Vivimos, pensamos y nos movemos en medio del engaño entusiasta, estamos embelesados en fuegos de artificio que ni siquiera son fuegos de artificio porque el brillo que parecerían tener se lo imaginamos nosotros, de puro deseosos de sentir que algo ante nuestros ojos brilla o promete brillar. Tal la ilusión que, según se dice, nos tiene atrapados a los que en esta dura primera mitad de 2008 empezamos a juntarnos y hacer cosas movidos por una gran consigna tácita: “que no pasen”. Respecto de lo que hay detrás de ese “que no pasen” ya se habló y escribió mucho, y se rebatió, y los que rebatieron fueron rebatidos a su vez y así siguen las cosas, el hecho es que, si salimos como salimos a discutir en reuniones o en blogs o a escribir artículos o a llenar las plazas, lo estamos haciendo –esa es la explicación– por dos grandes y fundamentales motivos: no alcanzamos a entender qué es la democracia y estamos desesperados por revivir una épica que atrasa más de tres décadas, como si no hubiéramos aprendido que la historia sólo se repite como farsa (o comedia, si quieren).
La democracia, nos explican “es gris”, lenta, requiere de negociación y gestión. No entusiasma, no inflama corazones, no vale mucho para quienes quieren vivir la política como una atrapante aventura romántica. Y no ser capaces de entenderlo es lo que nos llevó ingenuamente a ponernos al servicio de la chantomafia kirchnerista y a hacer el ridículo ante quienes supieron quitarse esas ilusorias telarañas del cerebro. Articulado con este, el otro gran argumento da por supuesto que anda buscando encontrar cauce por ahí una nostalgia de los tiempos en que todo se vivía como promesa de futuro espléndido y como el puro e intenso goce del momento resignificado en la acción. O, en otras palabras: no habría nada más que una tardoadolescente y mal elaborada necesidad de revivir viejas épicas en la credulidad que nos llevó a hablar de “acción destituyente”.
No importa quién dice esas cosas. Muchos, la mayor parte de quienes pasan por este espacio ya saben quién lo anduvo diciendo en estos días, con gran foto y gesto desafiante a toda tapa, pero no es la única persona que lo dijo y no es la persona lo que importa discutir sino las ideas. Esta, en primer lugar: la que sostiene el discurso “racional” y “sensato” según el cual la democracia “es gris”, de que en la democracia los cambios se concretan a través de lentos y aburridos procesos de negociación, ante los cuales nada tienen que hacer los relatos épicos. ¿A qué llama “democracia” esa gente? ¿Es lo mismo democracia que formalidad republicana? ¿Se trata de cumplir regularmente con ciertos actos administrativos, tipo voto y etcétera? ¿Y el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo en qué quedó?
Pongamos que, efectivamente, la democracia sea gris y monótona en Suecia, donde todo funciona aceptablemente bien, y a los matrimonios se les da algo así como un año de licencia paga cada vez que nace un hijo, hay atención médica gratis y vivienda asegurada. ¿Pasa eso acá? No digamos en general, no digamos en el mundo: ¿podemos pensar en una democracia que no sea conflicto, y conflicto tenso y agudo, en Argentina o cualquier otro país latinoamericano? Y cuando no se advierten, al menos en la superficie, conflictos tensos y agudos –caso Chile–, ¿hasta dónde realmente funciona la democracia?
¿Se pueden resolver de manera gris las desigualdades que nos desgarran, sobre todo cuando hay muchos que no tienen la menor intención de que se resuelvan o al menos se atenúen, y cuando da la casualidad de que los que no tienen la menor intención sí son los que tienen más poder? ¿Creen los politólogos u opinólogos que nos reprochan adicción a la ansiedad, al colorido y a las grandes emociones que acá las cosas se van a resolver negociando (salvo que por “negociar” se entienda –y efectivamente así lo entienden, por ejemplo la Mesa de Enlace y los políticos y comentaristas que la respaldan– aceptar lisa y llanamente todo lo que propongan las corporaciones más poderosas, aceptar el rol de poder detrás del poder que se arrogan y que la mayor parte de los medios aceptan con naturalidad)? ¿No saben –algunos ciertamente lo saben, por su pasado, pero parecen haberlo olvidado o necesitan tenerlo guardado en el freezer– que los grandes beneficiarios de las injusticias según las cuales unos pocos se quedan con casi todo no están dispuestos a ceder en nada, pero en nada de nada, salvo que no les quede otra alternativa? ¿Y no saben que cada vez que el poder político intenta tocar aunque sea un poquito alguno de esos intereses, o responde a alguna demanda de los perjudicados por esos intereses, la reacción del poder económico real y de sus ideólogos, y de los medios asociados a ellos, es inmediata, inmisericorde, dispuesta a llevarse lo que sea por delante?
¿Qué clase de grisura están proponiendo? Si esto es, como lo es, una batalla, no lo es precisamente porque haya unos enormes deseos de dar batalla de parte del poder político o de los sectores más desprotegidos que recurren al poder político. Esto es una batalla porque esas son las condiciones que imponen los dueños del poder real (que no es el poder del Estado, ya sabemos o deberíamos saberlo, o al menos no lo es en su parte sustancial y más decisiva).
Se puede también, por supuesto, dar un paso más en la sospecha: calcular primero quién o quiénes salen ganando si los que están más necesitados renuncian a luchar y preguntarnos después a quiénes benefician los que procuran convencernos de que las cosas se pueden conseguir sin lucha. Pero también se puede pensar, con más buena voluntad, que no necesariamente todos están trabajando a favor de esos intereses, no al menos conscientemente. Por qué no pensar, por ejemplo, que lo que mueve a adoptar ciertas posiciones a alguna gente es una ideología, por más que la palabra “ideología” les caiga mal. Una ideología, por darle algún nombre, “socialrepublicanista”, un credo, una convicción, que como toda ideología necesita desestimar a la que postula otra cosa, entre otros motivos porque la persona que decidió aferrarse a ese credo vería en peligro su estabilidad interna y su relación con el mundo si la visión contraria cobra demasiada fuerza. Peor aun para los que alguna vez anduvieron por esos rumbos y después, por la razón que sea, decidieron abandonarlos, como quien se deshace de una equivocación fatídica o un desvarío pueril.
