Sigue el debate

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Nos manda unos comentarios Edgardo Mocca al post ¡Cambio, juez! sobre cambio, continuidad, Lucía y Joaquín Galán y varios etcéteras. Ahí van:

Con mucho gusto me meto en este asunto, estas cosas valen la pena. Yo no tengo diferencias con lo que Nico y Mariano dicen. Tengo alguna preocupación por lo que «pudiera entenderse» de lo que dicen. Para explicarla rápida y livianamente distinguiría entre rumbo e instrumentos y formas como otra díada que complete la de continuidad y cambio.
Para ser claro, Cristina es claramente continuidad de Néstor en materia de rumbo; no lo es de forma tan rotunda en materia de formas y de instrumentos. No podría haberlo sido por la sencilla razón de que el mundo cambia y si uno sigue haciendo lo mismo, de hecho termina cambiando. Si se sigue tratando a Clarín como cuando Clarín ayudaba, cuando Clarín deja de ayudar, eso es un cambio!

Desde ese punto de vista es que dije que hasta el más cristinista de los candidatos sería también una conjunción de «continuidad y cambio». Porque tendría que hacer cosas que no se hacen y, creo, no pueden hacerse hoy a un año de una elección que, coincido, es crucial. La principal de esas cosas es la reconstitución de la coalición de apoyo, el «frente nacional», según la cartografía peronista. Hoy la puesta en el centro de esa cuestión sería leída, entre otras cosas, como una invitación a la piñata de recursos estatales para numerosos y variados candidatos a ser la «burguesía nacional». No hace falta decir que el horno económico no está para esos bollos.

Yo soy partidario de un enfoque que, antes de mezclar, establezca diferencias. Primero pongámosnos de acuerdo sobre si hay que «reintegrarse al mundo» o hay que bancar la conflictividad que surge de discutir la manera de esa «reintegración». Sobre si hay que poner como norte la «libertad de mercado» o la consistencia de la demanda agregada (empleo, paritarias, políticas activas en vivienda, salud, educación, etc.). Sobre si el endeudamiento masivo es una «ley» del mundo capitalista o ponemos la prioridad en la movilización de recursos internos. Sobre la ANSES, el Banco Central, Vaca Muerta-YPF, Aerolíneas y cosas de ese tipo. Abundo en «detalles» para que no se diga que «hablo en abstracto» como nos reprocha la dueña de la casa de comida. Pero odio el análisis político de la «lista de lavandería»: lo que está bien, lo que está más o menos, lo que está mal… Lo que está bien, para mí, es una cuestión de poder: está bien lo que me permite ganar, conservar y reproducir el poder. Para resolver las cuestiones que corresponden a una etapa histórica; en este caso para construir una configuración de poder democrático autónomo del poder económico. Se hacen o no se hacen concesiones, de acuerdo a esa concepción de poder, a lo que sirve para mantenerlo y reproducirlo.

Por eso creo en que el primer punto de la agenda, casi diría el único importante, es el de la continuidad (o no) del rumbo de poder. Las alternativas las mido desde esa perspectiva. Scioli no o Scioli sí no es un problema abstracto: si el proyecto inaugurado en 2003 no tiene fuerzas político-electorales para asegurar de modo pleno su continuidad, puede y debe explorar las mejores formas de asegurar su propia continuidad, sobre la base de participar en una coalición que en este caso claramente no dirigiría. Ahora bien, a esa instancia se puede llegar de muchas maneras: las mejores son, creo, las que sostienen la propia identidad y el propio proyecto. Es decir, bajo la conducción de Cristina y con el presupuesto de la máxima unidad posible entre quienes sostienen el rumbo, puede ser que haya que establecer tácticas diferentes. No se trata de lo que queremos sino de lo que seamos capaces.

Creo que lo que está ocurriendo es que las dos grandes coaliciones que disputan el 2015 están marcando su propio terreno.  ¿Qué se discute en la oposición? Se discute quién es el más seguro, el más eficaz y el más ganador de los que quieren terminar con este asunto de una vez por todas. Dejo de lado lo lamentable de que el contenido del «cambio» venga dictado por los grandes grupos mediáticos. Lo importante es que Macri, Massa y el radicalismo están construyendo las respectivas imágenes del «cambio ganador». Macri es un neoliberal seguro de sí mismo, cuando hace (o cuando haga) algún gesto de «liberal» norteamericano, nadie se va a confundir porque todos lo conocen y el apellido es suficiente garantía para la derecha. Massa quiere ser el que construya la fórmula ganadora de la alianza entre los más pobres y los más ricos: no tiene patilla (ni el talento suficiente) pero juega con las incertidumbres peronistas que es lo más dramático que recurrentemente tiene la política argentina. Los radicales se desviven en el ser o no ser de pelear el segundo puesto o producir el hecho histórico de una alianza hegemonizada por la derecha que se reconoce como derecha. ¿Cuál es el problema que tienen para hablar de «continuidad»? A mi modo de ver son dos: uno el ya comentado de la desdichada buena letra con los poderosos económicos y mediáticos; otro -vinculado, claro está, al anterior- el de dejar vacío el lugar del antikirchnerismo furioso que orienta a una porción nada desdeñable del electorado que es justamente la que están disputando hacia las primarias. Tengamos en cuenta que entramos en una ronda electoral de tres vueltas, cada una de las cuales tiene su propia lógica.

En el campo «nuestro» también se juega para «adentro». Los candidatos cristinistas tratan de dibujar el identikir ideal de la continuidad. No sé si Randazzo juega totalmente en este campo, creo que sí, lo que es claro es que tiene un mensaje más incisivo para el laberinto peronista. Pero nada dice de los «cambios» por una sencillísima razón: su plus frente a Scioli es el feeling kirchnerista y el eventual apoyo de la Rosada. El motonauta, efectivamente, sobreactúa la continuidad; no necesita diferenciarse diciendo «soy diferente» porque todo el mundo lo sabe. Necesita ser el primus inter pares en el Frente para la Victoria, es decir en el peronismo que hoy gobierna y quiere seguir gobernando mañana.

Llegado a este punto, voy a coincidir, creo, con ustedes, en que quien aspire seriamente a ganar tiene que hacer una promesa cualitativamente superior a las que hoy circulan. Para la oposición se trata de asegurar el cambio sin perder nada de lo avanzado. Para el kirchnerismo se trata de que para continuar el rumbo hay que producir cambios. Pero creo que más que en una campaña electoral, estas cosas se dirimen en la puja política cotidiana. Como ocurre en el futbol, el partido lo sostienen el orden y las tácticas inteligentes pero lo ganan los desobedientes. Es decir, falta la emergencia de un líder diferente. No lo tienen ni ellos ni nosotros. Nadie disputa con CFK. Todos giran a su alrededor. Unos para galvanizar el odio, los otros para jurar lealtad y continuidad. Las dos actitudes son lógicas e inteligentes pero ninguna de las dos alcanza. Creo  que el que se anime a romper esa dinámica puede emerger como el liderazgo ganador.

Un factor que no hay que subestimar es el fantasma de la desestabilización. El sueño de la derecha de que una catástrofe les entregue el país en bandeja. Ese fantasma presiona e influye en las conductas y paradójicamente neutraliza la emergencia de liderazgos opositores.

La seguimos.

Edgardo

 

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