La tormenta es Macri

Nombrar lo evidente no es decir la verdad. El Gobierno reconoce que la economía está en recesión y que vienen meses muy duros. No hacía falta, es obvio.

Decir la verdad es describir los hechos, explicar sus causas y revelar con honestidad los principios, supuestos y objetivos propios. El Gobierno atribuye la crisis a factores que escapan a su control: los nudos que dejó el gobierno anterior, la cosecha mala, la suba de la tasa de interés en Estados Unidos, la supuesta desconfianza de los inversores extranjeros por la causa de los “cuadernos”. Acepta a regañadientes haber cometido errores, pero cuando se le pregunta cuáles las respuestas son elusivas, exculpatorias, infantiles: “Fuimos demasiado optimistas. No explicamos bien la herencia recibida”.

Encontrar soluciones es la función central de los gobiernos, no un castigo especial que le tocó a Mauricio Macri por ser presidente. Pocos dudan de que en diciembre de 2015 existía una serie de problemas a abordar. Los controles a la compra de dólares y a las importaciones eran herramientas limitadas para lidiar con la restricción externa. La falta de acceso a los mercados de capitales acotaba el financiamiento para el Estado y las empresas argentinas. Las tarifas energéticas requerían reformas para hacerlas más justas y sustentables. El esquema de impuestos entraba en colisión con la necesidad de estimular las exportaciones. Sin embargo, la forma que eligió Macri para resolver estos problemas, la falta de atención a otras cuestiones centrales que no tomó en cuenta, la articulación entre las soluciones propuestas, la pobre lectura del contexto internacional y la confianza ciega en una respuesta favorable por parte de los mercados y las empresas a las “señales”, son lo que explica el fracaso de la política económica del Gobierno. Son éstas las claves para entender los duros meses que deberemos atravesar las argentinas y los argentinos.

Macri asumió con una situación económica difícil, pero sus políticas no resolvieron los problemas existentes y crearon otros nuevos y más graves. 

El gobierno eligió liberar el mercado de cambios inmediatamente, permitió la libre entrada y salida de capitales y pagar lo que pedían los fondos buitre y otros acreedores que no habían aceptado los canjes de deuda. Decidió eliminar las retenciones a las exportaciones mineras y a varios cultivos. Otorgó un aumento fuerte y rápido para las tarifas de los servicios públicos explicado no sólo por la reducción de los subsidios, sino por fuertes incrementos en la rentabilidad de las empresas prestadoras. Redujo impuestos progresivos para promover el blanqueo. Se impuso al mismo tiempo un programa de metas de inflación incumplible, pagando tasas de interés altísimas para acercarse a ese objetivo elusivo. 

Nadie obligó al gobierno a elegir este camino. Podía haber hecho cosas distintas con cada uno de estos temas. Ignoró las advertencias sobre los riesgos que implicaba la liberalización total del movimiento de capitales. Depositó obstinadas esperanzas en que el giro pro-mercado daría confianza a los inversores y aseguraría financiamiento externo, inversiones y crecimiento. Mientras duró el entusiasmo por la Argentina en Wall Street, la economía tuvo un desempeño mediocre con un magro incremento del PBI, el empleo creciendo a fuerza de monotributistas que compensaron la destrucción de empleo industrial y niveles de inflación elevados.

La suba de las tasas de interés en Estados Unidos confirmó la fragilidad de las políticas de Macri. Ni la mala cosecha, ni las causas judiciales explican el violento derrape de la economía argentina. Pasaron cosas: implementaron políticas regresivas e inconsistentes destinadas al fracaso.

En lo que va de 2018, los argentinos y las argentinas observamos un pronunciado colapso en el modelo económico que desde fines de 2015 llevó adelante el Gobierno de Macri. Las múltiples inconsistencias que estaban implícitas en este programa económico entraron en abierta contradicción a poco de andar este año. La reacción errática, descoordinada y extremadamente dogmática de quienes gobiernan no ha hecho más que agudizar la situación.

Aunque el Gobierno busque poner la culpa en “tormentas” externas, la única tormenta es Macri y su plan económico.

Como si la historia argentina y nuestra memoria colectiva no fuesen suficientes para recordarnos un pasado reciente que pensábamos superado, la respuesta del Gobierno a su propia criatura fue recurrir una vez más al Fondo Monetario Internacional y a sus recetas de ajuste regresivo y empobrecimiento.

En el marco de la discusión por el Presupuesto 2019, parece importante que todas y todos los dirigentes de la oposición tengan en claro las implicancias del esquema adoptado bajo la tutela del FMI. En lo inmediato, el programa se basa en recuperar el equilibrio fiscal mediante la aceleración del ajuste que venía desplegando el gobierno, contener la espiralización de la inflación y recuperar el equilibrio externo mediante viejas recetas monetaristas que definen tasas siderales e inducen una recesión violenta y profunda.