Es mentirosa, por lo tanto, es capciosa y caricaturesca, esta caracterización que se hace de nosotros: “gente de entre 50 y 60 y pico (que) siente que algunas banderas que fueron abandonadas pueden volver a flamear al tope de la ciudadela”, gente que “siente que hay una dimensión épica que la política había perdido y que Kirchner restituye”. “PORQUÉNOX%#LAVÇWF&UCKZ@ZCUL+$PRR”: el acto de censura a que fue sometida la respuesta guaranga que encabezaba esta oración se debe a que uno ya sabe que, en este terreno, las emociones le juegan en contra, más aun si uno discute con gente que jamás tuvo una emoción en su vida, o al menos no da muestras de haberla tenido. Más vale, por lo tanto, apuntar algunas preguntas. ¿En qué se basa para decir eso quien lo dice? ¿A quién le preguntó? ¿Investigó? ¿O está simplemente dejando hablar a su resentimiento y/o sus prejuicios? ¿O su miedo?
Aclaro: no es que la dimensión épica me parezca nada mal, pero no es lo que está en juego en este caso, y pegarnos ese cartelito es poco menos que tratarnos de infantiles o idiotas, incapaces de pensar las cosas con la impoluta objetividad de los que se atreven a poner a trabajar las neuronas en serio, sin pasiones (lo que no impide que muchas de sus más oscuras pasiones se les filtren en el discurso a cada rato, como cualquier lingüista, psicólogo social, analista de discursos o psicoanalista puede advertir con un poco de atención). Y la verdad, señoras y señores, es que la pifian, ven lo que quieren ver, no lo que hay: no es épica lo que queremos, no es poner a flamear banderas al tope, no tenemos el menor interés en volver a ver sangre ni queremos que corran el menor riesgo nuestros hijos. Más bien lo contrario.
Precisamente porque tenemos 50, 60 años o más, hemos aprendido mucho, y sabemos que no se vuelve atrás y, nuevamente, que la historia sólo se repite como etcétera: sí, es cierto, que hemos descubierto que el descrédito en que cayó mucho de lo que nos enfervorizaba en los 60 y 70 es un descrédito injusto y hasta programado, que en este país y en el mundo fueron demasiadas las palabras y las ideas que se dieron por caducas sin más y sin posibilidad de revisión: “chau, se terminó, out” (y no tan curiosamente, se decía eso para pasar a ideas aún más viejas: capitalismo, republicanismo, representación, etcétera). Y lo que descubrimos es que ni “pueblo” ni “liberación” ni “imperialismo” ni “popular” ni “clase social” ni “alienación” ni “lucha de clases” ni “plusvalía” ni “nacional” ni “ideología” ni “praxis” son términos muertos. Sí deben ser resignificados, y todo el tiempo lo están siendo. Así como está siendo puesto a revisión el lenguaje técnico, neutro, desideologizado, pasteurizado, seco, que varios de los que salen a descalificarnos impusieron a partir de los 80 (y en algún momento a mí me convencieron bastante, no sería honesto si no lo digo): queda a la vista lo que tenía de eufemismo, de trampa, de engaño, de coartada, de coerción inmovilizadora.
De eso sí, efectivamente, estamos hartos: no es que nos interese a lo Frankenstein dar vida artificial a una épica que tuvo su momento histórico, ni nos pensamos como héroes ni protagonistas. Es otra cosa lo que hacemos: reivindicamos la política como actividad que excede lo administrativo y lo gestionario, la política como parte de la vida cotidiana que no hay por qué abandonar en manos de profesionales, especialistas y aprovechadores. Reivindicamos la idea de que hay intereses inevitablemente en pugna, antagónicos, y nos hacemos cargo de que de ningún modo nos da lo mismo que se impongan unos intereses o que se impongan otros. Reivindicamos la idea de que la vida concreta de las personas es infinitamente más importante que la abstracción, sea la abstracción de la legalidad republicana o la condición de piezas impersonales y descartables a las que nos somete el orden económico neoliberal, y también, por supuesto, el agente de la pura abstracción en que queda convertido el militante cuando entra a alguna de las microsectas de la autoizquierda.
No aspiramos a embriagarnos con la sensación de que los vientos de la épica nos agitan los pocos cabellos que nos quedan (tampoco nos disgusta sentir por un momento su roce): queremos una vida un poco más humana, menos técnica o funcional. Claro que esa expresión, “vida humana”, no entra en su vocabulario. Demasiado sospechosa de acientificidad, tal vez. Como es sospechosa de religiosidad “amor al prójimo”. Y sí, de eso se trata: amor al prójimo. O, si no amor, al menos capacidad de advertir que el prójimo existe, y que no es cualquier cosa (un mueble, un aparato, un adorno, algo que hay que usar o soportar o descartar o vencer) sino un prójimo, un semejante. Algo que esta variedad de ideólogos no va a ser capaz de entender nunca. Contra esa incapacidad también nos rebelamos. Contra el consenso que establece esa incapacidad. No sé si todos, no sé si la mayoría, pero me consta que muchos de los que salimos a decir “estamos hartos”, es de esto de lo que estamos hartos.
