con las acusaciones o agravios que se le endilgan; frente a una voz activa, que es la del periodista, que construye estas fórmulas retóricas a partir de una combinación entre argumentos, información, citas, ironías, metáforas y preguntas abiertas. Todo un registro narrativo, propio del periodismo, pero que en su interior esconde giros agraviantes que son presentados como un dato más del magma informativo.

Ese terreno difuso entre las armas periodísticas y el acto de injuriar, le otorga una “potencia” al estilo noticioso, al cuerpo del texto, que es difícil de calcular, pero que se intuye de gran efectividad.

 

(Este paper integra el ciclo de investigaciones sobre Identidad que conduce el Prof. Eduardo Urbano y se publicó originalmente en https://idaes.academia.edu/AlejandroGiuffrida)

 

[1] González, Horacio. Historia conjetural del periodismo, Colihue, Buenos Aires, 2013.

[2] González, Horacio. Lengua del ultraje, Colihue, Buenos Aires, 2012

[3] González, H. Historia conjetural…., P.73.

[4] Foucault, Michel. Microfísica del poder, Las Ediciones de La Piqueta, Madrid, 1979.

[5] El texto integra el libro Historia de la eternidad (1936).

[6] González, H. Lengua…, P.12.

[7] Por “mediatización” entenderemos aquí el atravesamiento de los discursos generados por los grandes medios masivos de comunicación sobre un cuerpo social determinado. Véase Verón, Eliseo, Esquema para el análisis de la mediatización, revista Diálogos de la comunicación, Buenos Aires, 1997.

[8] Siempre es deseable que existan en los medios cuantas opiniones existen en la sociedad (aunque esto sea una ficción en sí mismo), y ninguna forma de censura o linchamiento a determinada posición política debe ser celebrada o avalada; es uno de los múltiples aspectos que condensa el concepto libertad de prensa. No obstante lo cual, eso no tiene porqué implicar la imposibilidad de analizar determinado discurso político que hegemoniza el sistema masivo de medios de comunicación.

[9] No es un aspecto más esta distinción entre crónica y opinión, sino que requiere de un análisis simultáneo, en el que se estudie la fusión de estos géneros y las repercusiones que puede tener en la formación de opinión pública, en las representaciones identitarias y en los contratos de lectura.

[10] La Nación (TAPA), 2/12/13, Preocupa a EE.UU. la caída en las reservas argentinas, por Martín Kanenguiser.

[11] El distanciamiento que el kirchnerismo propuso de los círculos financieros de alguna manera congeló en el tiempo ese discurso tan propio del mundo de los organismos internacionales, que para la Argentina fue muy habitual durante largas décadas. En su libro Bases para una economía productiva (Miño y Dávila, Buenos Aires, 2012), Jorge Remes Lenicov pone letra concreta a los eufemismo que el Fondo Monetario Internacional supo instalar durante la crisis económica argentina de 2001/2. Desde su papel al frente del Ministerio de Economía en el primer trimestre de 2002, Lenicov recuerda el reclamo de “señales concretas” por parte de los funcionarios del Fondo, que en cuanto comenzaron las negociaciones con el nuevo gobierno presidido por Duhalde lo primero que hicieron fue acercar un pliego con las denominadas “acciones previas” que debían ser “cumplimentadas para comenzar la negociación” del default. Entre ellas, figuraba por ejemplo descongelar las tarifas de los servicios públicos (que estaban privatizados); eliminar los planes de competitividad y los créditos impositivos; prohibir a los gobiernos provinciales pagar salarios con cuasi-monedas; y arancelar las universidades públicas; entre otras (P.241).

[12] La Nación 15/1/14, La Argentina, reprobada en libertad económica, por Silvia Pisani.

[13] La Nación (Editorial), 2/1/14, Una década de aislamiento internacional.

[14] La Nación (Editorial), 18/3/14, De la desconfianza al desaliento a la inversión.

[15] La Nación, 24/1/14, La situación disparó dudas en Washington, por Silvia Pisani.

[16] Horacio González, Legalidad y bellotas, Página12, 15 de noviembre de 2014.

[17] La Nación, 17/3/14, Los milagros que busca Cristina en Roma y París, por Carlos Pagni.

[18] La Nación, 24/1/14, recuadro de La situación disparó dudas en Washington, por Silvia Pisani.

[19] La Nación, 26/1/14, En Wall Street elogian los anuncios, pero los consideran insuficientes, por Martín Kanenguiser.

[20] Clarín, 25/1/14, Wall Street y Stiglitz coinciden: hace falta un cambio de rumbo, por Ana Barón.

[21] El Cronista Comercial, 2/12/13, ¿Estado de alerta antes de las fiestas?, por Luis Majul.

[22] Peril, 12/1/14, Kontradicciones, por Nelson Castro.

[23] La Nación (Editorial), 3/12/13, Educando a Sbattella.

[24] Clarín, 2/2/14, La ideología, en el tembladeral económico, por Alcadio Oña.

[25] La Nación, 6/3/14, Cristina y Máximo, una misma contradicción, por Luis Majul.

[26] Clarín, 23/12/13, El Papa, preocupado por la salud de Cristina y la transición hacia 2015, por Sergio Rubín.

[27] El Cronista Comercial, 23/12/13, Feliz Navidad para todos y todas, por Luis Majul.

[28] Clarín, 24/1/14, Por suerte, a Cristina todavía le queda el Papa, por Julio Blanck.

[29] La Nación, 4/12/13, El que apuesta al peso pierde, por Jorge Oviedo.

[30] La Nación (Editorial), 25/1/14, La destrucción de nuestra moneda.

[31] La Nación, 2/2/14, En vísperas de otro cambio de rumbo, por Joaquín Morales Solá.

[32] Clarín, 2/2/14, El horizonte de la política económica es pasar el verano, por Ricardo Kirschbaum.

[33] La Nación (Editorial), 18/3/14, De la desconfianza al desaliento a la inversión.

[34] Clarín, 26/1/14, Otra vez la confusión está clarísima, por Julio Blanck.

[35] La Nación, 20/3/14, Una pretensión de eternidad que va llegando a su fin, por Mariano Grondona.

[36] Clarín, 14/3/14, Tan solos ante la impunidad, por Ricardo Roa.

[37] La Nación, 5/12/13, A la grieta la instalaron Néstor y Cristina, por Luis Majul.

[38] Clarín, 5/12/13, Se supo: Abal Medina nunca se fue, por Ricardo Roa.

[39] Clarín, 26/1/14, El empleado público K se pinta para la guerra, por Marcelo Moreno.

[40] Clarín, 30/1/14, Impericia, prepotencia, improvisación y negocios, por Luis Majul.

[41] La Nación (Editorial), 29/1/14, La lógica de preferir La Habana antes que Davos.

[42] La Nación, 6/3/14, La pretensión del verticalismo catastrófico, por Mariano Grondona.

[43] Clarín, 30/3/14, Un Gobierno poco serio y mentiroso, por Eduardo Van Der Kooy.

[44] La Nación, 5/12/13, Una sociedad abandonada a su suerte, por Joaquín Morales Solá.

[45] Ibíd.

[46] La Nación, 14/4/14, op. cit.

[47] La Nación, 14/4/14, Una sociedad en grave estado, por Daniel Muchnik.

[48] Jorge Halperín, El insulto como editorial, Página12, 16 de noviembre de 2014.

Un comentario en «El periodismo gráfico argentino: Entre la argumentación y el ultraje»

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