De cara a la próxima gestión de gobierno Macri deja por delante un campo minado. La quimera del “equilibrio primario” en un contexto de mayor deuda externa implica que las necesidades de financiamiento no irán en disminución, sino que aumentarán. Y los recursos, en contrapartida, se reducirán: el nuevo acuerdo con el FMI adelanta dos tercios de los fondos originalmente destinados al próximo gobierno, para reducir el daño de su programa el actual. De esa forma, la bomba de tiempo sigue acelerando su conteo.

El día a día de los argentinos y las argentinas no deja de complejizarse y los próximos meses serán extremadamente difíciles para las mayorías populares y para los empresarios y comerciantes que dependen del mercado interno.

Los que vivimos en Argentina no necesitamos enamorarnos de ninguna autoridad del FMI, lo que necesitamos es que nuestros dirigentes políticos actúen con un poco más de respeto y afecto hacia quienes trabajan, producen y consumen en nuestro país.

La dirigencia política opositora deberá poner lo mejor de sí para evitar que el Gobierno produzca daños mayores. A la vez, deberá generar un horizonte de futuro que contenga y dé cobijo a las angustias, temores y frustraciones de la gran mayoría de argentinas y argentinos que sufren las consecuencias de este plan económico, para que, con su voto, pongan fin a la experiencia del macrismo en el gobierno.

Aún si se diera en 2019 un resultado electoral favorable a la oposición, los problemas serán de tal magnitud que no podrán ser abordados desde un “núcleo duro ideológico”. Dicho de otro modo, en un contexto como el que describimos no será posible ni conveniente repetir de manera calcada recetas del pasado: ni un tipo de cambio competitivo ni el estímulo a la demanda interna serán suficientes para crecer en un contexto más adverso y plagado de restricciones. Se requerirán entonces, bases de sustentación política sólidas a partir de una alianza social amplia que den espacio a herramientas variadas, novedosas y pragmáticas, sin descuidar la consistencia de las políticas macroeconómicas.

El futuro del país se plantea entonces en dos dimensiones. La más inmediata, en la que resultará fundamental mejorar el desempeño externo, implica estabilizar la macroeconomía, retomar el crecimiento y revertir el fuerte sesgo regresivo de las políticas públicas. La dimensión de más largo plazo es la del desarrollo, que demanda cambios más profundos en el sistema educativo, en la calidad y capacidad de las instituciones estatales, en el sistema científico-tecnológico, en la integración público-privada, entre otras esferas.

 La agenda de un gobierno popular deberá articularse a partir de la construcción de acuerdos sociales, con el fin de ir expandiendo, escalonadamente, los límites del corsé que el macrismo dejará sobre la política económica. El desafío de un programa en fases es que requiere ir hilvanando restricciones con reivindicaciones, compatibilizar demandas mercadointernistas con restricciones del sector externo. No será una tarea sencilla, se requerirá pragmatismo, consistencia, decisión y respaldo político y social.  Un pilar de este delicado equilibrio deberá ser provisto por una política de ingresos diseñada a partir de los aciertos, pero también del reconocimiento de problemas y errores del pasado reciente.

Para salir de la crisis es preciso reactivar a la Argentina que produce y que trabaja. Hay que dejar atrás visiones dogmáticas y fomentar a los distintos sectores productivos para que aporten, según sus características, divisas, empleo, tecnología, innovación. Esto requiere política industrial, agropecuaria, hidrocarburífera, minera e inversión en investigación y desarrollo. En este sentido será preciso reorientar la estructura tributaria y regulatoria para premiar a los sectores que conformen su rentabilidad a partir de la producción, el empleo y la exportación.

Es necesario, además, repensar en profundidad el sistema de salud, el sistema educativo y el entramado de políticas sociales antes de que el daño sea mayor, en pos de que sea posible la reconstrucción del tejido social y la inclusión en un proyecto de país de vastos sectores hoy excluidos de cualquier horizonte más allá del de la supervivencia. Poner en marcha un programa que permita ir ampliando los horizontes y perspectivas de las mayorías populares luego de una nueva crisis que horada sueños y esperanzas será un gran desafío.

Argentina no ha encontrado la salida al estancamiento secular que le permitiera mejorar de manera sostenida y consistente el nivel de vida de sus habitantes y en particular de los sectores populares. Las experiencias de los últimos 35 años debieran servir de base para pensar posibles horizontes de futuro. Un mensaje claro que deja la historia y este presente, es que los experimentos de liberalización brusca, endeudamiento externo seguido de ajuste fiscal y desregulación, dejan siempre un piso más bajo y mayores restricciones; y que darle mayor centralidad al Estado no es tarea fácil. No existen fórmulas simples, ni recetas escritas.

Se trata de lograr acuerdos políticos amplios y duraderos para enfrentar de manera renovada los problemas estructurales que viene arrastrando nuestro país, dando cuenta de los sueños y anhelos de la enorme mayoría de nuestro pueblo. En última instancia, aunque algunos no lo asuman, de eso se trata gobernar.

12 Octubre 2018

Grupo Fragata

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