Y sí, un poco, a partir de 2001, y, más aun de 2003, tuvimos la impresión de que podíamos reencontrarnos con eso que necesitábamos: no la épica, sino aquello, mucho más importante que la épica, que en cierto momento de nuestra historia adquirió algún costado épico cuando, de la manera en que se dio en ese momento –que no es la actual–, unos cuantos salimos a encontrar, porque había una necesidad genuina de esa otra manera de vivir, incluidos entre aquellos “unos cuantos” varios de los que hoy se arrogan el derecho a mirar nuestros intentos con distanciada sorna: en eso, en la distanciada sorna, nadie les gana, son maestros. Aprendieron bien la lección. Nosotros no, a Dios gracias. O la aprendimos, pero en algún momento pudimos bajar un cambio o poner el freno de modo de poder revisarla y así advertir que también había otras cosas, por lo general bastante más interesantes. De acuerdo a en dónde cada uno tenga puestos sus intereses, claro.
Balvanera:
Sencillamente hermoso y hermosamente sencillo.
No espere que los mercaderes de la política lo entiendan, ni los que creen que su misión es permitir que «los mercados» operen sin trabas.
Ellos dirán que Ud se quedó en el ’45, o que su cosmovisión atrasa. O lo mirarán con «distanciada sorna». (Entre estos últimos me arriesgaría a sostener que pocos superan a Andrés Oppenheimer).
Es curioso que nombrara a Suecia, donde las cosas no deben ser tan grises y monótonas si recordamos que no hace tanto se cargaron un primer ministro, a Olof Palme.
Tambièn es curiosa esa sensaciòn de que muchas veces las cosas no son simplemente grises sino que hasta se podrían definir como gris oscuras, al vernos en la disyuntiva de defender aquello que, en realidad, no nos gusta, pero es infinitamente mejor una puerta entreabierta a algún cambio que la vuelta de lo peor y recontraconocido por sus «logros».
Es curioso, pero no tanto, que use usted la palabra «Prójimo», linda palabrita que, mire la casualidad, es justamente lo que desaparece del discurso y las intenciones de tanto sotanudo y no sotanudo, cuyo dios expreso es la codicia y la mezquindad de 3 ó 4 y que el resto de los «prójimos» nos pudramos.
Dicen que la juventud se cura con la edad y que es en la juventud cuando se tiene el alma más sana y las mejores ideas; a lo mejor no ganemos mucho pero no está mal, a los 30, los 40, los 50 ó los 60, ser adolescentes tardíos en lugar de venderle el alma a un puñado de porotos, aunque sean muchos y parezcan tentadores los numeritos. Pero como uno puede ser idealista pero no tonto, no nos olvidamos que son ajenos y que las penas, ay, a ésas nos las dejan a nosotros.
Saludos
Borré a un tal Juan Manuel porque no voy a aceptar provocaciones que no sirven más que para sacarse el gusto o puros vómitos de calificativos, como quien catárticamente se saca la mierda de encima. Acá no, así que ni lo intenten.
Ram: lo de Palme ocurrió hace más de 20 años, y precisamente esos casos extremos suelen pasar en los países donde la política es más «gris». Suecia es también uno de los países con más índices de suicidio, ¿no? Entiéndame: digo que es más gris comparativamente. Pero además lo es. Estuve un breve tiempo en Suecia, país bello, confortable y cómodo como pocos, y sentí que no aguantaba tanta amable grisura (no sólo por los cielos nublados). Así y todo les envidio los increíbles beneficios sociales, la protección al medio ambiente, el cuidado de los chicos y los viejos, los asombrosos beneficios a los exiliados, la guita que se invierte en cultura, quiero todo eso para nosotros. Y si queremos eso para nosotros, hay que conseguirlo de alguna manera: ¿cómo? La guita hay que sacarla de alguna parte. ¿Vamos a conseguir esa guita sin conflicto, a través de una gris concepción formal de la democracia? Me gusta lo que dice, Ram, pero no creo que seamos adolescentes tardíos: al revés, creo que somos gente muy madura, pero madura en serio, no madurada en laboratorio, y por lo tanto podemos ser capaces de asimilar las enseñanzas del paso del tiempo, duras o no, dolorosas o no, y a la vez seguir sosteniendo lo principal, lo que no tiene fecha de vencimiento, de todo aquello que queríamos cuando teníamos veinte años, más pelo, menos panza y la creencia en que el futuro estaba abierto ante nosotros.
El problema con los descubridores de las maravillas de la grisura y con la desesperación con que se apuran a lanzar alertas ante la posibilidad de que cualquier rebrote de epicidad venga a arruinarles el negocio, es que dan por sentado que ellos fueron los únicos que pudieron arreglar cuentas con su propio pasado, reelaborarlo, pensarlo, sacar conclusiones. No se les ocurre pensar, porque no pueden o porque no les conviene, que quizá haya otros modos de repensar el pasado, muy distintos, casi opuestos, no menos inteligentes ni menos sensatos, y hasta quizá más inteligentes y más sensatos, para los cuales no existe una contradicción irresoluble entre la asunción del paso del tiempo y el reconocimiento de lo que caducó, por un lado, y, por el otro, la aceptación de que ciertas cosas del pasado no están del todo muertas ni merecen ser tiradas por la borda, o por lo menos tienen mucho de interesante que decirnos aun. Lo que ellos entienden como actitud crítica no es a veces casi nada más que negación, horror a pensar lo que podría desestabilizarlos o bajarlos del pedestal al que creen que están subidos, con tanta convicción y seguridad que muchos compran el paquete como bueno y se lo creen.
Excelente post, balvanera, la idea de «grisura» de la democracia esconde por detrás el sostenimiento de un statu quo determinado, el cual es, a su vez, la consecuencia de otros procesos igual de subjetivos, y su establecimiento como «relación natural de fuerzas» es, también, un presupuesto ideológico.
Saludos
Balvanera,
Dos cosas. Para empezar, habría que justificar una teoría moderna en donde el Estado se separa del «poder real». No sería tan sencillo. Después, el tema de pedir conflicto que en su argumentación viene atado a la disconformidad con la democracia gris que le ofrecen y que coincidiría con lo que tenemos establecido en la Argentina desde 1983 hasta la fecha. ¿Estaría dispuesto a soportar los «costos», las «pérdidas», que traería cualquier conflicto que exceda los términos de la democracia aceptada en un tiempo histórico determinado? Ya que habló de aquellos años 70’s que Ud vivió, creo que hoy en día se ha llegado a un interesante consenso en materia de derechos humanos en donde una enorme mayoría de la población (como en muy pocos lugares del mundo ha ocurrido) reconoce las violaciones a tales derechos aun habiendo estando en discordancia ideológica con los sectores políticos que sufrieron la mayor parte de las vejaciones. Eso no es poco para ninguna sociedad y nosotros lo tenemos. Piense en Servia, en Rusia, y en tantos otros lugares en donde los masacrados se jodieron y a cantarle a Gardel, qué sigan las generaciones. Lo que trato de decir es que su visión tambalea allí donde se pone mesiánica: “yo porque yo soy más bueno que los otros: A mí se me tiene que tolerar la generación de conflicto porque yo tengo razón.” La no relativización del discurso propio, en este caso, es la negación del otro. La falta de duda del propio punto de vista surgido de la razón de un sujeto o de una genealogía discursiva, es lo que hace complicado su punto de vista y deseable que la democracia sea gris. Entonces, o conflicto abierto declarando el modelo alternativo que se quiere y que es incompatible con las alternativas formales que hoy se tienen para alcanzar el poder o socavamiento de las estructuras de la democracia tal como hoy se la tiene en una lenta e inteligente sodomisación amable en post de algo mejor (y que las personas de a poco, sin ningún conflicto se vayan dando cuenta de que por el orto era más placentero); las dos cosas juntas es mala leche. Es la épica y el carnaval, una mezcla rara, la vanguardia artística y la vanguardia política, las dos juntas, la chancha y los 20. Es mala leche porque la verdad a priori no podemos decir que la tenga nadie y por ende tampoco se le puede dar a nadie carta blanca para operar en el plano político como si la tuviese. Estoy pensando en las víctimas colaterales que acaecen a todo conflicto y ni siquiera hablo de armas y de muertes. Vivir en una sociedad más enquilombada no más. Ej.: El puente de Gualeguaychú. Un conflicto generado por un grupo de personas en post de un fin supuestamente noble. El camionero que se pasó una semana puteando en esa ruta perdiendo guita sin ver a su familia, es un mártir sin estatua, sin voz y sin voto del asunto. Termine como termine la cosa, para los líderes de la protesta, no va a haber pérdida. En el peor de los casos, les van a quedar anécdotas épicas para contar en las sobremesas.
Lo que pido es responsabilidad de los militantes del conflicto por el conjunto de la sociedad, incluidos y sobre todo, por aquellos que no coinciden con sus posturas. De lo contrarío, se cae en la épica y en el mesianismo.
Balvanera: Me pareció excelente el post, felicitaciones. Quiero apoyar uno de tus párrafos con un ejemplo muy concreto, me refiero a cuando decís: «Si esto es, como lo es, una batalla, no lo es precisamente porque haya unos enormes deseos de dar batalla de parte del poder político o de los sectores más desprotegidos que recurren al poder político. Esto es una batalla porque esas son las condiciones que imponen los dueños del poder real». ¿Quién comenzó el tono épico? Para mi no hay ninguna duda que la «introducción a la épica» fue dada por el titular: «PARO HISTÓRICO» que colocaba constantemente en su pantalla TN desde unos días antes del 25 de marzo, lo acompañaban de «paro día 11», «paro día 12», etc. Hasta allí, el gobierno ni siquiera había abierto la boca (es más, los acusaban de borrarse), y mucho menos habían hablado sectores que ni siquiera estaban constituidos como Carta Abierta. Me parece importante recordar cómo empezó todo.¡Hay tanta gente con mala memoria!
A mi no me gusta vivir en un país en el que Carrió compara a los Kirchner con los Ceaucescu, Kirchner habla de grupos de tareas y comandos civiles, y Duhalde compara a Néstor con Mussolini y Hitler.
Me gustaría que mis políticos sean un toque más grises y que no me recuerden a un freak show.
Voy a dar un ejemplo que no es el del campo.
El asunto de Botnia es un problema científico, técnico. Todo el asunto consiste en si las papeleras contaminan o no. Eso es algo que podría determinarse facilmente.
Que vengan de universidades extranjeras prestigiosas (no argentinas o uruguayas para que no se sospeche de la neutralidad, que sean prestigiosas para que se jueguen el prestigio con el veredicto)
y que determinen la verdad de la milanesa.
No es necesario un corte de ruta y que un pueblo se encuentre movilizado, crispado y que algunos fantaseen con hacerse los Bin Laden contra la fábrica. Entre esos incluyo al entreriano De Angeli.
La 125 se hizo mal, a las apuradas, y testimonio de eso son todas las enmiendas que el oficialismo le hizo a la ley.
Entre los kirchneristas, muchos pensaban lo mismo, pero se decía que la presidenta no podía dar marcha atras con la Ley porque sería un signo de debilidad, y que incluso si la ley era mala, había que votar la ley para no debilitar a la presidenta y no convertirlo en una victoria de la derecha. Que la presidente iba a renunciar si no se aprobaba la ley.
El asunto era un tema de guita que se podría haber solucionado en la primer semana y hoy en día todavía nadie sabría quien es LLambías por ejemplo.
Convertir en épicos a temas ordinarios y técnicos, para mi casi siempre es un error, que termina costando caro.
«¿Para qué sirve la utopía?» Se preguntaba E. Galeano en algún texto, que no tengo ganas de «googlear» en este momento. No sé, incluso, si no era una cita del sub-comandante Marcos. Como sea, la respuesta, poética si se quiere, más que épica, era: «Para caminar».
Y a partir de esto voy a acordar y a disentir con Sergio. Acuerdo en que el texto que provoca estos comnentarios es excelente, bello, diría. Disiento en que el «tono épico» fue dado por los medios de comunicación al servicio del capital. Poca «épica» puede atribuirse a la defensa de la «rentabilidad», con la que «no se jode», como dijera el panza verde De Angeli.
Parafraseando – si se me permite – a JLB, diría que en el texto de Balvanera ¿Algo que ver con Jacinto Chiclana? está prefigurada la respuesta de El Lurker. Así es, mi querido Lurker, si la injusticia, el dolor de un semejante, la codicia y el egoismo no te encienden ninguna llama en el centro del pecho, entonces, pues, seguirás pensando que el problema de Botnia se resuelve «científicamente», y no políticamente. (a propósito, y por si les interesa: http://udi414.blogspot.com/2008/02/contamina-botnia.html )
Creo que la «grisura» que han adoptado las formas democráticas en nuestro país después de 1983 tiene un componente autóctono y mucho de globalización. El fin de los «grandes relatos» postulado (bastante ramplonamente) por Fukuyama a fines de los ’80 implicaba eso, si no me equivoco para el campeonato: el advenimiento de una era en la que grises y científicos burócratas habrían de administrar nuestros destinos munidos de una herramienta omnicomprensiva, la democracia liberal.
Como sabemos, no fue tan asi. La vida es conflictiva, qué se le va a hacer.
Saludos
No sé, Diego, qué significa “justificar una teoría moderna en donde el Estado se separa del poder real”. Lo que yo dije es que el Estado y el poder real (es decir, los que tienen el dinero) no son lo mismo, a diferencia de lo que cree cierta izquierda, o, más exactamente, son dos conjuntos que no coinciden aunque parcialmente se superponen en mayor o menor medida según el caso, y que muchas veces se obstaculizan mutuamente y entran en fricción o conflicto, al menos el Estado con algunos sectores del poder real, sobre todo cuando el Estado intenta también darle alguna satisfacción a quienes no pueden respaldarse en cuentas bancarias y lobbys para conseguir que se atiendan sus intereses, que frecuentemente no significan otra cosa que el simple derecho a vivir. ¿De qué me estás hablando entonces? (me permito tutearte porque somos viejos conocidos, desde los tiempos de “Tómenlo como de quien viene”) Sospecho, pero sólo sospecho sin ninguna seguridad, que intentás decir que para cualquier Estado sería suicida hacer como que el poder real no existe, no buscar alguna forma de coexistencia con él, y estoy de acuerdo. Ahora, si eso significa subordinarse al poder económico, convertir al Estado en mero ejecutor de lo que al poder real se le ocurra –es la utopía de la Argentina ubérrima que nos vienen proponiendo la Mesa de Enlace y quienes retransmiten su discurso en el Parlamento y los medios–, ¿corresponde llamar a eso democracia? ¿Eso es lo que proponés? No enfrentar ciega y tontamente a los poderosos no es lo mismo que bajarse ante ellos los calzones y decirles “muchachos, va a ser un honor que hagan con nosotros lo que quieran”.
Segundo: ¿De dónde sacás qué pido conflicto? ¿Dónde lo leíste? Lo que digo es algo muy distinto a pedir conflicto: digo que la democracia es conflicto, lo quieras o no, no puede no serlo, y menos en países como los nuestros. De lo que hablo es de no ocultar ni disfrazar el conflicto que ya existe, de no esquivarlo, no hacerse el boludo, no hacer como que todo está bien cuando no está bien. La diferencia entre eso y “pedir conflicto” es gigantesca. No se puede confundir una cosa con la otra: lo que me pregunto es hasta qué punto es interesada esa confusión o no.
Tercero: ¿dije yo en alguna parte, al usar la expresión “democracia gris”, que me refería a la democracia que tenemos establecida desde el 83 a la fecha? En principio, la fórmula “democracia gris” no se me ocurrió a mí, se le ocurrió a otros, y otros, que vos conocés muy bien, lo tomaron para proponerlo como modelo, y es a ellos a quienes les respondo para señalar que, en esta realidad concreta y puntual, ese modelo no funciona, salvo que sea para congelar la desigualdad, la postergación y la muerte. Pero casi podría asegurarte que quienes sueñan con ese pulcro modelo coinciden conmigo en que no tiene mucho que ver con lo que hemos vivido desde el 83 en adelante, por una infinidad de motivos que llevaría tiempo detallar.
Cuarto: tu pregunta sobre si estaría dispuesto a soportar los costos y las pérdidas “que traería cualquier conflicto que exceda los términos de la democracia aceptada en un tiempo histórico determinado” indica que no entendiste nada de lo que escribí, o no me supe explicar, o por algún motivo te interesa distorsionar lo que dice mi artículo para llevar agua a tu molino. Como ya vimos, das por sentado que llamo a promover el conflicto cuando lo que digo es no ignorarlo, y das por sentado que aceptar la existencia del conflicto atenta contra la democracia existente, cuando es exactamente al revés. A los conflictos hay que asumirlos, manejarlos, saber orientarlos en bien de todos o al menos de la mayor parte de la gente, con el menor costo posible para la mayor cantidad posible de gente (y esto, entre otras cosas, porque en países como los nuestros la anulación del conflicto tiene también un costo gravísimo, terrible, en muertes por hambre, por ejemplo, o en el aumento de la criminalidad alentado por el desempleo, como lo hemos visto en la escasamente conflictiva década de los 90). Lo que muestra el carácter prejuicioso de tu enfoque –vos ya decidiste a priori qué estoy proponiendo, antes aun de ponerte a leer mi texto– es que en ninguna parte de mi artículo se dice ni se sugiere “exceder los términos de la democracia”. Das por sentado que no me importan los costos y las pérdidas, me identificás a priori con ese tipo de dirigentes o militantes obtusos que no se preocupan por el daño que puedan causar, incluso entre sus propias filas, con tal de salirse con su objetivo, o darse el gusto, o el capricho, muchas veces porque no son precisamente esos dirigentes los que pagan el peor precio (aunque en algunos casos sí), y en cambio pueden subir algunos grados en el escalafón del Partido. Te equivocaste por completo, Diego: no es con gente de esa clase con la que estás discutiendo acá.
Lo que critiqué, a ver si lo entendés, no es la democracia sino un modelo (“democracia gris”) que ciertas aquilatadas personalidades nos tiran encima, y que no es más que una utopía irrealizable, cuya principal función consiste en servir de argumento para tapar la boca a cualquiera que intente plantear lo que tienen de conformista y resignado ciertos tipos de progresismos y republicanismos.
Quinto: eso de que me pongo mesiánico me hace pensar que te fumaste algo muy pesado o se te fue la mano en las copas. Según vos mi posición es esta: “yo porque yo soy más bueno que los otros: A mí se me tiene que tolerar la generación de conflicto porque yo tengo razón.” Diego: son tus palabras, no las mías. Mostrame una sola frase en lo que digo de la que puedas extraer esa conclusión. Me estás usando, y estás usando a los que piensan más o menos parecido a mí, para agarrártelas con otra gente, que tal vez exista realmente o que te imaginás, y nos utilizás además para descargar un montón de entripados que no tienen nada que ver con nosotros: prácticamente todo lo que sigue de ahí en adelante, en tu comentario, donde hacés uso y abuso de la expresión “mala leche”, es precisamente un ejemplo perfecto de argumentación con muy mala leche. Te inventaste una figura de enemigo intolerante, autoritario, que se cree dueño de la verdad, incapaz de dudar y de relativizar sus discursos, y nos la pegás encima. ¿De dónde sacás que nos atribuimos la verdad a priori?
Fijate qué cosa: coincido con vos cuando tomás como ejemplo el puente de Gualeguaychú. ¿Y pensás lo mismo de los chacareros que cortaron rutas, desabastecieron, tiraron litros de leche a las rutas, mantuvieron semanas sin trabajar a los camioneros, provocaron aumentos de precios y hasta alguna muerte al no dejar pasar una ambulancia? Decime a ver en qué tramo de mi texto digo que todo conflicto es bueno. Es muy notable cómo soslayas una cuestión fundamental de mi artículo, ni tomás nota, la pasás completamente por alto, y la voy a repetir porque si no se entiende eso no se entiende nada: “Si esto es, como lo es, una batalla, no lo es precisamente porque haya unos enormes deseos de dar batalla de parte del poder político o de los sectores más desprotegidos que recurren al poder político. Esto es una batalla porque esas son las condiciones que imponen los dueños del poder real”. Son ellos los que lo imponen, no nosotros. ¿Podés negar que “los grandes beneficiarios de las injusticias según las cuales unos pocos se quedan con casi todo no están dispuestos a ceder en nada, pero en nada de nada, salvo que no les quede otra alternativa”? ¿Leíste o no leíste el tramo en que digo que “no aspiramos a embriagarnos con la sensación de que los vientos de la épica nos agitan los pocos cabellos que nos quedan: queremos una vida un poco más humana, menos técnica o funcional”. ¿Leíste el tramo en que digo que no queremos ver más sangre ni soportamos que corran riesgo nuestros hijos? ¿Qué carajo leíste? Y si lo leíste, ¿por qué no lo tuviste en cuenta? ¿Cuál es la razón por la que no lo querés ver? Hay una sola cosa que, sí, creo que debí haber planteado mejor: cuando cuestiono a los que creen que las cosas se van a resolver negociando podría entenderse que descarto cualquier tipo de negociación, que me opongo a la negociación. Quizá no haga falta demasiada mala leche para entenderlo de ese modo, quizá yo debí haberme extendido un poco más, de modo que se entendiera que a lo que critico es a quienes proclaman que sólo con negociación se van a resolver las cosas (por supuesto, los que dicen eso, son los que más presionan y menos negocian). Por si hace falta aclararlo: no sólo no estoy en contra de la negociación; creo que es no sólo necesaria sino insoslayable, pero con la negociación sola no basta, y depende cuándo se negocia, en qué condiciones y cómo, y para qué. A los que critico es a los que dicen “negocien” para decir “ríndanse” y nos quieren convencer que eso es lo preferible o lo natural.
Al margen de eso, el hecho es que te quedaste con algunas cuestiones epidérmicas de mi texto y ni se te ocurrió buscar a ver si no había algo más complejo. Ya que hacés una bandera del “dudo de todo”, debo decirte que no tenés la exclusividad. Dudo tanto como vos, y, a decir verdad, me parece que mucho más que vos. En el fondo no te creo, o tiendo a sospechar que hay algo falso en tu actitud. Ese alarde que hacés de la duda se parece muchísimo a una seguridad absoluta. Sos un creyente que tiene dibujado un enemigo ante el que jamás duda: cualquiera que hable de conflicto o que cuestione ciertas formalidades supuestamente “civilizadas” es asimilado inmediatamente a la intolerancia. Absolutizás y generalizás tu experiencia con la militancia trotskista en Filosofía y Letras y salís apuradísimo, como el pastor que ve asomarse al lobo, a advertir a la pobre gente incauta que se cuide, que ahí viene avanzando el Mal de la Ideología dispuesto a cobrarse en vidas su necedad y su estrechez de miras, aunque lo que en realidad tengas enfrente sea otra cosa, completamente distinta. No es menos dogmático ni menos fanático el que vive fanatizado en su lucha contra el fantasma del dogmatismo.
Lurker:
¿debo entender que usted comparte las argumentaciones de las distinguidas personalidades que nos acusan a algunos de querer revivir artificialmente una épica? Lo digo porque buena parte de mi artículo apunta a responder que no es así, que no se trata de una cuestión de épica, no al menos principal ni fundamentalmente. Por ende, usted estaría sugiriendo que no me cree.
Pero también podría ser que, simplemente, dejando de lado eso que se nos atribuye, usted haya aprovechado para ocuparse de la «epicización» de la política (si se me permite el neologismo) que suelen llevar a cabo el gobierno y los partidos y otros sectores de interés, nada más que para producir en la sociedad algún efecto que, por lo que se ve, suele funcionar como un tiro por la culata.
Si fuera eso, debo decir que estoy bastante de acuerdo. Dije y digo que en nuestro caso no se trató de vivir épicamente las cosas sino de recuperar la cotidianeidad de lo político, el hecho de que lo político nos incumbe, y ver si podemos hacer algo.
Ahora bien: Kirchner exageró un poco al hablar de grupos de tareas y de comandos civiles, pero lo suyo no tiene comparación ni de lejos con lo que se mandaron Carrió al hablar de Ceaucescu y el Cabezón al compararlo a K con Hitler.
Pero debo decirle que si quiere vivir en un país cuyos políticos no le recuerden a un freak show, va a ser difícil encontrar alguno: Sarkozy, Berlusconi, Bush, el propio Zapatero, Putin, el Pepe Mujica, Evo, Chávez, Obama, y fíjese que estoy mezclando gente que odio, gente que amo, gente que me cae más o menos simpática, gente que me cae más bien antipática, gente que las dos cosas.
No es en ese sentido que se habla de una «democracia gris». La idea de democracia gris es una idea tecnocrática, puramente administrativa, «limpiada» de cualquier forma de participación popular y de vitalidad, de relación entre humanos.
Por lo demás, estoy de acuerdo en que se manejó mal lo de Gualeguaychú, lo de la 125, etc.
Pero no confundamos la «epicización» como operación para producir efectos mediáticos con las ganas de movilizarse para no ser meros espectadores. Son dos cosas bien distintas. Ni crea que todo lo van a resolver los técnicos.
Para decirlo de otro modo: lo político es, o debería ser, algo que todos y cada uno hacemos todos los días, en cualquier parte y a cada rato, y en relación con los demás. Y pensar el propio bienestar desligado del bienestar de los demás no sólo no es ético: tampoco es inteligente.
Balvanera,
Creo realmente que tenés buenas intenciones políticas, por eso salgo a discutir algunas cosas que escribís y por eso ahora me apuro a intentar ajustar algunos puntos para que por lo menos, si no coincidimos en términos políticos, sepamos cuáles son dichos puntos.
Entendemos distinto el tema del “conflicto” y el de la “democracia gris”. Las veces que durante éste año leí que se fundamentaba acerca de éste último término entendí que se lo hacía no como un modelo deseable sino como una realidad fáctica: la democracia (occidental moderna, vale aclarar el horizonte histórico) ES gris. Ergo, NO ES épica. En ese marco entendía yo que venía enmarcado el tema antes de leer tu artículo, y tras leerlo (tal vez de mala manera) no sentí que esa versión era desmentida. No entendí que planteabas una democracia alternativa al modelo de democracia gris; básicamente no sentí eso porque hablás de conflicto y cuando hay conflicto no puede haber margen de duda acerca de su existencia, tal como extensamente vos argumentás sobre esa posibilidad ontológica-política. Esa es una diferencia de pensamiento que tenemos: Para mí, si hay conflicto es como cuando llueve. O sea, dado el lugar desde el que te estoy hablando, leer a alguien que dice que no hay que ocultar el conflicto, me suena muy similar a un pedido de demanda del mismo, porque el conflicto no es algo que se pueda ocultar, sino está “tan visible” será porque, en términos políticos (que no es lo mismo que en términos éticos), el asunto no da para tanto.
Cuando hablo de “verdad a priori” y de cuestiones por el estilo lo hago porque entiendo que en tu discurso –aunque puede haber sido escrito con la mejor leche del mundo –una vocación implícita de imponer el conflicto (que no está explícito porque vos mismo reconocés que es algo plausible de ser tapado y que justamente allí reside la trampa del “poder real”; mientras que para mí algo con esas cualidades no es conflicto en términos de ontología política) por sobre la democracia (que, de alguna manera, es la antagonista del conflicto, la canalizadora de sus fuerzas por otras formas).
También disentimos en tanto me parece que “el poder real” está más repartido y con otros matices en éste siglo XXI. Ni siquiera Miguens es Martínez de Hoz; de ahí para abajo da para largos análisis. No me apuraría a demonizar a nadie menos si no tienen al Estado bajo su comando. Además, al concepto “poder real” le agregaría otros ingredientes además del poder económico. El PJ no puede no ser contabilizado como “poder real” en éste país, por ejemplo.
Nunca decís que todo conflicto es bueno. Yo tampoco digo que vos decís tal cosa.
Copio y pego: “Esto es una batalla porque esas son las condiciones que imponen los dueños del poder real”. Creo que en particular ese diagnóstico que hacés es apresurado en tanto división de aguas. En el conflicto del campo se levantaron prácticamente todos los pueblos del interior y vos a los interesados que motorizaron ese movimiento los llamás “dueños del poder real”. Usás la palabra “batalla”, y eso no deja de exacerbarle el tono a algo que en términos fácticos –con buen criterio por parte del gobierno –se resolvió en el Congreso de la Nación. Yo creo que ese énfasis de tu parte viene de esa mirada que tenés de la política en donde el conflicto puede ser enmascarado y por ende también desenmascarado por cierta mirada que sabe ver más allá de la evidente. El conflicto es cuando es, o sino no es, por más motivos que hubiera. Los motivos no son políticos hasta que no están encarnados en seres humanos concretos demandantes. En el caso del campo, tampoco estuve de acuerdo con los cortes de ruta. Pero la 125 era una boludez desde todo punto de vista (económico, político, estratégico, etc.) y el método de cortar rutas se vino legitimando en la última década. En éste caso, al gobierno al que le cortaron las rutas le bajó la popularidad un 20% al compás de esos cortes. Nos gusten o no, fueron cortes populares. Repito, no los justifico ni admitiendo que hayan sido populares (porque para mí popular es aquello que congrega muchas voluntades, no cierta estética; no sé cómo será para vos, aclaro).
Muchos queremos una vida más humana, eso es lo que yo creo: Vos, yo, incluso gente que tal vez no nos caigan tan bien como pueden ser Buzzi u Horacio González y que por suerte en éste momento están en las primeras líneas del debate político. Lo que hay que discutir es el enfoque, las certezas. Querer algo no es lo mismo que poder conseguirlo, por más que se tenga todo el poder del mundo a disposición. De ahí el tema del Estado que plantee antes: falta más teoría que poder. Y también, por esto mismo en el comentario anterior escribí aquello acerca de te notaba negando al otro en tanto otro al asumir la realidad del conflicto antes de tratar de ver qué piensa el otro. Yo creo que en la mesa de enlace hay buena leche como pocas veces la hubo en ese sector que tuvo sus idas y vueltas y sus aprendizajes también. Si los “enemigos” son los que piden un “plan agropecuario nacional”, bueno, no está tan mal la situación. Por otro lado, si de éste lado del conflicto quedamos compartiendo frazada en la trinchera con Moyano y con otros tantos muchachos (incluida la UIA que ha perdido menos las mañas que el sector agropecuario) estamos medio jodidos. Por es que podríamos guardar palabras como “batalla” o “conflicto” para otros tiempos.
Leí todo lo que escribiste, pero me parece que conceptos como estos que quiero guardar, convocan a episodios como los que no queremos que éste país reviva. Leo una contradicción en tu pensamiento, es sólo eso.
Seguramente cada cual lee y escribe desde su experiencia personal, tanto de vida como de lecturas. En mi caso, trato de no alejarme del texto que comento. A veces la torpeza –sobre todo en el apuro de los blogs –me hacen dejar lejos las citas y las referencias generando más confusiones que las necesarias. De todos modos, el intercambio suele ser productivo.
Saludos
Sigo pensando lo mismo, y lo lamento. Leés lo que querés leer. Monologás, imaginás, tenés la respuesta antes que la pregunta, te diseñaste una visión de la realidad a la que te negás desesperadamente a poner en cuestión. En cuanto a tu teoría del conflicto: no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Voy a dar un solo ejemplo de tu modo avieso: yo digo “esto es una batalla porque esas son las condiciones que imponen los dueños del poder real” y vos te apurás a advertirme: «en el conflicto del campo se levantaron prácticamente todos los pueblos del interior y vos a los interesados que motorizaron ese movimiento los llamás ‘dueños del poder real’.» No se puede discutir con quien no quiere entender o quien entiende lo que se le da la gana. Cuando escribí «Esto es una batalla porque esas son las condiciones que imponen los dueños del poder real» no me estaba refiriendo a los pueblos del interior ni a los chacareros ni a los peones de los chacareros (a los que los chacareros les obligaban a poner rastras en la ruta). Ni siquiera me estaba refiriendo a «el conflicto de el campo». Digo que la batalla por instalar una sociedad realmente democrática es una batalla y no un amable diálogo porque esas son las condiciones que imponen los dueños del poder real. Son los dueños del poder real los que no aceptan ceder nada, no aceptan una democracia real, no aceptan que todos accedan a condiciones de vida dignas y a una real igualdad de derechos, y por eso cada intento de afianzar una democracia real, participativa, justa e igualitaria, se convierte en una batalla. No porque uno ame el conflicto sino porque ellos lo vuelven inevitable. Pero esto no te lo estoy diciendo a vos, Diego, no espero que lo entiendas porque tengo sobradas pruebas de que sólo sos capaz de escucharte a vos mismo, esto lo pongo para poner un poco menos confusas las cosas ante eventuales lectores que pasen por acá. Con vos no me interesa discutir nada. Discuto con la gente que discute, no con la que monologa.
No se bancan la épica. No se bancan la Historia. No se bancan la Argentina.
Saludos
No se bancan que no aceptemos decirles que sí a todo lo que ellos dicen y quieren, y que hayamos empezado a encontrar algunos modos de salir de la inmovilidad, a diferencia de los «no conflictivos» años 90.
Los ingleses, tipos pragmáticos, si los hay tienen un refrán que dice algo como «pon tu mirada en las estrellas y tus pies sobre la tierra y camina hacia ellas».
El General decía algo como que «el hombre necesita de una causa noble para toda su vida».
Muy bueno, Balvanera.
El conflicto es inherente a cualquier sociedad, es parte de su dinámica. No hay que ser hegeliano ni sociólogo para darse cuenta.
Quienes dicen que la democracia «es» gris, en vez de que «debería» ser gris, confunden deliberadamente el ser con un ideal abstracto, lo que les sirve para crear un parámetro artificial desde el cual intervenir.
El día que no haya más pibes muriéndose de enfermedades evitables, el día en que no haya más hambre, el día en que los servicios de salud, educación, vivienda, trabajo, justicia, etc., sean iguales para todos, la democracia va a ser gris. Mientras eso no suceda, va a ser technicolor.
Un abrazo, el sábado posteo algo. Es una fecha.
Ah! y lo dice Sarlo.
Acá
http://adncultura.lanacion.com.ar/Nota.asp?nota_id=1036742&high=sarlo
Por cierto, se merece todo lo que recibió. No debería quejarse, salvo que esperase coronita después de esto,
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=998895&high=Sarlo
y esto otro,
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1023520&high=sarlo
¡Qué añito, Beatriz!
Encima, te quedaste más sola que Neustadt y tuviste que cerrar Punto de Vista.